Nos lo presentaron como algo nuevo, pero ya nos advirtieron que no podían hablar demasiado. Al cabo de un par de meses, supe que se trataba de un nuevo programa de Telecinco. Su nombre sería Vaya fauna y se presentaría como otro talent show que sumar a los ya existentes: Masterchef, La voz, ¡Quiero bailar!, etcétera.
Lo vi bien. Me parece genial crear ese vínculo especial entre personas y animales domésticos. Si bien de vez en cuando discuto (es decir, dialogo) con familiares y amigos que no entienden por qué enseñar a un perro obediencia, practicar algún truco con clicker o iniciarte en el dog dancing, el agility o el frisbee no tiene nada de malo. Lo veo total y absolutamente lógico, y defendible: yo le suelto premios a mi perro, mi perro aprende a pensar de un modo más creativo, gana memoria muscular y nos lo pasamos bien.
Cuando mi conocido nos presentó el concurso, además, dijo que su presentador era Christian Gálvez. ¡Este colabora con Galgos 112!, pensé. (Bueno, técnicamente, nos reímos un poco de lo poco que nos había gustado su doblaje de Napoleón en Assassin’s Creed Unity, y después pensé en los galgos, pero queda mal decirlo aquí.)
No vi el primer programa hasta varios días más tarde. Entonces, el revuelo ya estaba montado y no terminaba de entender el por qué. De golpe y porrazo, vi a Tima tocando la trompeta: no era la primera vez, aunque no era consciente. La había visto sentada junto a Iniesta en un sofá, en películas con José Coronado y en numerosos circos que habían aparecido en televisión.
Nadie había hablado de eso. La descripción del programa dice: cerditos que abren y cierran cajones, perros que encestan canastas, pajaritos funambulistas… No se decía nada de osos, o tigres, y eso me mosqueó.
La osa Tima toca la trompeta durante una sus actuaciones.
Días más tarde, un acertado Frank Cuesta (Frank de la jungla) subió a YouTube un vídeo dirigido a Christian Gálvez, en él hablaba sobre la complicidad que el programa y toda la gente involucrada mantenían con personas que no solo domaban animales salvajes, sino que lo hacían porque nosotros lo apoyábamos activamente con nuestra actitud.
Adiestramiento vs. break down, y el término medio
Primero salió una cerda con tutú (vale…) y un perro haciendo varios ejercicios de obediencia avanzada (contar con dados y similares); hasta ahí, no iban mal. A continuación, apareció Tima, y lo que hacía era espectacular: ¡tocaba la trompeta y bailaba con un hula-hoop! Nadie daba crédito… El jurado alucinaba con ese yogui de peluche en plató, lo tocaban, veían lo sumiso que era. Cerré la ventana del navegador (ya no tengo TV).
Luego sé que aparecieron caballos, pájaros y varios perros más, pero a mí ya me habían perdido como espectador (aunque reconozco que quizá nunca me habían tenido muy agarrado). Me habían perdido porque veía la complicidad entre humanos y sus mascotas/amigos/compañeros en muchos casos, pero nada de todo ello se decía en el programa: eran muy graciosos, eran muy afables, o eran muy tontitos los bichos (que no)… Eran entretenimiento, y si un imbécil quiere tirarse a una piscina a darse planchazos o canta como una almeja delante de toda España, total y absolutamente perfecto por mí.
A los perros les gusta hacer ejercicios con nosotros: no son lobos, son animales domésticos. A los osos, a los tigres o a un chimpancé, no. A diferencia de un perro, un gato o un cerdo, para “domesticar” a un animal salvaje se debe pasar un proceso de break down. Por eso muchísima gente lucha contra los circos de animales, porque usan a los animales salvajes, los dominan mediante la fuerza y los tienen en pésimas condiciones.
Por todo ello vi atentamente el vídeo de Frank Cuesta, en él hablaba de cómo esas acciones solo se podían conseguir rompiendo al animal. ¡Y debo decir que desconozco si es cierto totalmente! Desconozco si podemos criar animales salvajes en condiciones totalmente antinaturales sin maltratarles, como hace la gente de Fauna y Acción para rodajes de televisión y cine: estoy convencido que así lo hacen. ¿Pero… está bien?, ¿nos lo hemos planteado realmente?
