La `ruling class' nativa hace décadas que dejó de dirigir y corre detrás de lo que le dicta una sociedad cada vez más deteriorada. Hoy, una sociedad con las peores expectativas de las que se tenga registro. La situación es similar a la de 2001 pero con agravantes. Hace 20 años había temor por lo desconocido; hoy, por lo que se sabe que está esperando a la vuelta de las elecciones.
En el presente caso un gobierno peronista quedó agotado antes de cumplir sus primeros dos años. Según explican los encuestadores, sus votantes son conscientes del fracaso, pero no decidieron todavía qué hacer. Es lo único que lo separa del final de Fernando de la Rúa, primero abandonado por quienes lo habían apoyado en las urnas y poco después por el alfonsinismo.
De manera que o los encuestadores mienten o buena parte del 48% que dio su voto a los Fernández parece no salir de su estupor y todavía alienta la esperanza de que el presidente enderece el barco, por raro que pueda parecer. De otra manera no se explican tantos `empates técnicos' como muestran las encuestas.
Ese 48% esperaba un festival de consumo subsidiado y se encontró con una inflación del 50% que destruyó su capacidad de consumir. Le regalan el gas y la electricidad, pero le liquidaron el salario, la jubilación, el plan, etcétera. De allí la incertidumbre sobre el resultado de una votación crucial que se realiza en circunstancias extremadamente difíciles para millones de personas sin trabajo, con ingresos insuficientes y ningún horizonte.
Ensombrece más el cuadro el hecho de que el gobierno de los Fernández falló pero no puede cambiar, porque no tiene otra salida que la populista. Su mejor promesa sigue siendo la que hizo en 2019 y rompió en los últimos dos años: volver a la gestión también fallida de Cristina Kirchner.
A lo que se suma el hecho de que la oposición no parece en condiciones de tomar la posta. El `líder' que promovieron los medios, Horacio Rodríguez Larreta, se aferró el año pasado a Alberto Fernández y hoy resulta poco confiable hasta para sus propios votantes. En pocas palabras no hay liderazgo, ni partido, ni candidato que represente un cambio, algo distinto al `establishment' de políticos, gremialistas, piqueteros, caciques territoriales, obispos, curas `villeros' y capitalistas amigos que cohabitan en el círculo rojo y le dieron la bienvenida a los Fernández.
Esa imposibilidad de cambio es la que dibuja en el horizonte después de 20 años otra crisis de pronóstico complicado que se deberá `resolver' por las urnas. Una historia cíclica que la primera vez se dio como tragedia y la segunda muy probablemente también.