Para los simples mortales las vacaciones de invierno no significan nada.
Después esta la gente como yo, que estudia o que tiene hijos o ambos, que siente una bocanada de aire fresco (y helado) en la mitad del año.
Dos semanas sin tener que levantarte a las siete de la mañana y salir con el mismo sol a pisar pasto congelado y escuchar dientes chocándose repetidas veces de tanto frío que hace temblar los mentoncitos.
Dos semanas sin tener que lidiar con los embotellamientos de las doce del mediodía con todas las personas que recién salen del trabajo y las escuelas y están tan desesperadas por llegar a su casa que verdaderamente no les importa nada.
Dos semanas sin merendar apurada y correr de la barra de mi cocina con el pedazo de tostada todavía en la garganta, empujándolo con café, soltando la taza en el mueble que esta al lado de la puerta, y volver tardísimo a las diez de la noche a encontrarse con el caos de la casa con un hambre voraz y mas sueño que la mierda.
Como verán, para muchos acá, de este lado de la simple mortalidad, esas dos semanas son como sacarte el quini seis.
Dormir-abrasarse-mirar películas-hornear bizcochuelos-tomar mucho café-no pensar en todas las responsabilidades.
Repetir.
Otro simbolismo de las vacaciones de invierno es el principio del fin. Se termina el séptimo mes del año y a partir de ahora estamos más cerca del 2018 que de la persona a la que besaste en el primer minuto del primer dia del 2017. Obviamente esto muta dependiendo la persona pero esta seria una de mis épocas favoritas del año: El fin.
Porque además llega la primavera, y el verano. Y los cumpleaños, y navidad, y el vitel tone. Mojarse los pies en el mar, tirar fuegos artificiales, tomar litros de terere. Hacer como que todo lo que paso en el ínterin del año nunca existió.
La vida nunca debería vivirse a menos de 20°C.