Foto de Cheli Blasco: este amor que tenemos.
Hace unos días una amiga se preguntaba ¿Cómo se llega al arcoíris? Es una pregunta que podría parecer muy poética, si muchas personas no supiéramos la dolorosa verdad que se esconde detrás de tan bellas palabras. Entre las mujeres que han perdido un bebé durante el embarazo, y no quieren callar su dolor sino gritarlo a los cuatro vientos y compartirlo y acunarlo con otras madres que han pasado por la misma experiencia, se ha acuñado el término "bebé del agua" o "bebé estrella" para hablar de esos niños que solo han conocido "la etapa acuática del ser humano, la vida uterina".Los bebés o niños arcoíris son los que llegan después de una pérdida gestacional o perinatal y que vienen a traer luz después de la sombra y belleza después de la tormenta interior. Y recoger la pregunta de esta amiga es gratificante y doloroso a la vez. Y digo amiga aunque nunca la haya conocido y tocado porque nuestras almas han bailado el mismo vals y mi Flor y su Lunita danzarán toda la eternidad al son de la triste canción de amor infinito que nos tocó escribir a nuestras hijas de una manera tan paralela que resulta extraño dolor y consuelo al mismo tiempo.
Nuestro bebé arcoíris no fue buscado, ni decidido, simplemente se coló en nuestras vidas con toda la fuerza, inocencia y alegría que un bebé puede albergar. Y, efectivamente, desde el primer momento que lo intuimos fue una luz al final del túnel, un soplo de aire fresco y una sonrisa en un rostro que no dejaba de añorar y buscar al bebé que debía de sostener en mi regazo pero al que solo podía llegar con mis pensamientos.
Inocencia perdida
Dices que se pierde la inocencia... sí, se pierde, pero la nuestra ya andaba perdida porque antes de nuestra Pequeña Flor otro bebito se nos escapó entre los dedos con tan solo ocho semanas de gestación. Y sí, con mi Pequeña Flor hubo miedo, heredado de la pérdida anterior... pero se convirtió en aceptación y en amor, en la capacidad infinita de amar a un bebé más allá de cualquier piedra en el camino, en la aceptación de la vida en sus miles de manifestaciones diferentes.
Y cada día miro a mis hijos, sus sonrisas y sus gritos, y pienso en esa pieza que nos falta en el rompecabezas. En esa niña que ya no está con nosotros, pero que gravita a nuestro alrededor de manera irremediable. Y siento un vacío enorme en mi corazón, porque si con cada hijo se multiplica nuestra capacidad de amar, cuando ese hijo se va deja un hueco irremplazable en el corazón.
Y el bebé arcoíris no viene a llenarlo, sino a hacer más grande aún a nuestro corazón, a enseñarnos nuevas formas de amar y de vibrar, a reconciliarnos con nuestro cuerpo y nuestro útero, a reconstruirnos de nuevo sin dejar de lado todo lo anterior, sino añadiendo un piso más al complejo laberinto de la maternidad.
El miedo está ahí. Pero no es un miedo paralizante o cegador. Es simplemente esa inquietud que se asoma en el momento de la ecografía, seguida de la certeza de que cualquier cosa que te digan no cambiará ese amor por tu bebé. Y esa certeza es la que da fuerzas para acoger y abrazar al bebé arcoíris y para amar todavía más a la maestra que te enseñó esa gran lección en la vida. Y entonces deja de haber miedo, porque el nuevo bebé no hace más que reafirmarnos en nuestra eterna entrega a la hija que nos acompaña en todo momento.
Camino incierto
Desde luego me queda mucho por recorrer, mucho embarazo por afrontar y un nuevo puerperio por descubrir, pero tengo la certeza de que aunque el camino será incierto, también será gozoso. Incierto porque en cada esquina acechan los recuerdos con los que llorar y los incontables temores... Porque cualquier madres sabe que con la llegada de un hijo, se alcanza el amor más puro pero también el temor constante... Pero gozosos porque como madre de dos criaturas sabemos ya que todo puede ir bien y cada movimiento enérgico y patadita de nuestro bebé arcoíris nos confirma que ha venido para quedarse y para ensanchar aún más nuestra alma.
El Goliat del título es el miedo... Es un gigante con mucha apariencia y al que cuanto más tememos más se engrandece. Si, en cambio, lo abrazamos y lo traemos de nuestro lado entendemos que ese miedo, como me recordó mi querida Nohemí, es amor. Es el reverso, la otra cara de la moneda del amor, y por eso hay que acogerlo con el mismo empeño que al amor. Por eso, vencer a Goliat, es tan fácil como acercarnos a él y abrazarlo.
Tu bebé arcoíris llegará, buscado o por sorpresa, porque solo pensando en ello ya estás demostrando que ya lo amas y lo intuyes por adelantado.