Esta historia de fútbol data de 1938, mundial de Francia, donde se enfrentaron en esta ocasión: Hungría, Alemania, Bélgica, Cuba, Brasil, Checoslovaquia, Francia, Indias Holandesas, Noruega, Polonia, Holanda, Suecia, Suiza, Rumanía Italia y Francia.
Era época de gran presión y confrontaciones políticas precisamente entre los Italianos campeones hacía cuatro años en su país y Francia que llegaba como favorita. Esta última había refugiado y otorgado asilo político a los italianos escapados del régimen fascista.
Como ya sucedió en 1934, el régimen fascista de Benito Mussolini necesitaba una victoria deportiva para mantener alto el ánimo del pueblo y desviar su atención lejos de la política, y días antes de acudir a la cita mundialista, el por entonces dictador hizo llamar a su selección de fútbol en el Palazzo de Venecia. Rodeados de un ambiente turbio y tenso, donde incluso los futbolistas fueron obligados a presenciarse con ropas paramilitares, recibieron una misión, clara y concisa, acudir a Francia para ganar su segundo campeonato.
El 4 de Junio comenzó el certamen y el camino al título de los dirigidos por el gran Vittorio Pozzo.
Tras pasar la primera tanda ante Noruega por 2-1, y tras sorteo, llego muy rápido la “final” esperada, pero Francia a pesar de su público y ese potencial extra de ser anfitriona, cayó 1-3 ante Italia en un partidazo.
Un partido en el que los italianos, por ser visitantes vistieron en aquella ocasión de negro, en representación del partido nazi y para más inri, salieron al campo con el famoso gesto, alzando el brazo, demasiada provocación y polémica en un ambiente mundialista.
Lógicamente los jugadores sufrieron una gran presión y disputaron todos sus partidos con el público en contra.
Después de ganar a los anfitriones, los italianos se cruzaron en el camino de la final a Brasil en semifinales. En otro buen partido especialmente de Giuseppe Meazza y Silvio Piola, en el cual se impusieron combinado carioca. Un resultado de 2-1 que garantizaban a los azzurras en la que se enfrentarían a la llamada mejor selección del mundo, por entonces. Un reto que se antojaba difícil pero no imposible.
El 19 de Junio de 1938, se jugó la final.
Pero la anécdota en este caso no empieza con el partido…
Poco antes del comienzo del encuentro, llegó un telegrama al vestuario de los visitantes del estadio Colombes. Llegaba desde Italia y su contenido era de sólo tres palabras: “Vincere o Morire” (vencer o morir), firmado por dictador Benito Mussolini, mano derecha de Adolf Hitler. Todos se quedaron helados.
Lógicamente la desesperación y la angustia llego la parte baja del estadio, los húngaros esperaban pacientes próximos a salida, pero los italianos querían negarse a saltar al terreno de juego.
Tras minutos de indecisión, la conclusión fue la más lógica, si no salían tampoco ganarían, así que saltaron a la cancha con la presión psicológica más torturante recordada en la historia del fútbol, no sin antes escuchar a su entrenador, destinatario directo del telegrama: “No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario. Si perdemos, todos lo pasaremos muy mal”.
Tras el pitido inicial, el partido comenzó bien, solo pasaron 6 minutos hasta que el equipo italiano marco el primer gol por medio de Colaussi, pero la alegría duraría poco, dos minutos después Titkos empató para los húngaros.
Conscientes de la gravedad del asunto, sabían que tenían que ganar sí o sí, tenían que jugarse la vida (literalmente) en cada minuto y jugada del encuentro.
De nuevo ante el empuje, en el minuto 16, Silvio Piola, estrella del campeonato, consiguió el 2-1, y más tarde en el 35 otra vez Colaussi marcó de nuevo para los italianos. 3-1 terminó la primera mitad. Aun así, los italianos seguían en “sock” y de nuevo la idea de no saltar al terreno de juego les inundo la cabeza. Pero de nuevo, su gran entrenador, les hizo ver y pensar sobre la gravedad del asunto… ¿”soldados” de Mussolini retirándose? ¿Que opinaría de eso? No se lo pensaron dos veces.
El segundo tiempo fue un asedio. Volcado al ataque, en el minuto 70 Sarosi anotó para los húngaros, apretando el marcador a 3-2.
Los italianos tenían 20 minutos para retener el título y salvar algo más que la victoria. Casi se podía ver a Vittorio Pozzo clamando al cielo por el resultado.
Las suplicas del entrenador italiano parecieron ser escuchadas y a falta de solo 10 minutos para el final, una vez más, Silvio Piola anotó el gol más tranquilizador conocido hasta los días de hoy.
4-2 en la final del mundial, Don Benito estaría orgulloso de su raza campeona.
Tras la consecución del título, el entrenador italiano declaró: “Hemos jugado para ganar la Copa, eliminando de nuestro juego todo lo que no era útil para el fin perseguido y conservando sólo un fútbol estructural”.
Años más tarde, el portero húngaro Szabó, a sabiendas del telegrama declaraba: “Bueno, me metieron cuatro goles en la final del mundial, nos quedamos sin la copa, pero al menos he salvado once vidas. Nunca en mi vida me sentí tan feliz por haber perdido”