Por Daniela Rodríguez
Preludio de la tormenta: aumentan las potencias pero no los recursos
Para quienes han hecho seguimiento del curso despótico que está tomando la humanidad, los crecientes atentados en diversas ciudades del mundo y el auge del terrorismo como amenaza de alcance global no representan sorpresa en absoluto, sino el asentamiento de las bases para la consolidación de un plan integral de dominación planetaria, impulsado por las élites corporativas de Estados Unidos y Europa Occidental, para el mantenimiento de su hegemonía, en un mundo convulsionado por el auge de la multipolaridad.
La turbulencia geopolítica se siente en los cuatro puntos cardinales, ya que la crisis de la hegemonía norteamericana tiene un impacto integral en todo el globo terráqueo, los niveles de tensión se perciben igual en América Latina, en el Magreb, en Medio Oriente y en el Sudeste Asiático, y se puede afirmar con franqueza que no existe hoy un lugar en el planeta que esté libre de amenazas en este progresivo aumento de conflictividad internacional.
El mismo asesor estratégico de la política exterior norteamericana Zbigniew Brzezinski lo plantea en su libro Strategic Vision. America and the crisis of global power publicado en el año 2012, de la siguiente manera:
“La cambiante distribución del poder global y el nuevo fenómeno del despertar político masivo intensifican, cada uno a su manera, la volatilidad de las relaciones internacionales contemporáneas. A medida que la influencia de China crece y como otras potencias emergentes -Rusia o India o Brasil, por ejemplo- compiten entre sí por recursos, seguridad y ventaja económica, aumenta el potencial de error de cálculo y de conflicto”.
En el caso latinoamericano, los avances en la construcción de la integración producto de “ese despertar político masivo” en el que Venezuela ha tenido un papel protagónico es una causa elemental de todo tipo de amenazas y atropellos al país por parte del Imperio norteamericano, el cual, más allá de enfilar sus ataques en contra de Venezuela, tiene como objetivo trascendental la desintegración de los modelos de integración construídos en este siglo XXI, entre ellos, Mercosur, Unasur, ALBA, Petrocaribe y la Celac, y que representan una característica sustantiva de la multipolaridad.
Ya en el año 1999 en su discurso en el acto de inauguración de la XI Cumbre Presidencial Andina, en Cartagena de Indias, Colombia, Hugo Chávez afirmaba:
“Pues aquí estamos llamados a conformar un gran bloque de fuerza para enfrentar ese mundo multipolar del siglo XXI. No puede ser bipolar, mucho menos unipolar. Tenemos que hacerlo pluripolar y aquí por todas las condiciones geográficas, humanas, históricas y potenciales, nosotros estamos llamados a conformar uno de los polos de fuerza de poder en las puertas del siglo XXI. Tenemos las condiciones para serlo, avancemos unidos y en ofensiva en esa dirección”.
El surgimiento de potencias como China, Rusia e Irán, que han implicado la reorganización de los circuitos comerciales y áreas de influencia geopolítica, las cuales de la mano del liderazgo internacional de Venezuela y el desarrollo de una política exterior independiente, han incrementado drásticamente su presencia en el contexto de países latinoamericanos, es considerada por el gobierno estadounidense como la segunda amenaza más grave a su hegemonía.
Muestra de ello son las afirmaciones del ex director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional y Profesor de la Universidad de Defensa Nacional de Estados Unidos, Craig Deare, en un capítulo dedicado a Latinoamérica, de su libro Marcando la Ruta: opciones estratégicas para un nuevo gobierno, en el que se refiere a la influencia de potencias extrarregionales en Latinoamérica:
“La segunda gran amenaza para los intereses de EEUU en esta región es la creciente presencia y actividad de actores externos con intenciones antiestadounidenses. (…) Algunos países -Rusia, Irán y China son los ejemplos más destacados- están buscando acceso a la región por razones que van más allá del comercio y la diplomacia. Las acciones en esta región por parte de estos tres países en particular deberían ser observadas con detenimiento por los responsables políticos estadounidenses. (…) Rusia considera el entorno geopolítico actual como una nueva Guerra Fría; la expansión de China en el mar de China meridional demuestra claramente sus intenciones; y la agresión de Irán en el Golfo Pérsico y más allá revela sus ambiciones globales. (…) Esta invitación fue bienvenida por la alianza antiestadounidense conocida como ALBA (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América), que está ansiosa por reducir la influencia estadounidense”.
Este abordaje analítico muestra claramente cómo la política norteamericana hemisférica, en ningún momento pierde de vista la importancia de neutralizar las potencias emergentes de impacto global como China, Rusia e Iran, evidenciando una vez más cómo los ataques a Venezuela y sus plataformas de integración, representan directamente un ataque a la multipolaridad.
