Publicadas por Carola Hace unos días se quejaba, muerta de pena ajena, o sea, una pavita en un ¿documental?. Decía con su nariz arrugadita del asco, que los venezolanos, o sea, aplauden cuando el avión en el que viajan aterriza en Venezuela. O sea, no se si entienden la vergüenza que esto produce a quien sí sabe viajar en avión. Me tocó, durante las últimas dos semanas, subirme a varios aviones entre Caracas, Buenos Aires y Montevideo. Descubrí que los Argentinos, o sea, también aplauden cuando aterrizan, no solo en su suelo patrio sino también en Maiquetía. Claro que supongo que no todos, sino los que no saben viajar. Imagino que entre los viajeros habría algún argentino nice que arrugaría la nariz y pensaría, o sea, “me iría demasiado”. Los venezolanos siempre hemos sido muy viajeros, y más ahora que el comunismo nos está matando. Lo malo es que hoy cualquiera se sube a un avión, cosa que da piquiña a los viajeros frecuentes de antaño, de siempre, esos que de tanto estar ahí ya parecen parte del aeropuerto. Cargados de maletas cargadas de cositas nice, nuevecitas, de marca… ta’ barato dame dos. Cositas que por muy lindas y caras que sean no aminoran la pena ajena, de ser poseedores de un pasaporte -“que ahora lo tiene cualquiera porque te lo dan rapidísimo”- que te identifica erróneamente como ciudadano de la República Bolivariana de Venezuela, la de las ocho estrellas, la que ahora es de todos, o sea, la Patria que usurpó a su Patria. Estos viajeros vergonzantes parecen hacer catarsis hablando mal de su país con el primer pelado que encuentren. ”Aquí -comentan a voz en cuello sin que nadie les haya preguntado-, imagínese, escapando un poquito del infierno. Tres semanas por Argentina, bello país, pero claro, mientras tanto, porque su Presidenta como que va por el mismo camino del nuestro, ya sabe, qué desastre, aunque no creo, ustedes son cultos, inteligentes, civilizados, – y remata con una sonrisa servil y salivosa- a diferencia de los venezolanos.” -Siempre en tercera persona, porque los venezolanos son otros por más que un pasaporte delator diga lo contrario-. “Cuidado, señora, – dice otro salivoso en Maiquetía- que esto no es lo que dicen los folletos turísticos. Es más, yo no sé a qué viene la gente a este país (mi país, tu país) que se está cayendo a pedazos. ¿Margarita? Noooo, yo viajo a Punta Cana, Aruba, Curazao pero a Margarita ni muerto, a menos que no haya cupo para ningún lado…” Venezolanos que llevan en el bolsillo, amuñuñada entre sus dólares, una Venezuela de origami, sin gente, vacía… Que se avergüenzan de nuestros aplausos, del orgullo con el que mostramos, al del asiento de al lado, nuestro país desde la ventanita, de nuestra alegría de regresar siempre, o sea, para quedarnos demasiado.
Revista América Latina
Posted on 18 mayo, 2012 by juanmartorano
Carola Chávez
Publicadas por Carola Hace unos días se quejaba, muerta de pena ajena, o sea, una pavita en un ¿documental?. Decía con su nariz arrugadita del asco, que los venezolanos, o sea, aplauden cuando el avión en el que viajan aterriza en Venezuela. O sea, no se si entienden la vergüenza que esto produce a quien sí sabe viajar en avión. Me tocó, durante las últimas dos semanas, subirme a varios aviones entre Caracas, Buenos Aires y Montevideo. Descubrí que los Argentinos, o sea, también aplauden cuando aterrizan, no solo en su suelo patrio sino también en Maiquetía. Claro que supongo que no todos, sino los que no saben viajar. Imagino que entre los viajeros habría algún argentino nice que arrugaría la nariz y pensaría, o sea, “me iría demasiado”. Los venezolanos siempre hemos sido muy viajeros, y más ahora que el comunismo nos está matando. Lo malo es que hoy cualquiera se sube a un avión, cosa que da piquiña a los viajeros frecuentes de antaño, de siempre, esos que de tanto estar ahí ya parecen parte del aeropuerto. Cargados de maletas cargadas de cositas nice, nuevecitas, de marca… ta’ barato dame dos. Cositas que por muy lindas y caras que sean no aminoran la pena ajena, de ser poseedores de un pasaporte -“que ahora lo tiene cualquiera porque te lo dan rapidísimo”- que te identifica erróneamente como ciudadano de la República Bolivariana de Venezuela, la