Nada nuevo les cuento si digo que con la dichosa COVID-19 lo de viajar este verano se está poniendo bastante chungo. La culpa la tienen la precaria coyuntura económica derivada de la inactividad durante el confinamiento y el miedo al contagio que ha provocado el cierre de fronteras con numerosos países, frustrando así nuestra vieja y sana costumbre de aprovechar las vacaciones para conocer mundo.
Sin embargo, y aunque estoy plenamente convencido de que el rol que mejor desempeño de todos los que interpreto a lo largo del año es el de turista, no me resisto a pasar el día compungido por lo que pudo ser y no fue y, como ya han hecho otros muchos, he decidido mitigar la magua de los viajes estivales con el socorrido manual de nanoalternativas para grandes problemas (un recurso que no repara del todo la desazón pero, al menos, algo consuela).
Se lo crean o no, bajo esta premisa, en Leroy Merlín se ha incrementado la demanda de hamacas balinesas, las peluquerías no dan abasto con las peticiones de alisados japoneses y los fisioterapeutas lo están petando con el masaje tailandés. (Entiendo yo que como sucedáneo de urgencia para que los enamorados del Lejano Oriente evoquen su destino favorito).
Tal vez por esa misma regla de tres, los que tenían pensado visitar a nuestros vecinos galos han generado un aumento en la demanda de la manicura francesa entre los servicios de esteticién y que Mercadona, Alcampo y Carrefour experimenten un increíble repunte en las ventas de jabón de Marsella.
Lo mismo ocurre con las y los amantes del turismo de playa que, ante la imposibilidad de lucir moreno en Copacabana, Malibú o Varadero, se contentan con hacerse las ingles brasileñas y las mechas californianas y beber mojito cubano en el salón de casa. (Algo muy poco original, por cierto. Acuérdense de que ya en 1985 Mecano cantaba aquello de " Hawaii Bombay son dos paraísos que a veces yo me monto en mi piso").
Visto lo visto, para aquellos que tenían planeado descubrir Moscú y las ex repúblicas soviéticas les propongo que se atiborren a ensaladilla rusa y a los que querían viajar a EEUU que tomen litros de café americano en el Starbucks de la esquina hasta que lleguen tiempos mejores o Trump abandone la Casa Blanca (perdón por la redundancia).
Mientras, para los amantes de la acción y la aventura les basta con sentarse frente al televisor y contemplar la sección de sucesos con los robos por la técnica del lazo libanés o el resurgir de la estafa de las cartas nigerianas o, si lo que quieren son emociones realmente fuertes, solo tienen que conectar con las sesiones del Congreso donde encontrarán a toda suerte de políticos en su hábitat natural haciéndose los suecos y contando cuentos chinos sin parar.
Por mi parte, yo que tenía proyectado ruta de ensueño por el misterioso Lago Ness me tendré que conformar con contemplar mi monstruosa imagen con falda escocesa ante el espejo del dormitorio. En fin, otro año será.