Visto el vandalismo que asoló estos días Londres, Liverpool, Bristol y otras ciudades británicas, recordemos cómo son los barrios donde se produce ese estallido de locura destructora, en los que sólo circulan libremente las bandas de maleantes.
Algo parecido ocurrió hace unos años --y ocurrirá-- en distintas ciudades francesas y puede darse en España, donde ya se hay violentos conflictos no sólo de nativos, sino entre inmigrantes indignados de distintos orígenes: en Colmenar Viejo (Madrid) estos días, marroquíes contra latinos.
En la vieja Europa están apareciendo barrios separados racial y/o culturalmente, países independientes con choques fronterizos y leyes tribales ajenas a las del Estado.
Con normas impuestas por fanáticos religiosos, o por matones que pudiendo estudiar y trabajar, como hacen muchos de entre ellos, eligieron vivir de la asistencia social y de la delincuencia.
El buenismo habla de la ira de los “excluidos”. Una calificación que nace del paternalismo y del sentimiento de culpa socialdemócrata y del supuesto progresismo que considera a los miembros de las tribus víctimas sociales.
Mantiene la idea de la piedad judeocristiana: “Mis antepasados han pecado y yo debo pagar por ello”.
Un remordimiento beatón e infantil que aprovechan otras culturas en las que no existe tal sentimiento, y que adoptó la izquierda tras olvidar el materialismo marxista.
La suma de la paternalista caridad que es la subvención estatal sin trabajar ni producir, y de relativismo, que justifica las costumbres del “buen salvaje” –machismo, violencia, falta de respeto a personas y bienes--, fue creando guetos generadores de disturbios como los británicos. Súmese el multiculturalismo.
No hay “excluidos sociales”, sino “autoexcluidos sociales”. En el Reino Unido no hay el paro español, y quien lo desea logra un puesto de trabajo rápidamente. Además de que desprecian el estudio y el trabajo, nadie emplearía a un tipo con la conducta, presencia y automutilaciones de los pandilleros.
Son autoexcluidos, y sólo ellos son culpables. En España encajarían en una ley aprobada el 4 de agosto de 1933 por la II República presidida por el progresista Azaña, mucho antes del relativismo progre: la Ley de Vagos y Maleantes.
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SALAS