Los días ya no se desperezan, y se quedan arropados entre tus brazos, inventándose las horas en las que no vas a estar, y a través de la ventana, el mundo es aquel que imaginamos. Despertamos en la misma cama, y al abrir los ojos el exterior puede ser Nueva York nevado o una isla paradisíaca en el pacifico, nada importa entre tus brazos.
Las horas bailan inquietas entre los estallidos de la leña en el fuego y dos copas de vino que no quieren acabarse.
Los fantasmas se ahogan si me miras, y si no me vuelvo monstruo para todas mis desgracias.
No me importa amanecer sin ti, si al final acabo durmiendo arropando tu espalda.
El olor que esconde tu clavícula es mejor que el café, y la música que sale de tus manos la mejor caricia.
Y de la poesía con la que alimentamos sueños, regresarán tragedias que ríete tú de las griegas.
Que me cambiaría la piel y el alma, por seguir de vacaciones en tu mundo, donde los horizontes se visten del azul eléctrico de tus ojos, donde las mareas me arrastraron moribunda para que me hicieras renacer, donde crecen las canciones que no tienen fin para que me puedas enseñar a bailar con el pie izquierdo, donde las noches son más intensas, donde los días saben a poco, donde las lunas nos envidian, donde seguir haciendo de lo común lo extraordinario, donde algún día mis tonterías anotadas en una servilleta te vuelvan a hacer sonreír.
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