Una vez más, la semana ha empezado antes de que me dé tiempo a acabar la anterior. De vez en cuando limpio el taco de asuntos pendientes que hay sobre mi mesa, pero vuelve a crecer al antojo del intransigente calendario. Llevo toda la vida intentando mejorar en las dos temidas pes. No estoy hablando del partido político que nos gobierna, que también da mucho miedito, sino de priorizar y de procrastinar. En lo primero nunca he sido muy hábil, porque o bien empiezo por lo más fácil para quitármelo de encima, o bien antepongo asuntos que no son tan importantes para mí como otros por presiones externas a las que no he sido capaz de enfrentarme. En cuanto a procrastinar, si este verbo fuera un reino yo llevaría la corona. No hace falta decir más. Añado otra pe: quiero volver a cultivar la paciencia, aunque esté demodé, porque me doy cuenta de que cada vez siento menos esa emoción de la espera, esa anticipación con la que una juega en su cabeza. Ahora si quiero un libro me lo descargo vía wi-fi en mi kindle en menos de un minuto, si tengo que contactar con alguien le mando un veloz whatsapp, en general tengo todo lo que necesito a mi alrededor. Y sin embargo, a pesar de que todo se consiga más rápido, cada vez tengo menos tiempo. ¿Qué es lo que hago mal? Quiero ser justa conmigo y reconocer que he mejorado mucho a la hora de hacer limpieza existencial. Me he quedado solo con lo importante (mis seres queridos, mis libros, mi militancia y mi escritura) y con lo inevitable (mi trabajo) y he dejado mucha hojarasca en el camino. Ahora me toca pulir estas facetas de mi vida. Como este blog, siento que de alguna manera recomienzo en esta víspera de primavera de 2012. Tal vez se deba a que de este año se esperan tantas cosas horribles que me cae hasta bien. Siempre me he sentido atraída hacia las causas perdidas. Pretendo aliarme con las horas en lugar de enfadarme con ellas. Fluir a su ritmo en lugar de verme engullida por el remolino del destiempo.
En realidad, como siempre, está en mis manos.