Revista Opinión

Venerables veteranas

Publicado el 05 febrero 2019 por Manuelsegura @manuelsegura

Venerables veteranas

Como dejó dicho John Lennon, la vida es eso que va pasando mientras tú haces otros planes. Eva Llorach (Murcia, 1970) obtenía, en la pasada edición de los premios Goya, la preciada estatuilla como actriz revelación por su papel en ‘Quién te cantará’, película dirigida con un ajustado presupuesto por Carlos Vermut, triunfador con su conmovedora ‘Magical Girl’ en la 62ª edición del Festival de Cine de San Sebastián. Por cierto, el primer corto de este cineasta madrileño, rodado hace diez años, se tituló ‘Michirones’, en claro guiño a un plato tan significativo de nuestra gastronomía regional.

Hasta llegar aquí, y subir este domingo al escenario del Palacio de Exposiciones y Congresos de Sevilla para recoger su Goya, Eva Llorach ha transitado por toda una serie de situaciones, algunas bastante alejadas de un oficio que comenzó a aprender en la Escuela Superior de Arte Dramático y Danza de Murcia. Reconoce que optó por ello tras disgustar a un padre que esperaba que siguiera con el negocio familiar de maquinaria industrial. Con numerosas incursiones no solo en el cine, sino también en el teatro y la televisión, esta actriz deja patente que para sobrevivir con tan precaria profesión ha tenido que ejercer de camarera o encuestadora, entre otros cometidos.

Que recibiera un ‘cabezón’ en esta 33ª edición de los Goya era de justicia. La previa obtención de los premios Forqué y Feroz, por su papel de Violeta en la película, allanaba el camino hacia el ansiado galardón. Llamó la atención que su discurso en Sevilla resultara especialmente significativo sobre algo que los actores y actrices, en general, vienen reivindicando desde hace mucho tiempo: la poca visibilidad que se suele dar a la veteranía, sobre todo en papeles relevantes. Eva habló, en especial, de esa invisibilidad que se otorga a las mujeres que ejercen de actrices a partir de los 40, y ya no digamos saltando los 50 o los 60 años.

Esa circunstancia no se da en exclusiva en el mundo de la interpretación. También en el periodismo. Y sobre todo, en la televisión. Hay quien en nuestro país mantiene, desde hace ya demasiado, el concepto equivocado de que solo la juventud puede asomarse a las pantallas para, por ejemplo, presentar un noticiario. Craso error. No hay más que ver lo que ocurre en países como Gran Bretaña, Estados Unidos o Francia, donde la veteranía se asocia irremediablemente al sello de la credibilidad informativa.

El norteamericano Walter Cronkite estuvo más de dos décadas presentando el informativo vespertino de la CBS y cuando en 1981, enfilando ya los 70, optó por echarse a un lado, los espectadores reclamaron su regreso infructuosamente. Otro icono televisivo de allí, Barbara Walters, que aún vive y tiene 89 años, dejó la primera línea en 2004, aunque la ABC sigue contando con ella de vez en cuando. O David Dimbledy, un eterno presentador británico, quien acaba de dejar el programa político por excelencia de la BBC con casi 80 años. Sin embargo, la presentadora Miriam O’Really tuvo que ganarle un juicio a la televisión pública británica, que la despidió en 2009 con 53 años. Argumentó ante un juez que los directivos de la BBC le propusieron teñirse el pelo y someterse a un tratamiento de bótox para parecer más joven, algo que ella rechazó. Y la Justicia condenó a la empresa.

También aquí, de manera fundamental, las mujeres salen peor paradas que los hombres. Lo de Ana Blanco (58 años), en los Telediarios de TVE, es la excepción que confirma la regla, ya que basta con dar un repaso al resto de informativos y cadenas para comprobrar la edad media de sus presentadoras. El contraste lo hallaremos en esos ‘venerables veteranos’ que aún se asoman a nuestras pantallas, caso de Matías Prats (66) o Pedro Piqueras (63).

Los que deciden estas cosas deberían reconsiderarlas y, sobre todo, leer más a menudo, porque leyendo se amplían horizontes y aclaran conceptos. Creo que fue Víctor Hugo el que dejó dicho eso de que los cuarenta eran la vejez de la juventud y los cincuenta la juventud de la vejez. Aunque fue Henry Ford, más contundente, el que sostuvo a lo largo de su vida que cualquiera que dejara de aprender siempre se consideraría viejo, ya tuviera los insultantes veinte años o los provectos ochenta. O el genio de Picasso, que confesaba que cuando alguien le decía que era demasiado viejo para hacer algo, procuraba hacerlo de inmediato.

[eldiario.es Murcia 5-2-2019]


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