Asimismo reconoce que la principal preocupación actual para la potencia norteamericana es “el hecho de que EEUU ya no es la única opción disponible para la búsqueda de apoyo externo por parte de los Estados-nación regionales, -por lo que- los actores políticos estadounidenses deberán trabajar más duro -y más importante, más inteligentemente- para mantener la relevancia y los lazos con nuestros socios latinoamericanos”.
Transformaciones en el eje geopolítico del mundo
El eje geopolítico del mundo está nuevamente orientándose hacia el Asia-Pacífico y esto tiene graves implicaciones: la Europa “atlántica” -quien ya hasta ahora tiene un papel periférico de los intereses de Estados Unidos- progresivamente está teniendo un papel aún más irrelevante en el concierto de las naciones, por no ser capaz de asumirse a sí misma en un proyecto independiente a los intereses norteamericanos, evidenciando su incapacidad de asumir la importancia geopolítica que tiene, su proximidad a África y Asia, absorta en una histórica e infundada enemistad con Rusia que a la única que conviene es a la potencia norteamericana.
Mientras que Estados Unidos, progresivamente, ha venido perdiendo múltiples áreas de influencia, no ha podido consolidar su dominio sobre Siria, por ende tampoco sobre Irán, ni siquiera su operación sobre Ucrania fue exitosa, y por más que ha intentado cercar a Rusia, incrementando el número de bases militares de la OTAN en Europa del Este, cada vez se evidencian mayores contradicciones en el seno de esta alianza militar. El sudeste asiático no escapa de esta realidad, espacio en el que China ha incrementado su influencia y posición geopolítica, generando una gran efervescencia de tensiones delineadas por significativas acciones, la prueba de misiles intercontinentales por parte de Corea del Norte, la instalación del sistema antimisiles THAAD en Corea del Sur, el desplazamiento de portaviones y destructores norteamericanos y japoneses, entre otros.
Esta progresiva pérdida de estatura geopolítica obliga a Estados Unidos a ejercer la mayor presión sobre Venezuela, para resolver de manera urgente la situación a favor de sus intereses, hacerse del control de recursos estratégicos que necesita para negociar con China y Rusia el devenir internacional y la definición de nuevas áreas de influencia que le permitan mantener su estatus imperial. Por mencionar sólo un aspecto de esa gran debilidad, en la actualidad, Estados Unidos depende en un 100% de la importación de minerales “raros”, que son esenciales para la industria militar, según reportes del Servicio Geológico de Estados Unidos.
Por otro lado, el reforzamiento de las potencias emergentes, entre ellas China, que avanzan rápidamente en la construcción de nuevos tejidos financieros, diplomáticos, políticos, institucionales y comerciales, como por ejemplo la Ruta de la Seda, son el causal de un sinnúmero de acciones desesperadas de los tradicionales clubes de ricos y su representación geopolítica (Occidente), considerando el terror y la guerra una herramienta esencial para mantener al mundo en un caos, justificando autoritarias formas de control sobre los recursos naturales, reduciendo al máximo el costo político y social.
El ingreso de Venezuela al Banco Asiático de Inversión e Infraestructura, iniciativa de la República Popular China, materializado el 23 de marzo, sin duda alguna es un elemento clave para la intranquilidad estadounidense, cuya estabilidad financiera depende esencialmente del endeudamiento de los países del “Tercer Mundo”, ante sus decadentes instituciones de financiamiento: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. No es casualidad que poco más de una semana después se estaban iniciando las protestas violentas por parte de los factores radicales de la oposición en Venezuela.
Sin embargo, más allá de los actores formales de la escena internacional y sus métodos tradicionales, es preciso alertar sobre los planteamientos del neoliberalismo como cálix ideológico de las élites, y sus nuevas formas de control de imaginarios, impulsando la emergencia de nuevos actores basados en la violencia, que pueden significar la desaparición sustancial del “Estado moderno”, de naciones enteras y el aumento exponencial de refugiados.
La para-política y la post-verdad: características del autoritarismo global
La crisis sistémica de este orden mundial trae consigo una crisis ético-política que trastoca la “verdad” como sustento del consenso internacional, lo cual no sólo tiene una importante manifestación en la reorganización de los ejes geopolíticos, la redistribución de las bases materiales a nivel planetario y la reconfiguración del acceso de la población a las mismas, sino también el auge de nuevas formas de dominación y de ejercicio del poder político, más allá de las fronteras morales y éticas del discurso.
Esto significa que la manera como el sujeto interpreta y se apropia de sus realidades, en especial las geográficas, es tan importante como las transformaciones mismas que se pueden generar en lo material. La capacidad de defensa de un territorio parte de la capacidad de su población de identificarse con el mismo, existiendo una vinculación emocional-existencial, razón por la cual la desinformación, el desconocimiento y la manipulación, juegan entonces un papel estratégico al momento de obtener el poder material.
