Revista Cultura y Ocio

Vais a decir que estoy loco - Andreu Martín

Publicado el 13 septiembre 2022 por Elpajaroverde
«Sé que es muy infantil, pero pienso que, si yo no veo, los otros no me ven. Como si la oscuridad que me procuro encerrándome tras los párpados sumiera en la oscuridad a todo el mundo. Al fin y al cabo, es una oscuridad agradable, porque es mía, porque me la fabrico yo. Es una ceguera voluntaria, benefactora, aterciopelada, blanda, confortable, mucho mejor que la luz que te aboca a un mundo que nunca podré abarcar, ni conocer, ni controlar, el mundo de la agorafobia, del vértigo, de la inmensidad».

Pero la oscuridad de Francesc Ascás no es agradable. Bueno, tal vez lo sea, lo que es seguro es que no es voluntaria. Pero, sí, concedo que los episodios de narcolepsia que sufre Frank, «esas benditas ganas de dormir que representan la oportunidad de huir de los conflictos», representan para él «el placer de volver al útero, al líquido amniótico, bucear, volar ingrávido por encima de la nada». 

Bueno, no puedo culpar a Frank. Quién no necesita de vez en cuando un refugio en el que sentirse seguro. Lo que ocurre es que a Frank no solo le invaden episodios de sueño incontenible. A veces le pasa que se aturulla y habla muy deprisa. Le sucede «cuando me angustio, cuando la vida se me pone difícil». Así se lo dice al psiquiatra. Porque, sí, Frank acude desde hace tiempo a una psiquiatra, a una doctora que para él es como su hada madrina. Pero no es a ella a la que le explica cuándo se le desbordan las palabras, sino que cuando así se expresa está respondiendo a las preguntas de un psiquiatra desconocido, un médico que ha de determinar si Frank está o no en condiciones de declarar en un juzgado.

Vais a decir que estoy loco - Andreu MartínSí, decididamente a Frank la vida se le ha puesto difícil. La policía ha ido a su casa. Él se ha sentido atacado desde el primer momento. A Blanca la han asesinado la noche anterior. Era su vecina, su amiga. Y él es el loco de la escalera. No hay que ser tonto para atar cabos y saber a quién van a cargarle el muerto. Y Frank estará loco, pero tonto no es.

Vale, igual hubiera tenido que empezar contándoos lo de Blanca y no empezar así, de cualquier manera y siguiendo un orden errático. Pero os puedo asegurar que donde vosotros tal vez solo veáis desorden yo encuentro orden. No sé si me entendéis. A veces se me antoja que soy una incomprendida. Me siento un poco como Frank cuando descubre el desaguisado que ha dejado la policía tras registrar su apartamento. «Lo cambiaron todo de sitio, lo cambiaron todo. Como no entendían mi orden, creyeron que no había ningún orden. Como yo era un loco, mi desorden mental solo podía producir desorden a mi alrededor».

Pero, oye, que yo no estoy loca ni tengo ningún desorden mental. Vaya, no tendría que haber dicho eso. «Todo el mundo sabe que los locos siempre dicen que no lo están, de manera que cuando uno dice que no está loco, enseguida piensan que está como una cabra». Pero, qué queréis que os diga, hoy me siento un poco como los locos y los borrachos, que siempre dicen la verdad. Sí, sí, «todo el mundo sabe que el alcohol desinhibe a las personas. Vivimos inhibidos, que quiere decir reprimidos; callamos muchas cosas porque somos educados y prudentes, porque queremos quedar bien, para no ofender, porque queremos parecer buenas personas. Pero el alcohol hace que nos relajemos, que nos importe una mierda lo que piensen de nosotros, y es entonces cuando decimos la verdad».La locura, en cambio,... Uf, Frank no se puede relajar. Todo el rato tiene que estar disimulando, negando que oye voces. Hasta con sus amigos, que lo aceptan y le muestran simpatía, no puede mostrarse cien por cien como es, pues no quiere que lo compadezcan. Pero lo peor es con los simplemente conocidos o desconocidos, como cuando, por ejemplo, va al bar del barrio y nota como se desvanecen las conversaciones y se hace el silencio cuando entra por la puerta. Mira, el loco del barrio.

