Cuando Rodríguez Zapatero entró por primera vez el salón de Plenos de las Naciones Unidas en Nueva York, recibió una visión que le inspiró la Alianza de las Civilizaciones occidental y musulmana, proyecto de amor y fraternidad universal que morirá ahora con Mariano Rajoy. Z. contempló aquel salón y se dijo que aquello debería ser un Vaticano laico que aunara todas las ideas y religiones para traerle la paz al mundo.
No sabía aún que alguna de esas religiones prohíbe taxativamente las otras, al extremo que si alguno de los suyos cambia de creencia tiene derecho a matarlo.
Quería mezclar agua y aceita, pensamiento ilustrado occidental de creyentes y ateos, por un lado, con el intolerante de quien sólo admite su religión.
Igualaba éticamente las democracias liberales y occidentales con las peores dictaduras religiosas y sus hábitos, muchas veces salvajes.
El Partido Popular de Mariano Rajoy ridiculizaba la idea de Z., pero sin aportar ideas racionales contrarias porque si llegaba al poder, como ha ocurrido, tenía que seguir la teoría de “la tradicional amistad” con los países árabes y musulmanes iniciada por Franco y seguida por la izquierda española filoislamista y antisionista.
Aparte de que sus antecesores habían estado cerca del nacionalcatolicismo, azote religioso de tantos españoles bajo el franquismo, al menos hasta 1968
Cargado de dinero en sus primeros años de mandato, Zapatero fue creando una red clientelar de diplomáticos jubilados de distintas nacionalidades con ganas de obtener ingresos extra, y le donó a la ONU de Kofi Annan 500 millones de euros para que amparara su proyecto, como ocurrió.
Tras las reuniones de la Alianza en Madrid, Estambul, Río de Janeiro y ahora en Doha (Catar), cada vez menos concurridas, parece que Rajoy está dispuesto a abandonar el carísimo capricho de Zapatero, que sólo sirve para que las dictaduras religiosas afirmen que son tan libres como las democracias occidentales.
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SALAS
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