De acá emerge una explicación a la creciente necesidad de los poderes imperiales de intervenir y manipular la percepción de las masas, promoviendo el desapego absoluto con base a su territorialidad, y más aún si esta se encuentra plagada de recursos como es el caso venezolano. Oportuno es citar el planteamiento de Henry Kissinger, uno de los “padres” de la diplomacia estadounidense, cuando afirmaba que “la despoblación debería ser la máxima prioridad de la política exterior hacia el tercer mundo, ya que la economía de los Estados Unidos requerirá grandes cantidades de minerales del extranjero, especialmente países menos desarrollados”.
Esta visión ha sustentado un sinnúmero de operaciones que van desde el exterminio de poblaciones y la implementación de jornadas de esterilización masiva desarrolladas por Estados Unidos en Centroamérica y Suramérica bajo la mirada complaciente de gobiernos lacayos, como las terribles operaciones psicológicas dirigidas a despoblar Venezuela en los últimos 10 años, intentando devaluar progresivamente el nivel de apego de la población venezolana a su territorio y mermar así no sólo la capacidad de defensa del mismo, sino a facilitar su venta “al mejor postor”.
El manejo ético del poder, junto con la verdad, pareciera que son las primeras víctimas del salto al abismo que nos ofrece el neoliberalismo, a través del debilitamiento progresivo de las fronteras, de la libre discusión, la toma de decisiones colectivas, el respeto a la ley, la transparencia, la protección de libertades individuales, la capacidad del sujeto de elegir entre múltiples opciones, de comunicarse libremente sin interdicciones, frente a la usurpación de pequeños grupos de poder, que amparados en la lucha contra “el terrorismo”, intervienen en todo proceso de la existencia humana, individual o colectiva.
Esto se traduce la imposición de la para-política como mecanismo de ejercicio del poder internacional, para el control y administración de los recursos y del fortalecimiento de actores para-estatales -véase el Estado Islámico, rebeldes sirios, oposición paramilitar venezolana, y el apoyo de EEUU- como operadores de la voluntad de grandes élites financieras que pueden estar asociadas a algunos Estados concentradores de capital a nivel global.
Bajo una concepción de transformación territorial global que propone que una vez que la población se haya agotado a sí misma en enfrentamientos intestinos, y que otra parte de la población haya tenido que salir desterrada de sus territorios ancestrales, las empresas transnacionales, se apropien directamente de los recursos sin la necesidad de asumir las necesidades sociales, sin ningún tipo de protección legal que sólo la figura del Estado puede representar.
Esta forma de proceder no sólo se ve expresada cada vez con más intensidad en nuestra realidad cotidiana, sino que la hemos visto en Siria y Libia, países en los que Estados Unidos ha materializado la despoblación, a merced de empresas transnacionales que han asumido la explotación de recursos en favor de la para-política internacional, generando grandes crisis humanitarias y legando a esos pueblos destinos peores que la muerte.
Las fronteras, totalmente desdibujadas desde el plano físico, arropadas por una guerra difusa e indiscriminada, exacerbada por la lucha en el campo simbólico a través de la constante definición y re-definición de enemigos, verdades, actores, causas y métodos de lucha, vislumbran un futuro de grandes batallas a aquellos pueblos que quieran resguardar para sí los recursos bajo su suelo, y otorgan a los medios de comunicación masivos y las redes sociales la avanzada del proceso de dominación, planteando nuevos retos al momento de defender la existencia.
Porque el neoliberalismo con su carácter atemporal y trans-espacial, sin territorio, sin nacionalidad, sin identidad, sin creencia más que su devoción a la acumulación de capital, sin límites más que la finitud de los recursos del planeta, es hoy en día la principal amenaza.
Por esta razón, no es de extrañarnos que así como en el siglo XX hubo un período de surgimiento masivo de nuevos Estados, en este siglo XXI nos encontremos ante la posibilidad de una desaparición masiva de Estados, en el marco de la reconfiguración de un nuevo mapa global, que centralizará el control territorial en manos de -aún menos- empresas transnacionales y mercenarios imperiales.
Estas pinceladas de los últimos sucesos internacionales -y nacionales- plantean un indetenible panorama que los pueblos del mundo debemos advertir y combatir aferrándonos a la defensa de nuestra territorialidad como núcleo primigenio de nuestra existencia, contexto en el cual la defensa del Estado, como eje integrador no sólo de múltiples factores materiales, sino también inmateriales como la personalidad, identidad y espíritu de una sociedad.
No debemos olvidar nunca una verdad histórica que hemos aprendido con el ejemplo de tantos pueblos del mundo: existen destinos peores que la muerte y uno de ellos es la pérdida de identidad, la pérdida de la Patria como ese espacio sagrado para la existencia y el pleno desarrollo del ser. La construcción de la multipolaridad y el liderazgo geopolítico de Venezuela es algo de lo cual el pueblo venezolano debe ser muy consciente, ya que no sólo vale por su lucha individual sino por la lucha en un sistema global de relaciones de poder, en donde tenemos mucho que defender.
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