Desde que el peculiar “Mou” aterrizó en el Bernabéu, la salida de Jorge Valdano no fue más que la crónica de una muerte anunciada. D. José, el silencioso ayudante o segundo entrenador del Barcelona, no podía consentir que alguien ocupase con derecho propio, una mínima parte de la atención que dedican los medios al club, y tampoco las intrigas del argentino en Chamartín, que supo mantenerse con distintos presidentes y técnicos. Me apena Valdano. El pobre solo percibirá unos seis millones de euros por lo que le restaba de contrato, al margen de los emolumentos que hubiese tenido como técnico y como jugador en el pasado. Me lo imagino buscando piso en Vallecas o Alcobendas y con los típicos apuros para llegar a fin de mes. El único mérito de D. Jorge, ha sido dar patadas a un balón y hablar de fútbol como si de política internacional se tratase, sobre todo, dándole la misma importancia; el éxito lo tenía asegurado en países como el suyo, o en el nuestro, en el que el periódico de ámbito nacional y mayor tirada, sigue siendo el Marca. Los sindicatos pueden vivir tranquilos mientras haya un Madrid Barça en el horizonte inmediato; el número de parados puede aumentar, la economía hundirse, las familias perder el bienestar social que disfrutaban hace pocos años; aunque las estadísticas demuestren que la preocupación de los españoles es el paro o el terrorismo, la realidad demuestra que las conversaciones a pie de calle, versan sobre el fútbol y no sobre los problemas reales de la ciudadanía. El espíritu de Roma no está en el mármol del senado, sino en la arena del coliseo. Tenían razón en la película(*).
(*) Gladiator, Ridley Scott, 2.000