Hoy hace 220 años un intercambio de cañonazos cambió la historia. Los ejércitos profesionales de Austria y Prusia dieron media vuelta ante la resistencia y el valor de los voluntarios franceses y abandonaron su objetivo de conquistar París y de derrocar al gobierno de la Revolución. Francia y su constitución estaban salvados, y con ellos el proceso revolucionario que había comenzado en 1789.
Si los revolucionarios franceses no hubieran ganado en Valmy es muy posible que la Revolución hubiera sido aplastada. No habría habido más "Libertad, Igualdad y Fraternidad" y la historia hubiera sido muy diferente.
El camino a esa batalla comenzó en abril de 1792, cuando el Imperio Austriaco declaró la guerra a Francia. Ambos países habían sellado una alianza muchos años antes que terminaba con su tradicional enemistad. Incluso la entonces emperatriz austriaca María Teresa de Habsburgo envió en 1770 a su hija María Antonieta a tierras francesas para casarse con el futuro rey Luis XVI. Sin embargo, 22 años después de ese matrimonio las cosas habían cambiado bastante. Luis XVI y su esposa eran reyes, pero no de Francia sino de los franceses, un importante matiz que se debía a un proceso político espectacular que había comenzado en 1789.
Ese año el rey todavía lo era de Francia, un reino en la ruina por sus continuas guerras contra Gran Bretaña. La última, la de la independencia de las colonias americanas, se había saldado con la derrota inglesa y el nacimiento de los Estados Unidos, pero también con la bancarrota de Francia. Las malas cosechas y la hambruna resultante fueron a sumar más razones de preocupación para la corte que necesitaba dinero desesperadamente.
Desde tiempos de Luis XIV, el ‘Rey Sol’, la monarquía se consideraba a sí misma absoluta. Solamente se legitimaba ante Dios y nadie más. Es decir, sólo Dios podía dar órdenes al rey, y éste lo era porque Dios quería, por lo que sus órdenes y deseos eran leyes por voluntad divina. Un argumento muy poderoso en una sociedad ignorante y analfabeta, y que servía para que el rey gobernara al margen de las antiguas instituciones de origen medieval que recordaban a aquellos tiempos en los que el monarca era sólo el más poderoso entre iguales.
La institución más importante, la que reunía a los diferentes niveles sociales, eran los Estados Generales formados por el clero, la nobleza y el llamado “Tercer Estado” formado por todos aquellos que no eran sacerdotes ni aristócratas, es decir, desde ricos comerciantes hasta campesinos. La situación en 1789 era tan desesperada que Luis XVI se vio obligado a convocar a los Estados Generales para pedirles dinero. Y entonces pasó lo increíble.
Rey “de los franceses”
Luis XVI.
La burguesía, que controlaba el Tercer Estado, puso una serie de condiciones. Se debían realizar una serie de reformas en el reino que acabaron por ser apoyadas también por los nobles y los sacerdotes y que el rey no tuvo más remedio que aceptar. La reforma más importante era el reconocimiento de que la soberanía recaía en la nación y no en la ‘voluntad divina’ como antes. Luis XVI dejaba a sí de ser rey de Francia y se convertía en monarca “de los franceses” que también iban a contar con una Constitución: una serie de leyes que estaban por encima de la voluntad de todos los franceses, incluido el rey.Esto cayó como una bomba en las demás cortes absolutistas europeas que temían un contagio revolucionario en sus casas. Pero especialmente duro cayó en Austria, donde el nuevo emperador desde 1790, Leopoldo II, temía por el futuro de su hermana María Antonieta. Sin embargo el mismo Luis XVI jugaba un doble juego aceptando, aparentemente, el papel de monarca constitucional mientras de manera discreta pedía auxilio a las demás cortes europeas. La traición de la familia real se confirmó cuando en junio de 1791 fue descubierta mientras trataba de huir de Francia. Fueron detenidos y devueltos a París.
La Revolución no se volvió a fiar más del rey, lo que provocó que las monarquías europeas temieran por su vida y trataran de rescatarlo. Estalló la guerra, pero los reyes consiguieron lo contrario de lo que se proponían.
La nación en armas.
La guerra entre la Revolución y las monarquías hizo incompatible que Francia tuviera un rey. Simplemente no era posible mantener como jefe del estado a un personaje que los enemigos decían que iban a liberar. Estalló un motín y el pueblo de París asaltó el palacio real de las Tullerías el 10 de agosto de 1792. Tres días después Luis XVI fue formalmente depuesto y detenido. Francia se había convertido en una república.Austria y Prusia contestaron invadiendo Francia el 18 de agosto y avanzando hacia París. Sus soldados eran profesionales a los que se habían unido muchos nobles franceses exiliados. Pensaban que podían vencer sin mucho esfuerzo a las tropas revolucionarias. Éstas eran una masa de voluntarios y conscriptos reclutados para defender la Revolución: “La levée en masse”, la nación en armas. Fue la primera vez desde la Antigüedad que los ciudadanos acudían a las armas frente a los mercenarios de las monarquías. Sin embargo, al principio fueron muy inferiores y perdieron todas las batallas.
El ejército francés era una mezcla de revolucionarios sin experiencia militar pero una moral muy alta, y de antiguos oficiales y soldados del ejército real cuya lealtad no estaba garantizada. Pero ganó el tesón y la capacidad de resistencia de los voluntarios revolucionarios. Así, el 20 de septiembre de 1792, en la aldea de Valmy, los austriacos y prusianos fueron derrotados. Dieron media vuelta y salieron de Francia, que pasó de estar a la defensiva a exportar la Revolución al resto de Europa.
Por su parte, Luis XVI fue decapitado cuatro meses después, el 21 de enero de 1793, acusado de traición.