Lienzo japonés del periodo Edo.
Qué bonito es querer y sentirse querido. Sobre todo ahora que hace frío. Con pelete, tener alguien a quien arrimarse es una ventaja. Dormir culillo con culillo, tirar de la sábana, venga para aquí, venga para allá, ahora me quedo yo con el pie al aire, ahora tú. La convivencia en el dormitorio es una maravilla que dejamos de apreciar en el momento que nos acostumbramos a la vida en pareja. Cuando empezamos con alguien todo son ventajas y virtudes: te acuestas y despiertas abrazado, los ronquidos suenan como música celestial y si te dan ganas de tirarte un pedo, ya te pueden implosionar las entrañas que jamás lo dejarás escapar, por temor a mancillar el lecho de pasión.
Por eso yo nunca cocino col ni legumbres cuando empiezo una relación. Es un peligro. El otro día hice falafeles de garbanzos y menos mal que mi pareja ya me conoce de hace tiempo, porque si no hubiera declarado el dormitorio zona de riesgo biológico y me hubiera mandado de cuarentena a casa de mis padres. Los comí en la cena y me fui a acostar enseguida, así que hice la digestión acostado. Lo peor. Ya estaba dormido, pero fue tal el gufo que me desperté a mi mismo con el estruendo, pensando que había caído un rayo en la terraza o que había llegado a Bajamar el tsunami ese provocado por el hundimiento de La Palma. Nunca me había sorprendido tanto de mí mismo.
Ahora, cómo decirlo, a veces se te escapa un pedito en la cama y no pasa nada. Si suena, pues te excusas enseguida y a lo hecho pecho, ya no hay remedio; si no suena, pues esperas a ver si huele o no huele. Basta con levantar un poquito el edredón y, discretamente, meter la nariz para comprobar la atmósfera ahí abajo. Si es como la de Titán, ni te muevas: aprieta la manta contra tu cuerpo y no se te ocurra dejar apertura alguna. Lo peor que puedes hacer en esos casos es agitarla. Recuerda que el gas es volátil y aprovechará el mínimo resquicio para salir al exterior y dejarte en evidencia.
Aun así, puede que cometas el terrible error de levantar las sábanas. En ese caso, niégalo todo.
—Cariño, ¿te tiraste un pedo?
—No, mi amor. Deben ser los bajantes, por la lluvia.
—Querido, esto huele a coliflor vieja, no son los bajantes.
—Que no, cariño, que yo no fui, ¿no se te habrá escapado a ti?
—¿Cómo dices?
—Nada, amor, será el butano, que tiene una fuga.
—Cariño, tenemos vitrocerámica y termo eléctrico.
—¿Y el vecino?
—No sé lo que tiene el vecino, pero esto huele a gufo.
—No me lo explico, yo no he sido.
—Pues ya me dirás, aquí estamos solo tú y yo. Y yo no me tiro pedos.
—Es imposible no tirarse pedos, amor. Todo lo que entra tiene que salir.
—Ahí le has dado. El que va a salir eres tú, al sofá del salón.
Ay, el amor.