La contraréplica no tardó en llegar. La escribía Fernando “Tete” Peralta y no tuvo la misma difusión que el primer vídeo. En resumidas cuentas y con una educación y unas formas dignas del máximo respeto, decía lo que al menos yo ya me imaginaba: ninguna de esas técnicas habían sido utilizadas en Fauna y Acción, quienes se habían sentido terriblemente heridos, sino que esos trescientos animales habían subido en un entorno doméstico.
Aquí está la raíz del problema: es antinatural, es contra natura, ¿y por qué debería estar bien? ¿Es en beneficio de alguno de esos animales o es, únicamente, en nuestro propio beneficio? ¿La dirección de Vaya fauna ha estudiado caso por caso a todos los animales que allí aparecen para saber si han sido entrenados en positivo (sin abuso de fuerza, sin castigos físicos que dañen al animal…)?, ¿Ha evaluado si todos y cada uno de esos animales salvajes viven así porque es la mejor forma en la que pueden hacerlo?, ¿O estamos riendo, disfrutando y aplaudiendo las payasadas de osos, tigres o serpientes que han sido maltratados (directa o indirectamente) durante años?
Imágenes destinadas a la promoción del estreno del programa Vaya fauna en Telecinco.
El caso más sonado hasta la fecha, Tima, quizá no hubiese sobrevivido en estado salvaje. ¿Pero es lícito lo que se ha hecho con ella? Todos y cada uno de los primates (chimpancés y macacos) de la Fundación Mona son también casos imposibles de reinsertar: muchos de ellos a causa del contacto con humanos, o cosas mucho peores. ¿Y nosotros debemos ver al adiestrador de Tima como un héroe?
El desconocimiento nos hace cómplices. Si nosotros aplaudimos a un tío que en su casa ha atizado un millón de veces con un taco de madera a un tigre en el morro, estamos reforzando e incentivando la conducta de ese desgraciado con los animales. Y quizá este señor no lo haga, quizá en Fauna y Acción no lo hagan, quizá todos los participantes del programa los entrenen desde pequeños, pero eso no hace que no sean (y seamos) conscientes de que son animales salvajes, de que tienen instintos, de que no deberían mantenerse en un entorno doméstico y de que hay personas que están lucrándose por ello.
De Vaya fauna a Christian, el león
En resumidas cuentas, este es el problema de separar la ética del espectáculo, que nos queda una montaña de pura mierda detrás de las bambalinas, y esta termina por crear sonrisas tan distorsionadas como las ideas que cualquier espectador del programa se está formando en su cabeza, programa a programa.
La solución es una, y empezaría por admitir que el planteamiento y el formato del programa es un error, que usar animales salvajes para nuestros fines no es muy distinto a apoyar los circos y el especismo en otra de sus vertientes y, sobre todo, es decir: oye, nos equivocamos, pero vamos a emitir el resto de episodios del programa (que nadie lo duda) el enfoque adecuado para que la gente entienda que un oso no está ahí para mover un aro por el cuello y que un chimpancé puede arrancarte un brazo en medio segundo.
Tú dirás que la solución es quitar el programa, o que nadie lo vea. Quizá. Pero no se va a hacer: eso es creer que la ética, hoy, vale más que el dinero y las audiencias, y aunque así fuera, no hará que esa gente que sigue adiestrando animales salvajes deje de hacerlo: seguirá haciéndolo para televisión, para cine, para circos…
Empecemos por plantear una ética de nuestras acciones, empecemos por exigir un cambio real posible, continuemos cambiando la visión de aquellos que, creemos, se equivocan. Y a aquellos que de verdad aman a los animales, y siguen defendiendo el programa os haré una pregunta: “¿Se ha hablado en algún momento del mismo sobre la vida que tuvieron y tienen estos animales?, ¿o simplemente se superpone una actuación tras otra?”.
Vaya fauna es un plató repleto de animales, pero sigue sin parecerme un espacio para su defensa; más bien me recuerda a aquel error llamado Christian que cometieron dos jóvenes australianos cuando todavía se vendían mascotas exóticas en Harrod’s y que tuvieron la sabiduría de enmendar con la ayuda del conservacionista George Adamson.
Se trata de comprender que, a menudo, amar a los animales, significa dejar que sean animales, y eso implica la máxima libertad que seamos capaces de darles.