Revista Opinión
Valor era lo que a todos los españoles se nos suponía en nuestro paso por 'la mili' cuando era obligatoria. Así, en esa especie de certificado que era la cartilla militar, lo declaraba de forma más o menos pomposa, - valor: se le supone. Y es que cuando nos hacían 'hombres' en tiempos de 'no guerras', demostrar el valor, eso sí, viril, no se podía haciendo imaginarias, servicios de limpieza o guardias sin enemigos a la vista, pero de alguna manera nos tenían que dar el título de valiente.
Valor también es una marca de chocolates,- no tiene nada que ver, pero no podía pasar por alto el dato-, con sus eslóganes inquietantes, del 'soy diferente' de los años 60, al 'placer adulto' de los últimos años, curioso ¿no?.
Valor de valer, valor de las cosas en función de los que nos cuesta su adquisición, y que 'no hay que confundir con precio'. Pero la palabra es poliédrica, polifacética y hasta polifónica, si es que las palabras pueden ser tantas cosas a la vez.
Valer de utilidad, 'grado de utilidad o aptitud de las cosas', lo define la Rae, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite. ¿Para qué valen las cosas? A veces para fines no declarados, ocultos, pero conviene hacerse la pregunta, aunque solo sea para saber de lo que estamos hablando.
¿Para qué sirve un delegado de gobierno en una comunidad, en una provincia? Pues si tomamos el caso de Cádiz, donde le roban toneladas de droga que custodia, - y estamos a verlas venir-, si se escapan condenados a prisión, si solo vale para actuar de publicista, y malo, del partido en el gobierno central, pues si se fuera a su casa nos ahorraríamos dinero y espectáculos bochornosos.
Sin salir de Cádiz, ¿para qué sirve la Diputación? Con una administración central y autonómica provincial, con delegados y delegaciones de casi todo, en una provincia sin acabar, con sistemas y redes de comunicación del siglo XXI, solo se me ocurre una cosa, para colocar y mantener cuotas de familia del partido en el poder, para pagar servicios prestados a candidatos perdedores en sus ciudades y pueblos, en definitiva para poco de lo que a la ciudadanía importa, aunque sea ésta quien al final paga.
Cosa diferente es el Senado, estamento ya viejuno por definición. Pero que, utilizando un término acuñado por Amparo Rubiales, recoge a los 'deshechos' o 'descartes' locales y provincianos, para que no pasen frío, sigan comiendo de los presupuestos generales y posibilitarles viajes a la capital que costeemos entre todos, quién sabe para qué.. Ejemplos, como las meigas, haberlos haylos, Rita Barberá, el ex José Griñan, el gaditano PPBlas, o el flamante candidato del PSOE por la provincia de Cádiz Francisco Cabañas, que han sido o posiblemente sean senadores en la Villa y Corte, sin túnica, eso sí.
Solo son tres ejemplos, seguro que habrá más, pero ¿a que si desaparecen, casi de un día para otro, la vida seguiría más o menos igual, pero con más decencia?