Y es que «la locura da mucho miedo porque todo el mundo sabe que, de una manera u otra, la lleva en su interior». Yo no la siento dentro (ups, ya he caído otra vez en el excusatio non petita, accusatio manifesta), pero, en aras de seguir diciendo la verdad, he de decir que he sentido reconocibles algunos de los otros mundos de Frances Ascás. «Hay otros mundos y están en este, dijo Paul Éluard. Lo que no dijo Éluard es que, si eres capaz de ver y vivir esos mundos, te llaman loco y te marcan con la cruz de la mierda. Hay aviones, y coches, y camiones, y motos, y martillos hidráulicos, y perforadoras, y generadores, y gritos de miles de víctimas angustiadas, y los peatones fingen que no oyen nada, todos embobados con sus móviles y sus tabletas. No quieren oír el alboroto y no quieren ver los demonios reptilianos y venenosos que corren entre sus piernas». Pues sí, cruzar la calle puede ser como atravesar la jungla, pero vamos todos tan cabizbajos y ensimismados en nuestras pantallas que ni nos enteramos. Igualmente, la boca hacia una estación de metro puede ser la entrada a una especie de inframundo. Sobre algo así escribió un relato Julio Cortázar y Olga Tokarczuk cuenta una historia en Los errantes y a ellos nadie los tilda de locos. Es más, a la segunda incluso le han dado el Nobel. Y es que «el metro es un dragón feroz que entra violento, estrepitoso y huracanado con ansias asesinas, ciego de hambre. Lo acompaña un vendaval sobrenatural y absorbente: los viajeros tenemos que agarrarnos fuerte para no vernos arrastrados por semejante acometida, pero fingimos que no nos afecta porque un día nos convencieron de que manifestar miedo era humillante. Somos gente resignada porque sabemos que no podemos huir de la voracidad del monstruo y, cuando este abre las cien bocas que tiene a lo largo de su cuerpo de ofidio, voluntariamente permitimos que nos trague».

Pero, tranquilos, que no cunda el pánico. Os aseguro que no veo demonios reptilianos ni monstruos ni dragones. Soy perfectamente capaz de diferenciar la realidad de esos otros mundos, así como también lo es Frank de diferenciar entre la realidad y sus mundos. ¿O no? La verdad que cuantas más cosas me cuenta Ascás más dudas me van entrando. Ay, Frank, perdóname, pero es que hay veces que no sé si lo que me cuentas es verdad. Que sí, que sí, que sé que es tu verdad, pero hay cosas que no sé si solo las ves y las oyes tú. Claro que yo las he visto y escuchado contigo. Menudo cacao maravillao tienes en esa cabeza tuya. Menudo cacao tengo ahora mismo yo. Vais a decir que estoy loca.

Vais a decir que estoy loco - Andreu Martín

Barbie Wapamante y Ken Wapamante son personajes de los comics que dibuja Frank Ascás
Fotografía de Fake Royalty bajo licencia CC BY 2.0


Bueno, venga, va. Voy a ser buena y poner un poco de orden para las mentes más obtusas (perdón, para las más cuerdas). Voy a empezar por el principio de esta novela. Ahí tenemos a Frank recién despertado tras la noche de autos, es decir, de la muerte de Blanca. Ahí lo tenemos queriendo recordar que la noche pasada Ada Maga se dirigió a él. Ada Maga es una bruja que echa las cartas por televisión. Y ahí va que en una de estas mira a Frank directamente desde la pantalla del televisor y le saca la carta del Loco. No hay que ser muy adivina para eso, estaréis pensando. Pues no, pero démosle un voto de confianza a Ada, que después le saca más cartas y le hace una especie de profecía que tendremos que ver si se cumple o no. El caso es que Frank se queda pillado mirando a Ada desde el otro lado de la pantalla y yo me quedo pillada y pensando —supongo que porque también aparece una especie de pitonisa (astróloga, más bien)— en la novela Pieza única. Me acordaré alguna otra vez —salvando las distancias— del libro de Milorad Pavićdurante esta lectura, me imagino que porque ambas son historias delirantes. Pero, independientemente de esto, el caso es que sigo pillada porque la verdad es que esta novela me coge desde el principio y no me suelta hasta el final.

