El hombre ha usado los venenos desde hace décadas para eliminar aquellas especies que consideraba molestas o dañinas. Aunque es frecuente escuchar que su uso es algo del pasado, lo cierto es que el veneno nunca ha desaparecido del campo, aunque se trata de una práctica prohibida que acarrea importantes sanciones económicas e incluso prisión para aquellos que lo utilicen con fines delictivos.
A pesar de estas prohibiciones y del enorme daño que ocasionan a la fauna e incluso a los seres humanos, los venenos se pueden adquirir en cualquier tienda sin ningún tipo de permiso. Cualquier persona, incluso menor de edad, puede comprar raticidas, helicidas, topicidas, herbicidas o insecticidas sin problemas y además a un precio muy barato.
También resulta curioso que la mayoría de la gente asocia el uso de venenos al furtivismo, a los cotos de caza o a la actividad ganadera, que con el fin de eliminar a los potenciales depredadores es empleado más frecuentemente de lo que imaginamos, pero lo cierto es que además de esas prácticas, los venenos son usados cotidianamente por particulares, sobre todo en el control de plagas de jardines y huertos sin que sean conscientes (o si lo son no les importa) del enorme daño que causan a otras especies.
En la foto anterior se puede ver a dos mirlos y un zorzal común que aparecieron envenenados en un jardín de Ruiloba (Cantabria) hace una semana. Poco antes de aparecer, según me comentó mi amigo Vicente Rozas, el dueño de la finca había sembrado el jardín con veneno para caracoles y babosas para evitar que se comieran sus plantas ornamentales.
El principio activo de este tipo de venenos es el metaldehído. Los caracoles y babosas, al entrar en contacto con este compuesto empiezan a segregar baba y acaban muriendo por deshidratación. El problema es que tanto el veneno, que normalmente se presenta en pequeñas cápsulas de color azul, como los caracoles envenenados, son consumidos activamente por aves como los túrdidos, o mamíferos como los erizos e incluso por animales domésticos como perros o gatos. Una vez ingerido, el veneno actúa sobre el sistema nervioso central causando violentas convulsiones que en la mayoría de los casos acaban con la muerte agónica del animal.
El número de estas víctimas colaterales del uso legal de este tipo de venenos no ha sido cuantificado, pero se supone que miles de animales salvajes mueren todos los años por esta causa. Pero para que nos demos cuenta de su peligro, la dosis letal de metaldehido por vía oral es de 2 gramos en niños y 4 gramos en adultos.
A la vista de estos datos, resulta aún más incomprensible que estos productos se puedan vender libremente sin ningún control. Pero independientemente de esto, deberíamos ser nosotros mismos los que tomemos conciencia de sus peligros y optemos por otros métodos alternativos, y nos planteemos si merece la pena usarlos para comer unos tomates más o tener una planta de jardín más bonita. Quizás si redujéramos la obsesión por mantener el césped como un campo de golf, las babosas y caracoles tendrían suficiente hierba para comer y su impacto sobre las huertas y las plantas ornamentales sería mucho menor.