Mucha gente de izquierda considera al régimen chavista como altamente progresista. Así, por ejemplo, Michele Kiintz y Frank Gaudichaud sostienen que el chavismo se cuenta entre los gobiernos latinoamericanos cuyo "balance en el plano de los avances sociales y de reconstrucción de un Estado social... es claramente positivo comparado con el período neoliberal anterior" ("América Latina entre el reflujo de los progresismos y experiencias alternativas", 5/04/17; http://contrahegemoniaweb.com.ar/america-latina-reflujo-los-progresismos-experiencias-alternativas/). Afirmaciones semejantes las encontramos en muchos otros sitios web de corte nacional-populista.
En oposición a esa postura, sostengo que el hambre y la desesperación generalizadas en que se ha sumergido al pueblo de Venezuela no solo no tienen contenido socialista alguno, sino siquiera contenido "capitalista-progresista". Para argumentar mi posición, empiezo con algunos datos y testimonios, escritos y gráficos.
Según un estudio realizado entre octubre y diciembre de 2016 por Cáritas Venezuela, con la colaboración de Cáritas Francia, la Comisión Europea y la Confederación Suiza, en Venezuela hay claros indicios de desnutrición crónica entre los niños. En algunas zonas, esta alcanza niveles cercanos a lo que, de acuerdo a los estándares internacionales, es una crisis. El informe dice: "Se están registrando estrategias de sobrevivencia inseguras e irreversibles desde el punto de vista económico, social y biológico, siendo especialmente preocupantes el consumo de alimentos rebuscados en las calles".
"Según una encuesta realizada en junio de 2016 en el estado de Miranda, un 86% de los niños temía quedarse sin comida. Un 50% dijo haberse acostado con hambre por falta de alimento en sus hogares".
Por su parte, Erika Guevara, directora de la Oficina Regional para las Américas de Amnistía Internacional, en junio de 2016 escribía:
"El Hospital de Niños J.M. de los Ríos en Caracas, que en otro tiempo fue motivo de orgullo como modelo de asistencia pediátrica en Venezuela, hoy es un trágico símbolo de la crisis que está arrasando este país de América del Sur.
La mitad del gigantesco edificio se está derrumbando, las paredes se tambalean, los suelos se inundan y las habitaciones están tan deterioradas que ya no se utilizan.
En la mitad que continúa en funcionamiento, cientos de niños reciben tratamiento. Pero escasean tanto los medicamentos como las provisiones médicas básicas, y las madres de los niños ya han renunciado a pedirlos. (...)
La escasez de suministros médicos es sólo un aspecto de la profunda crisis humanitaria que devora Venezuela desde hace tres años.
La tragedia podría haberse evitado. El país suramericano disfrutó durante años de la prosperidad que conllevaba tener una de las mayores reservas de petróleo del mundo.
Pero la súbita caída del precio del petróleo puso al descubierto una realidad escalofriante: el gobierno venezolano había olvidado invertir en infraestructura. Un país que antes importaba de todo, desde alimentos hasta medicamentos, ahora no tenía para comprar antibióticos.
Las consecuencias han sido catastróficas. Según la empresa encuestadora venezolana Datanalisis, el país carece del 80% de los alimentos y medicamentos que necesita (...)
Venezuela presenta, además, una de las tasas de homicidios más altas de mundo. Los médicos, ante tal escasez, tienen que improvisar para salvar vidas, como si trabajaran en una zona de guerra. Los hospitales privados tienen las mismas dificultades para conseguir medicamentos y provisiones esenciales.
El personal directivo de la Maternidad Concepción Palacios, la mayor de Venezuela, nos contó que, en el primer trimestre de 2016 murieron 101 recién nacidos, el doble que en el mismo periodo de 2015. En el mismo hospital habían muerto unas 100 parturientas en lo que iba de 2016.
"El hambre en Venezuela no es cosa de juegos. La escasez de alimentos básicos ha llegado a límites impensables y los ciudadanos son capaces de caerse a golpes con tal de llevar algo de comida a la mesa.
