Por Carlos Angulo Rivas*
Los resultados de la elección presidencial en Venezuela son de una claridad meridiana. Verificadas las cifras por un sistema electoral elogiado internacionalmente, debido a la honestidad y transparencia demostradas en todos los procesos de consulta popular habidos en Venezuela, dieciocho en catorce años, la máxima autoridad –Consejo Nacional Electoral- proclamó Presidente Constitucional de la República Bolivariana de Venezuela al ganador indiscutible, Nicolás Maduro.
El proceso de sufragio del domingo 14 de abril último fue ejemplo de organización, disciplina y tranquilidad, según los personeros y los 170 observadores internacionales invitados. La nota extraña es que la ventaja de más de un cuarto de millón de votos, 1.78 %, no le parece suficiente al perdedor Henrique Capriles, admirador de la democracia norteamericana. Parece que el candidato de la oligarquía corrupta venezolana, de los millonarios y del imperialismo, el tal Capriles, esperaba una buena azotaina como la proporcionada por el comandante Hugo Chávez en octubre del año pasado. Sin embargo, es bueno recordarle a Capriles que su mentor ideológico George W. Bush perdió el año 2000 el voto popular frente a Al Gore, la ventaja final de Gore sobre Bush fue de 0.5 %, pero mediante un dudoso conteo en el Estado de Florida se le adjudicó al perdedor los 25 votos del colegio electoral para de esta manera arrebatarle a Gore la presidencia de los Estados Unidos. Con esta maniobra Bush llegó a 271 votos electorales frente a 266 de Gore, siendo proclamado titular de la Casa Blanca. Aquí, a pesar de la oscura designación de George W. Bush, que perdió en la votación popular, nadie llamó al desconocimiento de la ley, al desgobierno, el caos y la anarquía.
Henrique Capriles, con siete muertos contabilizados y más de 60 heridos a consecuencia de la violencia desatada en varias ciudades venezolanas a través de asaltos a los locales partidarios del partido de Hugo Chávez y a las casas de las autoridades del gobierno nacional y los gobiernos regionales, se ha colocado al margen de la ley. Amparado por el departamento de Estado norteamericano y la Casa Blanca, y por el ministerio de colonias OEA, ha iniciado el vandalismo que es lo único que sabe hacer, con el fin de desestabilizar a su país desconociendo su derrota electoral, mientras ya casi todos los presidentes de América Latina han felicitado a Nicolás Maduro por su victoria. El candidato perdedor Capriles viene encausando una inaudita violencia contra el Estado y sus representantes civiles y militares, no de otra manera se entienden los llamados a la insurrección, a la huelga nacional y a las desaforadas protestas de sus partidarios, en vez de recurrir a los organismos correspondientes, si en caso cree que su derrota no es una derrota sino un fantaseado triunfo auspiciado por las pandillas de políticos facinerosos que hicieron de Venezuela, desde los años de la independencia política de España, su más preciado botín. No cabe duda que la ultraderecha fascista encimada, a raíz de la desaparición física del líder bolivariano, Hugo Chávez, imaginó ganar terreno para echarse abajo el camino escogido por la mayoría de los venezolanos. Camino sembrado en catorce años de cambios revolucionarios en educación, salud, vivienda, derechos ciudadanos, distribución de la riqueza, reforma agraria, soberanía e integración solidaria latinoamericana.
Prueba de ello es que el difunto mandatario recibió un apoyo popular sin precedente en la historia de Venezuela; y hoy la victoria del presidente encargado Nicolás Maduro significa la ratificación del proceso revolucionario bolivariano. Muerto el líder, los enemigos abiertos y embozados arremetieron y sobornaron con todas sus fuerzas; apoyados por el imperialismo norteamericano y las fuerzas retardatarias de América Latina y el mundo creyeron en la alucinación de ver de nuevo de rodillas al valiente pueblo venezolano. Los obstáculos para la victoria de Maduro han sido diversos, desde la obstrucción de los medios de comunicación elaborando calumnias y sembrando las dudas hasta el sabotaje económico del desabastecimiento y la escasez de productos; y por supuesto el sabotaje terrorista a los servicios públicos. No dudemos que con la victoria de Maduro el régimen podrá remontar los problemas que tiene al frente.
Para empezar, sin Hugo Chávez, la continuidad del proyecto de la revolución bolivariana, la democracia participativa y la construcción del Socialismo del siglo XXI, sigue en pie no sólo en Venezuela sino en el continente Latinoamericano y el Caribe. La confrontación política habida el 14 de abril era inevitable, más aún cuando la apuesta de la contrarrevolución estaba corriendo convencida de que sin el comandante presidente sus seguidores perderían la brújula, se pelearían entre ellos por ambiciones personales, derrocharían el poder de convocatoria como la base fundamental de aglutinar las fuerzas del cambio. Es cierto, la polarización política azuzada por intrigas, estimulada por sobornos soterrados, instigada por los mercenarios contratados y los provocadores profesionales, ha contribuido a la confusión de algunos votantes indecisos arrastrados hacia las huestes de un Capriles tramposo presentando la buena cara de ser un “chavista bolivariano crítico” pero no un enemigo de los logros de las misiones sociales y menos un fascista desembozado y golpista, asaltante de la embajada cubana, como lo demostró el año 2002 en la conspiración de George W. Bush para desaparecer a Hugo Chávez del escenario político.
La ratificación del triunfo del Comandante Presidente Hugo Chávez el 7 de octubre del año pasado, significa la confirmación del Plan de la Nación que ahora deberá llevar adelante el Presidente Constitucional Nicolás Maduro. Regresemos a 1998, cuando la economía y la sociedad venezolana llevaba medio siglo cayendo en picada con la corrupción endémica generalizada, la inflación vertiginosa, la disminución de la riqueza, la deuda externa, la pobreza absoluta, el analfabetismo y el desempleo. Regresemos al “caracazo” y a las medidas drásticas del Fondo Monetario Internacional acatadas incondicionalmente por los gobiernos antinacionales de la oligarquía enquistada en los partidos tradicionales Acción Democrática y COPEI. Recordemos a Capriles como el matón del golpe de Estado en abril, 2002; al mismo sujeto como agitador activo del paro petrolero PDVSA que paralizó temporalmente la economía nacional. La historia demuestra el avance, reconocido por las Naciones Unidas, en cuanto al bienestar del pueblo venezolano, pero el legado de Hugo Chávez va más allá porque es protagonista de la integración solidaria y la independencia latinoamericana, por consiguiente de la prosperidad de millones de personas que aguardan con esperanza sincera y natural la libertad verdadera, negada a los pobres.
Dentro del proceso revolucionario ratificado con la victoria de Nicolás Maduro caben autocríticas fraternas manteniendo la férrea unidad de todos los bolivarianos, pues no se debe poner en peligro el destino que nos depara la patria grande latinoamericana. Los enemigos de adentro y de afuera de Venezuela seguirán poniendo piedras en el camino victorioso del legado de Hugo Chávez, pero la educación y la conciencia política adquirida en los últimos catorce años nos conducen ahora a trabajar en paz y por la paz, construyendo día a día el progreso de los pueblos siempre impedido por el neoliberalismo económico, la ambición desmedida, el individualismo y el egoísmo, ideales clásicos del “capitalismo salvaje” denunciado por Juan Pablo II.
*Poeta y escritor peruano