Parece un anuncio, sí, aunque en realidad es una toma de posición. Alguien me ha achacado un criterio algo dispar a la hora de calificar los libros (cada uno frente a todos los demás) en cuanto a que parezco valorar igual, o incluso mejor, libros que son de peor calidad literaria según todo el mundo (todo el mundo dentro del estamento estudioso y crítico de la literatura, entiendo) sabe. Hecho curioso, por cierto, pues también hay quien me tiene por lectora estirada (culpa de mi reacción a veces prejuiciosa ante determinados libros, confieso) o incluso desordenada (aquí les doy toda la razón).
Para empezar, no me gusta lo absoluto (sí/no, blanco/negro, malo/bueno). La vida está llena de términos medios que, por lo general, resultan mucho más cotidianos que los extremos y no me siento lo bastante lúcida como para definir cualitativamente dónde situar cada uno de ellos. Eso se lo dejo al Coco de Barrio Sésamo. Además, creo que a la hora de valorar algo hay que compararlo con lo que le es similar, lo que está dentro de su misma especie o gama, para mantener unas ciertas condiciones de ecuanimidad. Podrían ponerse cientos de ejemplos, pero pondré uno muy familiar: comer en restaurantes.
Hay restaurantes de todo tipo, desde los más sofisticados donde chefs llenos de creatividad convierten la cocina en un experimento hasta los más sencillos, mesones tradicionales e incluso bares de barrio, cuyas croquetas no desmerecen a las de tu abuela. Cada uno de ellos puede resultar mejor o peor, dentro de su categoría, pero no se me ocurriría compararlos. Si degusto una «nebulosa de azúcar especiada sobre natilla semicuajada de hongos al toque de arándano» en “Chez Mariette”, la juzgaré en función de la armonía o el contraste de sabores, la textura y la presentación. Si disfruto de un redondo de ternera en salsa con verdura y puré de patata en “Casa Mariuca”, lo juzgaré en función del punto de cocción (y su parecido con el de mi madre, me temo). Lo que no haré jamás es poner al mismo nivel las exquisiteces de diseño del primero con la convencional rotundez del segundo y juzgar con el mismo baremo. No es proporcionado.
De la misma manera valoro los libros. No podría comparar un drama existencial con una intriga policíaca, una novela francesa del siglo XVIII con una colección de relatos estadounidenses de los años 40, Cervantes con Woolf o Chéjov con Tolkien. Más que desproporcionado lo encuentro, casi, un despropósito. Por eso los califico dentro de su género y su estilo, desde la perspectiva que dan treinta y siete años de lectura hambrienta de aprendizaje. Sé que a mi espíritu crítico le falta erudición y le sobra impresionabilidad, pero tampoco intento parecer más de lo que soy: una lectora con opinión propia.
*Voy a tenerle que dar la razón a mi madre cuando dice que me gusta llevar la contraria porque, en este pequeño alegato de defensa como “opinadora” de libros, he llevado el orden inverso al título: un primer párrafo con matizaciones, el segundo hablando de equilibrio, el tercero desarrollando comparativas y el último con la conclusión valorativa. Mamá, no me leas, esto ha sido un accidente…