Revista Festivales

VENDRÁN TANDAS SUAVES - Por Cátulo Bernal

Por Sonriksen

TANGO ARGENTINO  Y MILONGAS AL AIRE LIBRE EN BARCELONA

Vamos con el tangomovil de Diogenes Pelandrun a Milonga del Oriental, previa cita previa y vianda pedida con antelación (picada campera con papas fritas en lecho de grasa), para evitar contagios. Es la reapertura más esperada, a cielo abierto y termómetro en mano, como dicta la prudencia. 

El coche, con su pasado de transporte al servicio del exorcismo, parece el batimovil de la vieja serie, con los compartimientos de acrílico transparente que le ha puesto el filósofo. Pitón va de copiloto. En lugar de Romulo Papaguachi, persona de riesgo y concentrado en las series New malevo y un guapo del 20.20 en streaming, viene conmigo Nina.

La ansiedad por bailar nos tiene locos.

Apenas paramos en Bar Roñoso a saludar y degustar Mertoni —el sospechoso y adictivo vermut de la casa— en una de las mesas desde donde Castor y Polux, reparten con protectores estilo casco hoplíta, los grasientos pebetes de milanesa  a Vieytes y Luconi, servicios milongueros 24 horas y guerreros delivery en espera. Mamerces hijo,  propietario de este «boliche de pintoresquismo rústico», ha montado el Museo Gastronómico Roñoso, con viejos carteles de bailongos de antaño y fotos autografiadas de artistas olvidados dispuestos sobre la vidriera. También ha pintado variaciones del inmenso fresco que preside los baños, en el interior: el de las parejas en la ronda.

Un cartel de los Petisos Troilo —de corta existencia— sirve a modo de catálogo con los precios sugeridos de los cachivaches.

Como dice Riquelme, el dueño de El Oriental, hay que comer...

Ahora su milonga es tempranera: de siete a once, teniendo en cuenta los transportes públicos y la prevención.

Es lo que hay.

VENDRÁN TANDAS SUAVES - Por Cátulo Bernal

Al llegar a la entrada del ligustro, el muchacho de la puerta nos rocía con gel luego de comprobar en su lista nuestros nombres y teléfonos,  por cualquier incidencia. Una bolsa transparente cuelga entre las ramas, a modo de pantalla. En la mesa, alguno de mis poemas en oferta y la información del reciente emprendimiento de profesores, escuelas y milongas de Barcelona: BAC Tango (Barcelona Asociación Cooperativa del Tango) La unión hace la fuerza. La visibilidad y el empeño permiten soñar con un proyecto conjunto a futuro.

El tango y los difusores barceloneses lo merecen.

 Mocito Taura, que anda por las inmediaciones con una mascarilla Alberto Castillo, nos acerca a nuestro recobrado sitio bajo el limonero, luego de limpiar las sillas y la mesa. La cubitera con el acostumbrado Chardonay,  nos espera junto con nuestras copas, precintadas como los vasos de los hoteles.

Sospecho que hay incursores aprovechando la situación por hoteles cinco estrellas cerrados. O saldos de subasta en un nuevo mercado.

Pibe Pergamino está en la ronda, bailando casi como siempre. Aforo y previsión están casi completos, cuando faltan diez minutos para el cierre  por la entrada del ligustro. No queda milongueridad espontánea. Para bailar, primero hay que llamar. En la inmensa pista de tierra apisonada se ven claros. Supervisadas por Riquelme y Pipistrela, pueden bailar por tanda hasta un máximo de quince parejas con mascarilla y gel. Hasta el reciclado ring de los Titanes de la milonga, permite dos parejas de estrellitas, sin codazo.

El puente levadizo con delivery de asadura solo está habilitado para repartir los pedidos de los ASADOS VALIENTE (Con el chorizo caliente) del repartidor Muni a los ciclistas ansiosos.

El terraplén ferroviario se ve más agreste que nunca, con una colonia importante de cardos y ortigas. No hay posibilidad de milonguero furtivo por ese lado. Hasta el apeadero, que alguna vez fue parada obligatoria del tren turístico para el Consorcio Internacional Milonguero, está vallado con una armoniosa barrera vegetal que comprende la cabaña del jardinero japonés Cepito, artífice de la frontera forestal y bosque, en donde había pampa. Por allí no vendrán ya el indio Martín y su fiel compañero, el caballo Corsini. El hombre está en su tienda de sanación, blindando con vapores medicinales su mundo espiritual.

Somos grandes aldeas, aisladas por encuentros virtuales y noticias que llegan como los aviones, desde algunas partes.

Milonga del Oriental, edición deshielo...Nos cuidamos sin dejar de bailar.

En las pantallas de televisión sobre el poste central se muestran en versión ordenador lista de tandas, peticiones especiales y cabeceo concertado. Consejos preventivos en carteles fileteados, animaciones humorísticas con parejas bailando de escafandra, inmensos festivales a cara descubierta; el presente, el pasado.

 Se recuerda en un bucle de contenido que aquellas parejas de tanda espontánea pueden optar, si quedan fuera del aforo en pista central, a la pista consolación de principiantes en la canchita de futbol reciclada, siempre que no se superen las veinte personas.

O deambular sin mucho contacto entre las mesas entablando conversación de distancias.

