Revista Humor

¡VAMOS DE PRIMERA COMUNIÓN! (parte 1ª)

Por Puramariacreatriva

¡VAMOS DE PRIMERA COMUNIÓN! (parte 1ª)

 

A estas alturas, tengo una amiga menos.

Seguro.

No hace falta ser adivina ni haber aprobado con nota uno de esos máster-saca-dinero sobre autoconocimiento, solo es necesario recordar el expediente equis al que he llevado, accidentalmente, a mi amiga Joyce este fin de semana.

Joyce, pronunciado “joooiz”, como ella aclara cada dos por tres, es holandesa y protestante, alta como un pino holandés, de cabellos rizados y abundantes y un gesto que, yo creo, se le quedó impreso, como si se tratase de una mujer-sello, el primer que fue a una comida de navidad aquí, en España, nada más aterrizar en este país “donde son las pegsonas las que atrogpellan a las bicigletas”. Es especial. Conectamos desde el primer día, casi como un puerto USB y esa oquedad que tienen los ordenadores donde encaja perfectamente. Cualquiera que nos viese diría que somos muy diferentes: yo no soy alta como un pino holandés, ni siquiera “alta y delgada como mi madre” pero, como ella , soy bastante protestante…protestar es algo que, según mi Adán, he logrado encumbrar en el top 10 de mis “habilidades”.

Hace diez años que Joyce intenta, no sé yo si con mucha voluntad, españolizagse a la vez que sobrevivir a las paradojas culturales con que se va encontrando. Supongo que, con su mente racional, dedujo que al contraer matrimonio con Antonio, un “español que le gobó el algma”, el proceso españolización sería algo así como el proceso de preparación del té. Ella se españolizaría-y-olé por infusión, cada vez que Antonio le sacase a la calle a españolera y tapear (esta palabra es una de las pocas que  Joyce pronuncia en español perfecto, junto a una de sus expresiones preferidas: “esto es de puta pena”), pero, mucho me temo que con el acontecimiento al que Joyce ha asistido, por acompañarme, y en un rasgo de amistad, las relaciones Holanda – España se han terminado forever.

Os lo cuento antes de que el incidente desemboque en un caos político y salgamos, mi familia, mi sobrino, ella y yo en la CNN…

El domingo pasado fue la primera comunión de mi sobrino y creo que va a ser la última, porque, según Joyce, los “españoles hazemos pasag a los niños pog expegiencias ingleiblemente tgaumáticas”. Joder, ahora que estoy intentando transcribir las palabras de Joyce, y experimentar el cansancio de tanta “g” en lugag de “ege”, “r”, empiezo a entender dos cosas: primero, por qué en las comidas-interminables-de-amigos-que-hablan-mucho-y-se-dicen-poco, mi amiga no habla casi nada y, en segundo lugar, lo mal que lo pasó ese tío de la monarquía inglesa, con señora adosada que le llevaba al logopeda para que el peblo le “entendiega”.

Cuando la recogí con el coche, ya empezó a gestarse en su rostro una extraña expresión que le daba un aspecto belmez más que holandés. Lo digo porque se iba pareciendo sospechosa y progresivamente a una de las caras de Belmez. “Te has pgepagado paga la entgega de los oscages, no?” Se refería a que no terminaba de entender que el ir de comunión significa, spanish tradition, colocarse sobre el cuello un colgante más aparente que el que llevaba el brutote de color del Equipo A, vestirse con una cortina drapeada y subirse, haciendo escalada, sobre unos tacones que ríete tú de la Torre Eiffel. Tuve que explicarle que mi familia ya iba, directamente a excomulgarme al no cumplir parte de los requisitos “comunionales” ya que llevaba un colgante, no voy a negarlo, que brillaba más que el diente de oro de Berlusconi, pero pasé de enrollarme en un vestido drapeado, efecto coliflower, y de ponerme esos horripilantes chales con las que todas las asistentes, incluyendo las involuntarias, se ven obligadas a aderezarse, hombros y antebrazos. Hago aquí una pausa (inciso, dicen los que son “intelestuales”) para hacerme una pregunta a mí misma: ¿se llamarán chales porque para colocárselos hace falta estar chal-ada?  Bien, mi familia, con la valkiria-en-fase adulta, de mi mami, iba a excomulgarme:putada vil porque el hecho, me retirarían la comunión, se produciría el día en que mi sobrino inauguraba su paladar y lo santificaba al engullir (SIN MASTICAR, EH!, les había amenazado una catequista que llevaba una falda de color beige caca hasta los tobillos…en pleno mayo!!!) un trozo de ostia.

Joyce entró en el coche y husmeo el aire como un chiguagua (no sé cómo narices se escribe el nombre de esta raza de perros mejicanos en mejicano, sorry!). “Se te ha metido  toda la primavega en el coche, atchiiiiiiiiiisss” dijo con nada de gracia. Supongo que se refería  a que mi pequeño 16 (es un 4×4 de pobres, ostentoso, pero nada comparable con el Tiguan y esos modelos de coche para chalé de los ricos) olía a limpieza-a-última-y-extraña-hora y, en realidad, contenía todo el ambientador de un espray que había muerto, por agotamiento de fru-frú, sin que el lema BRISAS DE MAR le hubiese servido para librarse del vaciamiento corpore-in-sepulto.

Al llegar a la iglesia (esta palabra es así en español, recordad, y no es holandés!!!) Joyce se llevó las manos a la cabeza: “Es igual que el zoo de Amsterdam”. Necesite varias aclaraciones porque no lo entendí a la primera: se refería a que, según ella, todas las aves gallináceas del zoológico de la capital del país tulipanero habían emigrado, por increíble que pudiera parecer, al patio que hacía de antesala a la capilla donde mi sobrino comulgaba. Y me temo que, como ella diría “Joyce tenia gazón”: el desfile de “mujeres-gallina” que andaban, sobre plataformas similares a las de Herman Monster, de un lado a otro, sin soltar unos bolsos ridículamente diminutos e inútiles, correteando tras sus niños-coliflor, todos emperifollados (perdón por la expresión, originaria, según mi abuela Candelaria, de la vegabaja alicantina) y con más puntillas que las bragas de la duquesa de alba. “¿No ves el cabello? Son aves gallináceas, te lo asegugo” afirmaba mi amiga la holandesa. Y volvía, nuevamente a “teneg gazón”, los cabellos de aquellas “cosas con tacón” alcanzaban, por obra y gracia de la práctica ancestral del cardado capilar, una altura considerable. Había incluso ejemplares de “cosa” que, con su cabello cardado in extremis, no permitían ver la puerta de la capilla. “Cómo es la olog, cómo hguele”, exclamaba Joyce. Lo que ella llamaba “olog” era la unión, hecha aire volátil, de miles y miles de botes de laca NELLY que, estoy segura, se habían tenido que aplicar para mantener los cardamientos intactos y más tiesos que si hubiesen sido, con maestría, escayolados en una mutua de accidentes…

 

Continuará…en breve, la segunda parte de la primera (comunión)


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