Navegando por varios blogs de viajeros españoles, he comprobado que bastantes de los que pasan por Camboya tienen alguna entrada en la que pasan por un colegio aleatoriamente y acaban “dando clase” a los chavales camboyanos por un día. Si no fuera porque el nivel de inglés del español medio deja bastante que desear, y que seguramente la clase no tenga nadie que la dirija adecuadamente, el aprovechamiento para los alumnos es prácticamente nulo.
Pero en cambio el profesor por un día se lleva una recompensa enorme (esa sensación de casi haber salvado el mundo) en relación a su aporte. Yo he estado tres meses de voluntario y creo que me ha pasado igual que a esos blogueros; me llevo mucho más de lo que creo haber aportado. Y es que, aunque el voluntariado lo hagas por los demás, tiene una parte en la que buscas una satisfacción personal.
En estos tres meses he aprendido a valorar mucho más la profesión de profesor y he comprendido lo fácil que es frustrarse y perder la ilusión por enseñar. También me he dado cuenta del mérito que tienen los voluntarios y los trabajadores que se van al culo del mundo a esforzarse mucho para que las cosas cambien aunque sea sólo un poco a mejor, a cambio de nada los primeros y recibiendo una remuneración nimia muchos de los segundos (luego hay otros que viven como Dios a costa de la miseria de los demás, lamentablemente, y voluntarios que pagan y mucho para ir a un resort con etiqueta de ONG).
En occidente estamos acostumbrados a tener muchos recursos, a hacer las cosas deprisa y a los cambios drásticos. La falta de recursos tanto materiales como humanos y de interés por parte de la gente con verdadero poder para cambiar las cosas, junto un diferente ritmo de vida, hacen que la evolución de las zonas menos favorecidas sea muy lenta a nuestros ojos, lo que puede llegar a ser desesperante si no aprendes a aceptarlo. No hay nada peor que dar toda tu ilusión y ganas para luego tener la sensación de que no han servido de nada.
Os animo a que hagáis de voluntarios por una temporada larga para que de verdad os empapéis de la experiencia, hagáis vuestro el proyecto y os sumerjáis en una cultura diferente. Aparte del sentimiento altruista y de ver las cosas desde otro ángulo, el voluntariado te permite coincidir con gente muy interesante y muy viajada. Y aunque parezca que no son vacaciones ya que tienes que “trabajar”, el desenchufar totalmente de nuestro entorno habitual hace que tu cabeza se despeje más que haciendo el típico viaje de dos semanas en el que vas estresado para que te de tiempo a ver y hacer todo lo que se supone no te puedes perder.
Si no tenéis mucho tiempo pero queréis aportar algo y sentiros bien, informaos antes de ir de los proyectos de la zona y enteraos de como podéis aportar algo de valor, ya sea vuestro conocimiento y habilidades o una pequeña donación en dinero o material. Llevarlo planeado os da como poco la misma satisfacción que hacerlo al azar una vez en el camino, pero para los destinatarios es mucho más provechoso el recibir lo que realmente necesitan.