Revista Cultura y Ocio

Utopía Dieciochesca

Por Ilustrado
 
Todos los ilustrados estuvieron animados por un impulso de transformación cultural, filosófica, social y económica, por un profundo deseo de cambio que originó el giro copernicano que desde entonces sufrió la cultura española. Ello suponía un cambio total, que en España fue incluso menos utópico que en Francia.
En Francia el siglo XVIII se canalizó mediante el discurso de la Razón, recuperándose el estado de naturaleza y el mito del buen salvaje, en un proceso revolucionario que no ocurrió en España.
Pero los ilustrados españoles fueron también algo utópicos, como ocurrió con Jovellanos, remontando su deseo de cambio al mito de la Edad de Oro, perdido por la introducción de la propiedad privada, lo que de haberse realizado nos habría conducido a la utopía socialista, tal como la entendió Jovellanos: un estado de felicidad paradisíaca, en el que reinaría la fraternidad universal.
Es cierto que los ilustrados intentaron imponer las ciencias útiles, considerando inútiles la teología y el derecho. Pero la teología es útil para las religiones y el derecho es necesario para la sociedad. El utopismo medieval y renacentista tuvo un carácter religioso y un contenido teológico, y en este periodo se pretendía que el contenido fuese sensual y empírico.
El periodismo fue uno de los grandes avances del siglo XVIII, en el que la prensa crítica adquirió carta de naturaleza durante el reinado de Carlos III: El pensador y El censor, por ejemplo.
En El censor apareció la utopía religiosa de los Ayparcontes (nombre neohelénico), que tenía como fin una profunda crítica del clero, para lo que describe la sociedad de un país desconocido situado en tierras australes. El autor fue arrojado allí por una tormenta, encontrándose con una monarquía bastante parecida a la nuestra, cuyas características describe en los Discursos LXI y LXXV. La forma de expresión es un diálogo entre el autor, que finge defender las instituciones españolas, y un ilustrado indígena, Zeiblitz, que muestra cómo se han superado en su país las contradicciones, los defectos y los vicios que agarrotan la sociedad española del siglo XVIII. Pero es utópico que esos indígenas fueran ilustrados a la francesa, y que su sociedad fuera más avanzada y perfecta que la española del siglo XVIII. Los tosbloyes son pues sacerdotes de una nueva utopía, gozando de una organización jerárquica muy similar a la de la Iglesia católica. Tienen prestigio y son respetados por el resto de la sociedad, aunque las leyes no les conceden jurisdicción ni autoridad coactiva. Su función es exclusivamente espiritual, limitándose a dirigir las ceremonias religiosas; carecen de poder civil y secular, y no pueden ocupar cargos públicos. El Estado les paga lo suficiente para vivir, sin posibilidad de obtener ingresos económicos por ningún otro concepto, por lo que esa Iglesia carece de poder económico y jurídico, puesto que la Inquisición está abolida, aunque están sujetos al poder de los magistrados. La Inquisición en esas tierras australes es otra utopía, e incluso la Magistratura.
En esta utopía los Ayparcontes realizan y practican el proyecto de secularización que tenía como ideal el régimen ilustrado de Carlos III, lo que sorprende al propio autor de la fábula. Y la religión como principal apoyo del Estado no es tampoco idea ni ideal ilustrado. Y la sabiduría legislativa tampoco florece la religión. Conceder riquezas y privilegios tampoco es buen principio religioso, aunque haya sido realidad en el catolicismo europeo y lo siga siendo en la religiosidad norteamericana. Los clérigos también se han enriquecido en Europa en tiempos de vacas flacas, porque la liturgia, ceremonias y ritos religiosos no son gratuitos. Príncipes que supriman privilegios eclesiásticos son históricos, y la conciencia de que la pobreza es ventaja religiosa sólo se ha dado en ciertas órdenes religiosas. Nobles y plebeyos han existido en todas las edades de la historia europea, pero ya es utopía que los plebeyos tengan acceso a todos los empleos y dignidades, dando pie a una movilidad social de tipo vertical. Utópico es también que los padres pertenezcan a la primera nobleza, y los hijos a la segunda o tercera. Utópico que los nobles sin méritos pasen a plebeyos a lo largo de seis generaciones, y los plebeyos pasen a nobles en el mismo tiempo. Esta fábula aplica pues a los Ayparcontes el regalismo que defendían los ilustrados.
La Sinapía, supuesta península de tierra austral, es desde luego otra utopía. La Iglesia aparece sometida al Estado en todo lo que no es conciencia (jansenismo), por lo que la intención de su autor es describir una sociedad opuesta a la española. Sinapía es alteración de Iberia, antiguamente Bireia. Las montañas de Bel de esta península son los Pirineos hispanos, y lagos y merganos son galos y germanos. El Pau es el Tajo, por lo que esta utopía es antípoda de la España del siglo XVIII. La Iglesia sinapiense a veces refleja el pensamiento ilustrado, y otras la Iglesia postvaticana.
En cuanto a Olavide y Jovellanos pudieron ser algo jansenistas, pero no utópicos.

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