El hombre errante despertó en el cruce de caminos.
La hoguera se había apagado,
pero la luna lucía brillante
sobre los pastos otoñales. Entonces vió
un gran pájaro en la penumbra, estaba
posado en la estaca señalizadora,
hundido en sí mismo
con la cabeza debajo de la larga ala.
Y el abedul a la entrada del establo
se mecía sosegado con la brisa nocturna entre sus hojas
y susurraba el resplandor de las estrellas:
Aquí estás tú. En ti mismo.
Y más allá no llegarás nunca,
independientemente del camino que elijas
independientemente de cuánto camines.