Revista Cultura y Ocio

Valldemosa o las dos soledades (I)

Publicado el 20 abril 2011 por Avellanal

Siempre cuerda, hasta en sus desvaríos, George Sand se da cuenta de que la vida en común con su última conquista, no podía comenzar en París ni en Nohant-Vic, donde la maledicencia provinciana y Casimir, el marido abandonado, podrían traer inconenientes. Algunos amigos les hablaron, al comenzar el invierno, de Palma de Mallorca, donde la vida era barata, y más barato todavía resultaba el espléndido sol mediterráneo. Sin inquirir detalles (luego se arrepintieron de no haberlo hecho) fue decidido el viaje. Chopin iría por un lado; por el otro, Aurore con sus hijos y su mucama. Se encontraron en Pepignan para viajar desde Barcelona hasta Palma en un humilde barquito.

Aunque ni Chopin ni su amante se dieron cuenta, ahogando en optimismo las evidencias y las contradicciones de los médicos, el músico ya estaba seriamente afectado de la tuberculosis pulmonar que lo mataría once años más tarde, seguramente una forma fibrosa de la enfermedad. Habían salido de París con la niebla invernal, con el crudo frío de octubre y llegaban a una isla radiante de rayos solares. George Sand ha relato con bastante detalle, en Un invierno en Mallorca, los pormenores de su llegada y permanencia en la isla. El libro no es muy útil para estudiar a Mallorca, pero sí para conocer intimidades de aquella célebre temporada invernal. Por supuesto que su descripción de los mallorquines le prohibió cualquier futuro viaje a la isla: ¡tantas pinceladas satíricas acumuló (verdaderas, según dicen, algunas, pero injustas o inventadas la mayoría) en el libro!

Valldemosa o las dos soledades (I)

A poco de instalada la pintoresca troupe, un Chopin optimista le escribe a un amigo: Me encuentro en Palma bajo las palmeras, los cedros, los áloes, los naranjos y limones, las higueras y los granados. El cielo es de turquesa, el mar de lapislázuli; las montañas de esmeralda. ¿Y el aire? Lo mismo que el cielo. Hay sol durante el día, todo el mundo se viste como si fuera verano, y hace calor; por la noche cantos y guitarras durante horas enteras… En fin, una vida admirable.

El paraíso que pintaba Chopin pronto se trocó en infierno. Después de mucho andar, dado que casi nadie quería alquilarle vivienda a extranjeros, consiguieron de un cierto señor Gómez una casa con pobrísimo moblaje en las afueras de Palma. Llamábanla Son’ Vent (la Casa del Viento), y el nombre rápidamente se hizo realidad. De forma brusca se iniciaron las lluvias y, con ellas, la situación idílica se volvió crítica. Carecían de chimeneas para la calefacción, y el humo de los braseros impedía respirar, sobre todo al enfermo; los frágiles muros dejaron pasar la humedad; la pintura hizo burbujas y, el peor de los males, la tos de Chopin, denunciaba su tuberculosis a la distancia. El señor Gómez, aterrorizado, los puso de patitas en la calle sin mediar mucha explicación. Felizmente, supieron de la existencia de la Cartuja de Valldemosa. A tres de sus celdas contiguas trasladaron su bártulos y se acomodaron como pudieron.


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