Tras nuestro paso por Tashkent nuestra siguiente parada era Samarcanda, dónde llegamos de noche tras varias horas viajando por carretera. Aquí nos quedamos dos noches y Arnold, nuestro guía, nos comentó que nos tenía preparada una sorpresita. Esa noche disfrutaríamos de una deliciosa cena en una casa particular.
Tenía razón, la comida excelente y se notaba que la casa, que en la época soviética fue usada como polvorín, escondía mucha historia entre sus muros. Así que disfrutamos de la hospitalidad de las señoras de la casa y de comida y música tradicional.
Al día siguiente empezaba nuestra visita por Samarcanda la ciudad más antigua de Asia Central, una encrucijada de culturas y la antigua capital del gran emperador Tamerlán. El lugar más mítico de toda la Ruta de la Seda junto a Bukhara y Khiva.
Nuestra primera parada fue el Observatorio Astronómico de Ulugh Beg construido en 1428 por el nieto de Tamerlán, un astrónomo y matemático que se propuso convertir la ciudad en el centro intelectual del imperio. Destruido y saqueado por fanáticos islamistas a su muerte, quedó en el olvido durante siglos.
Aquí es donde se conserva lo poco que queda del sextante de 40 metros de radio que sirvió para calcular la posición de las estrellas y los solsticios y con lo que Ulugh Beg calculó la duración de un año con un margen de error de tan solo 58 segundos. Cuesta creer esa precisión tras ver lo que queda del sextante.
Hicimos una breve parada en la Mezquita de Hazret-Hizr, dedicada al patrón de los viajeros destruida por el gran Gengis Khan y reconstruida en 1854. Desde aquí había una magnífica vista de la nécropolis Shah-i-Zinda y de la mezquita de Bibi Khanum, así que Wall-E no quiso perder la oportunidad de inmortalizarse.
Nuestra siguiente parada fue la necrópolis de Shahr-i-Zindah situada en el barrio antiguo y un tesoro escondido que te sumerge en el mundo de las mil y una noches. Se le denomina “tumba del rey viviente” y se trata de un complejo funerario con un pasillo repleto de mausoleos donde podemos encontrar varias tumbas de los miembros de la familia real y otros personajes influyentes de la época de Tamerlán y su Nieto Ulugh Beg.
Actualmente es un importante lugar de peregrinaje religioso para los uzbecos, pues para ellos visitar esta necrópolis 3 veces, es como ir una vez a la Meca. Así que es un lugar con mucho trajín de gente rezando, entrando y saliendo con sus trajes coloridos, sus gorros bordados y sus dientes de oro. Incluso llegamos a ver una boda.
Una obligada visita por la belleza de los mausoleos de cúpulas turquesas y sus paredes de azulejos donde es más que recomendable pasear con tranquilidad y sin prisa, para poder disfrutar de toda su belleza.
Llegamos a la Mezquita Bibi Khanum, situada al límite del barrio antiguo y construida como homenaje a la esposa favorita de Tamerlán. Existe una curiosa leyenda a su alrededor de la que aspiraba a ser la joya arquitectónica del imperio con un gigantesco portal de más de 40m de altura.
Tras su destrucción en el terremoto de 1897 ha sido parcialmente reconstruida y cabe destacar el enorme atril con un Corán de mármol en el centro de su patio interior.
Wall-E también quiso tener su pequeño protagonismo ante tanto monumento
Justo a su lado podemos encontrar el Siyob Bazar. Vale la pena perderse por estos mercados, son ideales para desconectar con un poco de ajetreo después de tanto monumento y son perfectos para conocer el día a día de los uzbecos.
Así que nos perdimos por sus puestecitos de hortalizas, hierbas aromáticas y frutos secos. Charlamos con los dependientes, compramos, nos hicimos fotos con ellos y nos empapamos del característico mar de olores y colores de los bazares asiáticos.
Finalmente, después de comer y con el sol dando por saco en su máxima esplendor, llegamos a la famosa Plaza del Registán, el conjunto de monumentos más emblemáticos de Samarcanda, e incluso, de Uzbekistán, donde uno se siente “chiquitito chiquitito” ante semejante joya arquitectónica.
Una plaza que en los tiempos de Tamerlán acogía el mercado que convirtió esta ciudad en el centro de la famosa Ruta de la Seda y por donde pasaron ilustres personales como Marco Polo, a pesar de que, como casi todo en Uzbekistán, ha sido totalmente reconstruido. Nos comentaron que habíamos tenido suerte, pues en verano suelen instalar un escenario en medio de la plaza que impide disfrutar de su gran belleza.
3 son las madrasas que encontramos en esta plaza. La más antigua es la Madrasa Ulugh Beg, donde el propio nieto de Tamerlán enseñaba matemáticas, astronomía y filosofía.
Justo enfrente encontramos la Madrasa Sher Dor, construida en 1636 bajo el mandato de shaybánida Yalangtush y donde destacamos el impresionante mosaico de su fachada que muestra a unos leones dorados bajo el fondo azul.
Y solo nos queda la Madrasa Tilla-Kari que fue terminada en 1660 y que a diferencia de las otras dos, en su interior podemos encontrar un bonito patio lleno de tiendecitas. Su cúpula turquesa es un añadido de la época soviética y hay que destacar la impresionante decoración de azulejos dorados de su mezquita.
Al terminar la visita del Registán estábamos agotados, había sido un día muy intenso y pensamos que lo mejor era refrescarse tomando algo en un puestecito que encontramos en la misma plaza. Relajarse en la terracita con esas magníficas vistas no tiene precio y además, la puesta de sol no se hizo esperar.
Pero como nos comentaron que por la noche es también impresionante, regresamos después de cenar para ver el espectáculo. Nunca entenderé esa manía de poner focos de colores que desmerecen el encanto de los monumentos, pero además llegadas las 12 de la noche los guardas consideraron que ya habíamos sacado suficientes fotos y nos apuntaron un potente foco hacia nosotros impidiendo cualquier nueva fotografía. Gracias señores guardias por su hospitalidad…
Así terminó nuestro segundo día por tierras uzbecas, al día siguiente descubriríamos un poco más de esta milenaria ciudad y de sus alrededores.
Próxima parada Shakhrisabz, la ciudad donde nació el gran Tamerlán.