Mario Vargas Llosa.
Cartas a un joven novelista.
Alfaguara. Madrid, 2011.
Éste no es un manual para aprender a escribir, algo que los verdaderos escritores aprenden por sí mismos. Es un ensayo sobre la manera como nacen y se escriben las novelas, según mi experiencia personal, que no tiene por qué ser idéntica ni siquiera parecida a la de otros novelistas, avisa Mario Vargas Llosa en la nota que introduce la nueva edición en Alfaguara de sus Cartas a un joven novelista.
Una discreta autobiografía ha titulado Vargas Llosa esa introducción fechada en Lima el 26 de enero de 2011. Y en esa clave pueden leerse estas doce cartas que son el resultado de la reflexión y el oficio de un novelista que recuerda también cómo su escritura surgió de una decidida vocación literaria,esa vocación que sentía como un mandato perentorio: escribir historias que deslumbraran a sus lectores como me habían deslumbrado a mí las de esos escritores que empezaba a instalar en mi panteón privado: Faulkner, Hemingway, Malraux, Dos Passos, Camus, Sartre.
Estas Cartas a un joven novelista, siguiendo el modelo de Rilke y sus Cartas a un joven poeta, construyen una meditación en la que Vargas Llosa fija su concepto de novela (una mentira que encubre una profunda verdad), profundiza en importantes detalles técnicos y reconoce su deuda con los novelistas europeos y norteamericanos.
El tiempo y el espacio de la narración, la perspectiva del narrador, la importancia del estilo (un ingrediente esencial de la ficción), la técnica de las cajas chinas o las muñecas rusas, o el magnífico análisis del dato escondido en Hemingway ocupan la atención del novelista en estas páginas, que son menos una suma de consejos que una reflexión sobre la técnica de la novela y sus posibilidades y problemas.
Una reflexión cuyo alcance se resume en uno de los capítulos centrales, El narrador. El espacio, donde escribe Vargas Llosa:
Para contar por escrito una historia, todo novelista inventa a un narrador, su representante o plenipotenciario en la ficción, él mismo una ficción, pues, como los otros personajes a los que va a contar, está hecho de palabras y sólo vive por y para esa novela. El de las novelas es un tiempo construido a partir del tiempo psicológico, no del cronológico, un tiempo subjetivo al que la artesanía del novelista da apariencia de objetividad, consiguiendo de este modo que su novela tome distancia y diferencie del mundo real. Lo importante es saber que en toda novela hay un punto de vista espacial, otro temporal y otro de nivel de realidad, y que, aunque muchas veces no sea muy notorio, los tres son esencialmente autónomos, diferentes uno de otro, y que de la manera como ellos se armonizan y combinan resulta aquella coherencia interna que es el poder de persuasión de una novela. Si un novelista, a la hora de contar una historia, no se impone ciertos límites (es decir, si no se resigna a esconder ciertos datos), la historia que cuenta no tendría principio ni fin.
Vargas Llosa pertenece a ese tipo de creadores que, como Auden, Valéry, Eliot o Gil de Biedma, compaginan la creación con la crítica, aplican una mirada especial al análisis literario y buscan el corazón de la creación, la obra viva, las claves de lectura y escritura que salen en busca del lector.
Por eso estas Cartas son también una reivindicación del trabajo creativo consciente y de la constancia del escritor:
Tal vez, a los lectores empecinados de novelas les pueda enriquecer la lectura saber que, detrás de esas aventuras ficticias que encienden su imaginación y los conmueven, hay no sólo intuición, fantasía, invención y una pizca de locura, sino también terquedad, disciplina, organización, estrategia, trampas y silencios, y una urdimbre compleja que levanta y sostiene en vilo la ficción.
Santos Domínguez