Los episodios de protesta, violencia y censura que se han vivido en Venezuela en los últimos días evidencian una dictadura que oprime al pueblo llanero. De eso no cabe ninguna duda. Aunque el presidente Maduro trate de tapar el sol con un dedo, lo cierto es que lo que su gobierno reconoce como “violencia fascista” es en realidad el clamor de un pueblo que no soporta más. En medio de un contexto cargado de inseguridad, inestabilidad económica y autoritarismo, los venezolanos han decidido salir a las calles y reclamar lo que les corresponde: sus derechos. Y es que la situación se torna crítica. Se ha vuelto complicadísimo abandonar el país. La escasez es un problema grave: no hay medicinas, no hay alimentos básicos, no hay papel ni para el baño ni para los periódicos. La criminalidad crece día a día. La libertad de expresión es cada vez más limitada; el Gobierno controla el 90% de las comunicaciones (incluso habría bloqueado Twitter para impedir que se difundan imágenes de los violentos incidentes de los últimos días). Las manifestaciones no son nada nuevo en Venezuela, pero los sucesos violentos de las últimas jornadas sí resultan alarmantes. Los movimientos estudiantiles convocan a marchas pacíficas; sin embargo, en medio de las protestas se infiltran grupos armados que desatan el caos. Por supuesto, existen dos versiones: Maduro trata de victimizarse diciendo que sufre un intento de golpe de Estado, y la oposición responsabiliza a la dictadura chavista. El pueblo venezolano, así como el latinoamericano y en general el mundo entero, es libre de escoger creerle al Mandatario o a la oposición, pero los hechos hablan por sí solos y hay una verdad que nos atañe a todos y de la que no podemos desentendernos: la opresión ha llegado a un punto crítico. Venezuela necesita ayuda.