En el día de hoy te traigo la segunda parte de los relatos de supervivencia referidos a Vassily Tashkin, un maduro tenaz movido por la imperiosa necesidad de obtener dinero. Espero que te guste.
Vassily no era ruso, sino ucraniano. Había nacido en un pueblecito al sur de Khotyn, muy cerca de la frontera con Rumanía y Moldavia. De hecho, su familia se había visto afectada por la reordenación de fronteras que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Una parte quedó en la Unión Soviética, en la república de Ucrania, y la otra en Rumanía. Por eso su padre había obligado a todos los hijos a aprender el rumano: hablar otro idioma, les decía, es importante, nunca se sabe cuándo lo podremos necesitar. A Vassily había muchas cosas de su padre que no le gustaban, pero aquel consejo lo siguió al pie de la letra, así que hablaba perfectamente el ucraniano y el rumano, comprendía el moldavo y hablaba bien el ruso. Él había intentado hacer lo mismo con los suyos, pero no lo había conseguido. Los jóvenes de hoy, se lamenta, no piensan más que en vivir en la ciudad y divertirse.
El ruso lo había aprendido después, cuando tuvo que dejar su pueblo para ir a trabajar a Moscova, como decía él. Vassily heredó una tierra, buena tierra. Gracias a la tierra pudo casarse, construir una casa y fundar una familia. Pero la tierra ya no da nada: no se puede vivir, no se puede comprar carbón para la estufa, no se puede comprar ropa. Por eso me marché, le gustaba contar, dejé a la mujer y me fui a Moscova. Ocho años trabajó allí, primero como peón de obra, más adelante como albañil y por último como maestro enlucidor. Pero a Vassily lo que realmente le gustaba eran las máquinas. Aprendió con facilidad a conducir camiones y recorrió muchos lugares con ellos. Había cruzado varias veces Rusia, conocía los países del Báltico, Polonia y Finlandia. Una vez hizo un viaje a Kosovo, durante la guerra, pero no quiso volver a aquel infierno. Por fin, encontró trabajo con las madereras, en el norte. También es peligroso y está lejos de su tierra. Ve a su familia sólo dos veces al año y eso no es bueno: los hijos crecen sin padre y la mujer vive como viuda. Pero se gana mucho dinero.
Vassily ha tardado en encontrar el camión. Los árboles son todos iguales y las huellas las cubrió la nieve. Pero allí está. Es muy grande. Él está orgulloso del camión que conduce. Tiene doce ejes y las ruedas son tan altas que le llegan hasta el pecho. La plataforma mide quince metros y esa masa rolliza que hay sobre ella son los enormes troncos de abeto que cargaron ayer con la pluma y fijaron con cables de acero. No se moverán, piensa.
Hace realmente frío, quizá pasen de los cincuenta bajo cero. Vassily tuerce el gesto porque esa temperatura es más baja que ninguna otra que haya soportado. A pesar del mono acolchado que viste y el anorak que lo cubre, se siente como si estuviera desnudo. Abre la cabina y trepa hasta ella. Cierra la puerta, pero sigue haciendo mucho frío. No obstante se quita las gafas y la capucha de piel. El cristal está completamente blanco de escarcha y hielo. Se quita el mitón de la mano derecha para abrir una gaveta que hay junto al asiento y extraer un recipiente térmico con comida. Está fría pero tiene hambre y se la come con presteza. Después saca una botella de vodka y le da dos largos tragos. Una sensación de bienestar lo invade. La mano se le está quedando insensible, pero antes de ponerse la manopla necesita intentar arrancar el vehículo. Presiona el botón para calentar los inyectores. Lo mantiene así durante casi un minuto y, al soltarlo, respira profundamente antes de accionar el contacto del motor.
Nada.
Vuelve a ponerse el mitón y siente cómo remite la aguda sensación de frío. Se han congelado los líquidos del motor. Ha sido un error intentar cazar el alce y otro mayor perder tanto tiempo para encontrar el camión. Vassily es cuidadoso con su camión y lo mima como si fuera propio. Le gusta inspeccionar la batería y el arranque, las luces, la calefacción, el anticongelante y los niveles, no como otros, que los descuidan y los maltratan. Pero dos errores en un día son demasiados. No se pueden cometer fallos aquí, te complican la vida demasiado. Sin embargo, Vassily sabe lo que tiene que hacer. Está preocupado, pero no nervioso. No pierde la calma con facilidad. Está, sobre todo, contrariado. La máquina cortadora salió ayer por la tarde y, aunque avanza despacio, estará ya muy lejos; y el resto del convoy salió por la mañana. Aún no habrán alcanzado a la máquina, pero estarán, de todas formas, muy lejos. No vale la pena llamarlos. Tendrá que resolver el problema solo. No es difícil, pero le llevará su tiempo, incluso puede que se le eche la noche encima y tenga que esperar hasta la mañana siguiente para salir. Entonces no llegará a Murmansk para el día de reyes y se perderá la fiesta que ha organizado Sasha, el ingeniero.
Sasha es muy joven pero sabe tratar a los invitados y nunca falta vodka en su mesa. Nada de vinos ni cervezas raras. No hay como un buen vodka para pasar una velada agradable. Cuando bebe lo suficiente, Vassily se anima a tocar. Es algo músico. En su familia todos lo son, aunque ninguno fuera al conservatorio, ni siquiera a una academia. A él, la trompeta se la enseñó a tocar su tío, un hombre excéntrico y amargado. Quizá por la pierna que perdió en la guerra, o por la guerra misma. Cuando volvió con la prótesis de metal ya no era el mismo. Con los años, en lugar de hablar ladraba, pero antes de eso ya había enseñado a Vassily a tocar la trompeta y, cuando no tuviera trompeta, a imitarla poniéndose una laminilla de plástico debajo de la lengua.
Vassily sabe que tiene que hacer un fuego debajo del motor para licuar nuevamente los fluidos. Al principio había comprado un pequeño infiernillo de gas para un caso como este, aconsejado por sus compañeros, pero lo había extraviado meses atrás y no quiso gastar más dinero en comprar otro. Ahora se lamenta de haber escatimado en esto. El fuego no tiene que ser tan grande que vaya a quemar alguna pieza de goma, pero habrá que mantenerlo durante un rato para que haga su labor. En la parte de atrás de la cabina hay una caja con astillas y virutas, y una delgada plancha de metal donde preparar el fuego, para evitar que la madera se moje al licuarse la nieve. Las cerillas las lleva consigo, en el mono. Vassily se coloca nuevamente el capuchón y las gafas, saca fuera del camión los avíos y los deja sobre la nieve. A continuación se dedica a recoger ramas secas de varios árboles, les sacude la nieve, las corta ayudándose del enorme cuchillo que siempre lo acompaña y las apila junto a la madera seca. A pesar del estorbo que suponen las ropas tan gruesas y los accesorios, trabaja con precisión, aunque sin atropellarse, muy concentrado en cada tarea que realiza. No quiere cometer ningún error.