Ya que me he comprometido con vosotros a decir la verdad, he de decir que el anterior es el comienzo de la novela de la que he venido a hablaros hoy, pero no el principio de mi relación con ella ni con Andreu Martín, su autor. De Vais a decir que estoy loco supe por la reseña que de ella hiciera en su blog Rosa Berros, así que desde aquí mi agradecimiento, pues de otra manera no me hubiera fijado en esta novela. A Andreu Martín, aunque no lo recordaba, lo había leído con anterioridad. El catalán es conocido por sus novelas negras y policiacas, pero también ha hecho sus pinitos en la literatura juvenil. Una de esas novelas destinada a los lectores más jóvenes, que escribió codo a codo con Jaume Ribera, es No pidas sardina fuera de temporada, la cual los profesores de lengua española de primero de BUP del instituto de educación secundaria en el que estudié tuvieron a bien hacer leer a sus alumnos en el año 1992. Poco os puedo contar de esa lectura tan lejana en el tiempo. Recuerdo más de las actividades llevadas a cabo en torno a la misma que de la trama de la novela en sí. Lo que sí recuerdo es que la disfruté mucho y que me divertí mucho leyéndola.

Treinta años después, he vuelto a disfrutar y a divertirme mucho leyendo una novela de Andreu Martín. Poco, nuevamente, puedo contaros del Martín de No pidas sardina fuera de temporada. Más puedo deciros del de la novela que nos ocupa. Su estilo narrativo es directo y muy ágil y sabe adecuarse a los momentos de crisis de Francesc Ascás, esos en los que la vida se le pone difícil, transmitiéndonos así a la perfección su confusión y desazón. También hay delirios de Frank que son inocuos, absurdos y surrealistas y que me sacan más de una sonrisa. Esto último, unido al tono desenfadado con el que el protagonista, que también es el narrador, nos cuenta sus desventuras, es lo que ha hecho que disfrutara de esta lectura como de aquella otra anterior del autor, es decir, como si fuera una niña.

Los niños son esos locos bajitos, que diría Serrat. De los niños también se afirma que dicen siempre la verdad. Y verdad verdadera es que en esta novela hay muchísimas referencias culturales: música, cine, cómics e incluso demonología. Sí, sí, aparece el mismísimo Lucifer. ¿No me creéis? No sé por qué. Al fin y al cabo, Lucifer «es el demonio de la luz, el que trajo la luz de la ilustración, la ciencia y la sabiduría a las tinieblas malditas de la Iglesia medieval. Es el demonio que desvanece la fe y que permite que las personas piensen, se cuestionen los dogmas y las propuestas irracionales de la religión. Es el demonio más peligroso para la Iglesia, el más perseguido, el más abominado», como abominados son los locos para la iglesia de la cordura en la que la mayoría militamos. La locura tiene su propia luz. Es la luz negra, como me enseñó Lucile, madre de la escritora Delphine de Vigan. Y es que la locura tiene su propia lucidez. 

Vais a decir que estoy loco - Andreu Martín

Death Tarot Card, fotografía de Psychic 2Tarot (www.psychic2tarot.com) bajo licencia CC BY 2.0