El hambre y la descomposición social no tienen nada de progresista
Como vimos al inicio de la nota, para muchos intelectuales y militantes de izquierda, o "progres", el hambre y los padecimientos del pueblo venezolano parecieran ser una cosa secundaria, al momento del balance.
En oposición a esta postura, sostengo que no hay "construcción del socialismo", sea del siglo que sea, que pueda llevarse a cabo sobre la base de la miseria y la postración. Recordemos el punto de partida: "... la primera premisa de toda existencia humana y también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen, 'para hacer historia', en condiciones de vivir. Ahora bien, para vivir hace falta comer, beber, alojarse bajo un techo, vestirse y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de las necesidades, es decir, la producción de la vida material misma, y no cabe duda de que es este un hecho histórico, una condición fundamental de toda historia, lo mismo hoy que hace miles de años, necesita cumplirse todos los días y a todas horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres" (Marx y Engels, La ideología alemana, p. 28).
Sencillamente, el hambre socava incluso toda potencialidad del cuerpo, y por lo tanto de pensar y obrar críticamente. Dice Spinoza en la Ética: "... todo cuanto aumenta o disminuye, favorece o reprime la potencia de obrar de nuestro cuerpo, a su vez aumenta o disminuye, favorece o reprime, la potencia de pensar de nuestra alma" (proposición 11, L. 3). En Spinoza la potencia es constitutiva del ser mismo. Como observa un comentarista, "ser algo es precisamente tener la potencia de ser ese algo, o más precisamente, de afirmarse como dicha potencia" (Salazar Carrión, El síndrome de Platón ¿Hobbes o Spinoza?, México 1997, p. 193).
Pero no hay afirmación de la potencia -y por lo tanto, no hay potencialidad transformadora- donde los seres humanos están al borde de la inanición, donde su vida se reduce a la amarga lucha diaria por sobrevivir. Más aún, la necesidad de luchar por condiciones elementales de trabajo y de vida bajo el capitalismo tiene que ver con la posibilidad misma de la liberación de los asalariados. En este respecto, en Salario, precio y ganancia,Marx califica el pedido de Owen de acortar la jornada laboral como "el primer paso preparatorio para la emancipación de la clase obrera". Y plantea que si esta no defendiera sus condiciones de vida "se vería degradada en una masa informe de hombres desgraciados y quebrantados, sin salvación posible " (énfasis agregado).
Además, si al hambre se le suman la ausencia de perspectiva, el descreimiento y la frustración, existe el peligro de desembocar en la impotencia generalizada, en un sálvese quien pueda, del que solo se saldrá a un altísimo costo.
Por otra parte, no es posible que se justifiquen estos increíbles padecimientos en nombre de algún "objetivo socialista" (que ni siquiera es el caso del chavismo). Hace muchos años, la revolucionaria rusa Alejandra Kollontai decía que los métodos de construcción del socialismo de Stalin evidenciaban una falta de verdadera humanidad comunista (ver aquí). Su denuncia conserva plena vigencia. Es imperioso recuperar el ideal del humanismo socialista, que ha sido enterrado por las numerosas capas geológicas de stalinismos de todo tipo, que se siguen agregando hasta el presente. Un sentido humanista no es un detalle, sino parte sustantiva del proyecto de transformación social.
En este sentido, quisiera terminar esta nota recordando a Sánchez Vazquez cuando, comentando la posición humanista del joven Marx, escribía: "La reducción de las necesidades y la nivelación de estas a un mínimo general, lejos de desarrollar la sociedad a través de sus expresiones más elevadas (el talento, la cultura, la civilización), implica un retroceso por lo que toca a la dominación de la naturaleza que expresa justamente la cultura (...)
El joven Marx no entiende el comunismo como una renuncia a los bienes materiales y espirituales alcanzados por la humanidad. No se trata de un empobrecimiento o ascetismo mediante la anulación de las necesidades o de abolir la propiedad privada retornando a un estado que está incluso por debajo de ella" ( El joven Marx: los manuscritos de 1844, México, UNAM, Itaca, p, 135).