Revista Libros
Paul Valéry.El cementerio marino.Traducción de Héctor E. Ciocchiniy Héctor Blas González.Linteo. Orense, 2001.
Ese techo tranquilo que surcan las palomas,
Entre Pinos palpita, entre las tumbas;
¡Mediodía, el justo, recrea allí con fuegos
El mar, el mar, siempre recomenzado!
¡Oh recompensa tras un pensamiento,
Contemplar largamente la calma de los dioses!
Así comienza, en la traducción para Linteo de Héctor E. Ciocchini y Héctor Blas González, El cementerio marino, una cima del simbolismo y de la poesía pura levantada sobre la música y sobre la imagen, esos dos pilares fundamentales de la expresión poética.
Fue al principio sólo una figura rítmica vacía y obsesiva, un molde musical decasilábico en el que Valéry proyecto luego su mundo espiritual a partir de la imagen luminosa del cementerio de Séte colgado sobre el Mediterráneo.
En el paso de la contemplación a la creación, Valéry construyó sobre ese planteamiento un poema de estructura musical, compuesto como una partitura con tema y variaciones según un meditado sistema de correspondencias y contrastes que desarrollan la tensión sostenida entre contrarios: el fondo y la forma, el tiempo y la eternidad, la tierra y el cielo, el viento y el mar, el ser y la nada.
Es la poesía como revelación creadora de sentido, como ese medio de ampliacion del campo de lo posible que aparece en la cita de Píndaro que aparece al frente de esta obra mayor de la poesía del siglo XX.
Con el impulso de la ética de la forma a la que se encomendó siempre Valéry, El cementerio marino hace de la creación poética un medio de expresión de lo inefable, sitúa el texto en una condición distante de la de la prosa y persigue la armonía y el equilibrio entre la sintaxis, el ritmo del verso y las ideas que reivindican su propia voz y desencadenan la imágenes que representan la resonancia interior de un mundo que se hace palabra en el poema.
Libro mediterráneo emparentado tonalmente con la tragedia griega, El cementerio marino exige del lector una actitud de silencio interior para acceder a la obra de Valéry antes de dejarse invadir por la música de un texto que, “al margen de sus comentaristas, es uno de los poemas que como toda verdadera poesía mantiene intacto su secreto,” como explica Héctor E. Ciocchini en su introducción, Valéry, indagador del silencio y el secreto.
Desde su publicación en 1920 esta cumbre de la poesía universal ha generado muchas traducciones al español. La de Jorge Guillén para Revista de Occidente fue la más temprana y la más conocida. A ellas se suma esta que publicó hace años Linteo en una delicada edición que incorpora ilustraciones alusivas a su sentido clásico, que se explica en un apéndice de explicación iconográfica.
Una introducción general a la obra de Valéry y un ensayo de interpretación del texto además del importante despliegue de notas que dilucidan las claves simbólicas del texto son valores añadidos a la magnífica edición de esta oda que podría interpretarse como un exorcismo a la muerte, que se cumple en la última estrofa:
¡El viento se levanta!... ¡Tratemos de vivir!
¡El aire inmenso abre y cierra mi libro.
La ola en polvo osa brotar de entre las rocas!
¡Volad páginas, así, tan deslumbradas!
¡Romped, olas, aguas regocijadas,
Ese techo tranquilo que picoteaban foques.
Santos Domínguez