Vale, reconozco que me estoy viniendo arriba. Ya sé, la mente de Frank se adentra en unos territorios que..., bueno, muy muy lúcido no parece que esté. Pero, qué queréis que os diga, Frank me ha ganado para su causa. Y no, no voy a decir que su causa sea la locura, que tampoco se me va tanto la olla. Pero poneos en situación: Frank tiene veintiún años, vive solo en su apartamento, su única familia son una tía y un tío paternos que prefieren mantenerlo a distancia y le pasan una pensión para aliviar su conciencia, y sus únicos amigos pertenecen a su ámbito profesional (Frank trabaja como dibujante de cómics y creador de historietas). Ah, bueno, y también Blanca. La vecina, la muerta, la asesinada. Ella también era su amiga. No es que me haya olvidado de ella, es solo que... A ver cómo digo esto sin que suene raro. El caso es que estoy más interesada en hacerle justicia a Frank que a su vecina. Hala, ya lo he dicho. Pero sí, sí, sabremos quién la mató. Yo quiero pensar que no ha sido Frank. Deseo con todas mis fuerzas que no haya sido él porque, si ha sido él, entonces no es solo que Frank esté loco sino que además es peligroso. Y entonces yo tengo que volver a la iglesia de los cuerdos y entonces Frank y yo ya no estamos en el mismo bando y entonces a ver yo qué hago porque a Frank yo ya lo quiero lo quiero con sus locuras y todo pero si es capaz de matar cómo lo voy a querer yo con eso. Y es que, a veces, me asaltan las dudas y pienso que igual fue Frank quien mató a Blanca. Pero no quiero. No quiero ni pensarlo. Quisiera cerrar los ojos, apagar la luz, no saber nada, volver, como siente Frank que hace cuando cierra los suyos, al útero materno, volver allí con Frank y arrullarlo en líquido amniótico, acunar al loco de la escalera, al loco del barrio, al que ni siquiera con sus amigos puede compartir lo que solo él escucha y ve, al que siempre ha de volver solo a su apartamento, al que me confiesa que «la soledad es un ácido que me disuelve el alma. Me quema y me vacía el cuerpo al mismo tiempo. A veces, me provoca diarrea y unas irreprimibles ganas de llorar». Cómo no voy a querer a Frank, si me lo está pidiendo a gritos mudos.

Andreu Martín se ha marcado un personaje difícil de olvidar que cala hondo y con el que consigue humanizar y personalizar a los enfermos mentales, tal y como hiciera Nathan Filer en su novela La luna no está. Los protagonistas de las historietas de Francesc Ascás se llaman Karakulum y Malpa, de Malparido. «Los dos luchan contra la dictadura de la belleza del mundo, la dictadura más despiadada y cruel que existe desde que el mundo es mundo. Desde el principio de los tiempos, la gente guapa, la beautiful people, ha marginado a los feos, los ha confinado al rincón más despreciable de la historia, los ha expulsado de los centros de poder hasta anular su presencia, hasta identificarlos con los pobres más pobres. Karakulum y Malpa luchan a muerte contra la tiranía de los guapos» y Andreu Martín y Francesc Ascás luchan lápiz en mano contra la tiranía de la homogeneidad y del orden establecido, de ese orden que encuentra ilógico el orden del apartamento de Frank sin sospechar —los sacerdotes de ese orden— que tal vez Frank esté más aterrorizado del orden del mundo que ellos —nosotros— de su desorden mental. Y es que a Frank le «abruman la decadencia, la soledad y la tristeza. El espacio sin vida me produce vértigo, me absorbe, como contemplar la infinidad del mar desde un acantilado sin balaustrada. Ahora entiendo que el laberinto de estanterías que llenaba mi piso era un intento desesperado de poner barandas al horizonte».

La realidad puede ser extraña e incomprensible. Nos abstraemos de ella con mil trucos como el del peatón que cruza la ciudad absorto en su móvil o el del pasajero del metro que, resignado, se deja devorar antes que revelar su miedo. La realidad puede ser cruel. Aliena, margina, condena, te marca con la cruz de la mierda. No sé por qué nos extraña tanto la enajenación. No sé por qué estigmatizamos esa oscuridad que es cárcel y refugio, como si la realidad no fuese tantas veces otra cárcel. Vais a decir que estoy loca, pero a veces pienso que lo raro es mantenerse cuerdo.

«Me decido a abrir los ojos, aunque sé que el mundo que encontraré ahí afuera nunca será tan completo, tranquilizador, cómodo y sensato como la bendita oscuridad de donde vengo.Abro los ojos y, como siempre, hay demasiada luz. Una luz hiriente que, como siempre pasa con la luz, me impide ver nada».

Vais a decir que estoy loco - Andreu Martín

Las tres Marías en la tumba, obra de Nikolaus Haberschrack
Trabajo en dominio público


Ficha del libro:Título: Vais a decir que estoy locoAutor: Andreu MartínEditorial: AlrevésAño de publicación: 2021Nº de páginas: 224ISBN: 978-84-17847-84-5
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