de las ocho estrellas, la que ahora es de todos, o sea, la Patria que usurpó a su Patria. Estos viajeros vergonzantes parecen hacer catarsis hablando mal de su país con el primer pelado que encuentren. ”Aquí -comentan a voz en cuello sin que nadie les haya preguntado-, imagínese, escapando un poquito del infierno. Tres semanas por Argentina, bello país, pero claro, mientras tanto, porque su Presidenta como que va por el mismo camino del nuestro, ya sabe, qué desastre, aunque no creo, ustedes son cultos, inteligentes, civilizados, – y remata con una sonrisa servil y salivosa- a diferencia de los venezolanos.” -Siempre en tercera persona, porque los venezolanos son otros por más que un pasaporte delator diga lo contrario-. “Cuidado, señora, – dice otro salivoso en Maiquetía- que esto no es lo que dicen los folletos turísticos. Es más, yo no sé a qué viene la gente a este país (mi país, tu país) que se está cayendo a pedazos. ¿Margarita? Noooo, yo viajo a Punta Cana, Aruba, Curazao pero a Margarita ni muerto, a menos que no haya cupo para ningún lado…” Venezolanos que llevan en el bolsillo, amuñuñada entre sus dólares, una Venezuela de origami, sin gente, vacía… Que se avergüenzan de nuestros aplausos, del orgullo con el que mostramos, al del asiento de al lado, nuestro país desde la ventanita, de nuestra alegría de regresar siempre, o sea, para quedarnos demasiado.
Publicadas por Carola Hace unos días se quejaba, muerta de pena ajena, o sea, una pavita en un ¿documental?. Decía con su nariz arrugadita del asco, que los venezolanos, o sea, aplauden cuando el avión en el que viajan aterriza en Venezuela. O sea, no se si entienden la vergüenza que esto produce a quien sí sabe viajar en avión. Me tocó, durante las últimas dos semanas, subirme a varios aviones entre Caracas, Buenos Aires y Montevideo. Descubrí que los Argentinos, o sea, también aplauden cuando aterrizan, no solo en su suelo patrio sino también en Maiquetía. Claro que supongo que no todos, sino los que no saben viajar. Imagino que entre los viajeros habría algún argentino nice que arrugaría la nariz y pensaría, o sea, “me iría demasiado”. Los venezolanos siempre hemos sido muy viajeros, y más ahora que el comunismo nos está matando. Lo malo es que hoy cualquiera se sube a un avión, cosa que da piquiña a los viajeros frecuentes de antaño, de siempre, esos que de tanto estar ahí ya parecen parte del aeropuerto. Cargados de maletas cargadas de cositas nice, nuevecitas, de marca… ta’ barato dame dos. Cositas que por muy lindas y caras que sean no aminoran la pena ajena, de ser poseedores de un pasaporte -“que ahora lo tiene cualquiera porque te lo dan rapidísimo”- que te identifica erróneamente como ciudadano de la República Bolivariana de Venezuela, la de las ocho estrellas, la que ahora es de todos, o sea, la Patria que usurpó a su Patria. Estos viajeros vergonzantes parecen hacer catarsis hablando mal de su país con el primer pelado que encuentren. ”Aquí -comentan a voz en cuello sin que nadie les haya preguntado-, imagínese, escapando un poquito del infierno. Tres semanas por Argentina, bello país, pero claro, mientras tanto, porque su Presidenta como que va por el mismo camino del nuestro, ya sabe, qué desastre, aunque no creo, ustedes son cultos, inteligentes, civilizados, – y remata con una sonrisa servil y salivosa- a diferencia de los venezolanos.” -Siempre en tercera persona, porque los venezolanos son otros por más que un pasaporte delator diga lo contrario-. “Cuidado, señora, – dice otro salivoso en Maiquetía- que esto no es lo que dicen los folletos turísticos. Es más, yo no sé a qué viene la gente a este país (mi país, tu país) que se está cayendo a pedazos. ¿Margarita? Noooo, yo viajo a Punta Cana, Aruba, Curazao pero a Margarita ni muerto, a menos que no haya cupo para ningún lado…” Venezolanos que llevan en el bolsillo, amuñuñada entre sus dólares, una Venezuela de origami, sin gente, vacía… Que se avergüenzan de nuestros aplausos, del orgullo con el que mostramos, al del asiento de al lado, nuestro país desde la ventanita, de nuestra alegría de regresar siempre, o sea, para quedarnos demasiado.
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