El olor a asado, a vino, a fiesta tímida, nos llega filtrado como los abrazos.

Pelandrun, que lleva una mascarilla que dice La mayor de todas las imperfecciones es el no existir (Spinoza), escancia un poco de vino en una copa traída de su pizzería y dice:

—Se han pasado un poco con la precaución. Han bautizado los hielos de la cubitera con un abundante chorro de lejía. Si vemos cosas que flotan panza arriba por el lado de la sanja, ya saben que es. Espero no desmayarme por los vahos en el baño. Una cosa es el desvanecimiento inducido,  afrontar al poder con elegancia, como el último acto de Petronio. Y otra cosa el sueño escatológico de orines, fluidos y la borrachera que llevo bien guardada para un día como hoy. Si al promediar la noche no me ven en la mesa y no vuelvo, búsquenme primero ahí. Y si no estoy, no sigan.

—Como diría el amigo, no siento las carnes —Acota Pitón.

—No huelo eso. Y sí todos los otros aromas acrecidos —digo aspirando el aroma del potrero—, Aquí huele a tango con desesperación, a ropa de bailar y a flores de lavanda, a pasto insumiso, a campo saludable.

— Bien se ve Cátulo que no estás contagiado. El olfato y los versos siguen intactos. Potenciados, diría, por el influjo de Nina, que nos honra en esta noche con su belleza e inteligencia.

—Zalamero.

—Pero lo justo y etílicamente  necesario. Estos  no saben más que hablar de tangos, versos y comida.

—La oportunidad de volver al baile, esta posibilidad, es una bendición. Diogenes. ¿Cuánto hace que no compartíamos algo que no fuera una videoconferencia o las pizzas que nos mandabas los viernes?

—Eso es verdad, Cátulo. Así mantuvo este hombre la cohesión gastronómica del grupo, estos meses. Martita, me pidió que brinde a tu salud, Diogenes, querido. han sido muchas noches sin radio y sin talleres de teatro para ella.

—Salud muchachos. Salud sobre todo. A disfrutar el instante. En este pobre presente vamos de minuto a minuto, y sin saber. Vayan a bailar a la canchita, que la pista se llenó.

—Eso, uno contra uno, Ya que no andan por ahí los Puglieses contra los Disarlis, haganle ustedes. Por cierto, si fueran jugadores de futbol  representando a una orquesta, ¿de qué orquesta serían? —agrega Pitón.

—Yo voy con Los ligeros de Firpo.

—Hasta que no haya una directora de orquesta me reservo el nombre. Quizá La desconocida. Tengo que preguntarle a Papaguachi si hubo alguna pionera, en este exclusivo club de hombres directores. —le contesta Nina. Y me hace entender que en el tango algunas cosas siguen siendo machistas.

Y allí nos vamos. Disfrutando el aire suave de fines de verano, la alegría del abrazo en ámbitos extra domiciliarios, el dulce sabor de un tango sudando por la piel.

La canchita, apisonada por tantos encuentros ilustres permite pivot y giro muy corto. Para Fresedo va bien.

Las parejas se ven en la penumbra como estelas de sombra.

El último tango de la tanda se disuelve en la noche que ya llega.

 Paseamos por la periferia sin acercarnos mucho a las mesas en donde hay sillas que no se ocuparan. Somos afortunados. Si las cosas se van normalizando en la próxima luna podremos casarnos.

—Me han escrito los señores Mawartz, amor —comenta Nina, casi leyendo mi pensamiento—. Se han contagiado y todo el hostal está en cuarentena. Deben guardar claustro un mes, escribe la señora.

— ¿Están bien?

—Sí. Ocupados. Ella escribe y monta obras de teatro para personajes mitológicos. Con diseño de vestuario y decorados. El señor practica esgrima con su florete y se ha hecho experto en la fabricación de cerveza casera, al estilo de los antigüos habitantes de Egipto. Le toca la mandolina a los barriles para que «el cuerpo del lúpulo fecunde a la grácil doncella malta».

—Estarán bien. Su amor y sus elevados ideales los protegen. Ah, pero cuando podamos....Creo que a Papá Clemencio le encantará el hostal. La pérgola de madera, las hogueras y la imaginación feraz de los anfitriones. Será perfecto cuando hagamos la fiesta al estilo de las viejas razas paganas.

—Estas hecho un Shelley de arrabal, querido amor.

—Con grandes dosis de Pascual Contursi.  Siempre me pongo así, los últimos días de verano. Me viene de aquel en que terminé la secundaria. Entonces leía Crónicas Marcianas de Bradbury. Aunque siga brillando la luna, mi cuento preferido. Todavía sueño con las ciudades de cristal abandonadas, los libros de plata, la filosofía religión de la extinta raza marciana.

Las bombillas se encienden en la noche. Se baila y afuera queda afuera. Bajo mi mascarilla Poe sonrío a mi amor y por sus ojos brillantes sé que vendrán otros momentos duros  en este tiempo que nos toca y nos da aún la vida.

Y aunque parezca que la cuesta es imposible también vendrán algunas tandas suaves.

En la mesa esperan los amigos y los alimentos.

Y en la  pista el regalo del hoy, de los abrazos y del aire que se mece en el tango.


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