Esmeralda García Ramírez
La IV República en Venezuela estuvo dominada por el puntofijismo (gobiernos adecos y copeyanos), por mal llamados demócratas que estuvieron en el poder durante más de cuarenta y años y entregaron nuestros recursos petroleros a los gobiernos del norte. La paliza que le propinó el presidente Chávez en varios eventos electorales al puntofijismo hizo que la ultraderecha venezolana buscara las formas para derrotarlo por cualquier vía y aún hoy apuestan a esta hazaña contra el presidente Maduro. Han ejecutado cualquier tipo de estrategias, pero la más atrevida y descabellada fue haber ordenado a un burgués diputado que se autoproclamara presidente, sin ningún basamento jurídico ni legal. Así es el capitalismo, se defiende, miente, se reinventa, autojustifica su salvajismo y depredación para manipular la psiquis de una sociedad; por esta razón nunca el imperio, o la OEA, criticaron los sistemas políticos de Pérez Jiménez o Pinochet, o las violaciones de los derechos humanos que se cometen actualmente en Chile. Los amos del norte y sus lacayos creen que democracia es lo mismo que capitalismo y bajo esta premisa pretenden recuperar “la libertad” de Venezuela; sin embargo se encontraron con un país que durante estos veinte años aprendió a distinguir aquellos propósitos bárbaros con los avances sociales humanistas ofrecidos por estos dos últimos gobiernos; a tener una mejor formación de consciencia de amor por su patria; a defender la CRBV que fue producto de una lucha social emprendida no solo por Chávez, sino por el clamor de un pueblo guerrerista que se impuso a los guiones del imperio estadounidense.Lo que está ocurriendo en Venezuela desde hace tiempo hubiese tenido un desenlace fatal en cualquier país del mundo. La ultraderecha venezolana propició escenarios violentos para generar una guerra civil, que el gobierno implantara toque de queda con suspensión de garantías para instar un conflicto entre la FANB y la sociedad civil, y/o propiciar una intervención extranjera, opciones éstas que aún están en el tapete para llegar al poder por la fuerza. Venezuela es un país atípico y determinante de la región, lo que sucede aquí produce un efecto dominó en los demás países. En Puerto Rico, su gobernador tuvo que renunciar por su postura homofóbica y racista. En Ecuador, los movimientos indígenas obligaron al traidor de Lenín Moreno a reconsiderar las medidas neoliberales que le impuso a su pueblo por orden del FMI. En Chile, la sociedad civil se reveló contra más de 40 años de represión y de pactos neoliberales con el imperio. En Argentina ganó la izquierda nuevamente producto de las medidas salvajes de Macri y sus acuerdos antisoberanos con sus amos. En Brasil, aún no pasa nada por el dominio de los grupos económicos y el poder de la iglesia cristiana; es como si el fuego de la Amazonía les hubiese adormecido por protestar. Colombia empieza a despertar después de un largo letargo; sin embargo la derrota del uribismo en las recientes elecciones no son suficientes para los cambios radicales que requiere el país. Panamá, Perú, Paraguay, Honduras y Guatemala están en el ojo del huracán por sus graves denuncias de corrupción de sus líderes ultraderechistas.
Paradójicamente, entre otras acciones para tumbar al gobierno de Nicolás Maduro, se creó el Grupo de Lima, conformado por 14 países de la región (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, Ecuador, Guyana y Santa Lucía); aunque México se ha mantenido al margen de las políticas de este cuerpo injerencista, tal como lo hará el nuevo gobierno de Argentina. Estos países de manera inmoral pretenden dar una lección de “democracia y libertad” a Venezuela, sancionándolo, aislándolo, cumpliendo las órdenes de su amo Trump, e instando y apoyando la violación de los DD.HH de la derecha; pero jamás pensaron que por ley universal todo se les revertería. Atacar a un hermano país, instar a que su pueblo sufra de hambre y muera por falta de medicamentos, apoyando sanciones económicas, motivar a sus ciudadanos a abandonar a su patria para ofrecerle bajo el engaño una mejor vida y luego impulsar la xenofobia y el asesinato contra ellos, en su propio país, es un acto reprochable, todo éste daño se le revierte por Ley del Kyvalión. No ahondaré en el tema de que el gobierno ha resistido a causa del apoyo de una FANB cohesionada, por un pueblo que ha resistido todos los embates producto de los bloqueos económicos (a pesar de las fallas de este gobierno en tomar acciones más contundentes), por los errores constantes y brutales de una oposición que se arrodilla al imperio, donde el gobierno ha sido permisivo y alcahuete en sus acciones; no porque éstas no sean importantes, pero es imperativo mirar más allá de estos aspectos: en este gobierno se ha gestado la peor crisis económica de la historia. Se le ha subestimado al Pdte. Maduro porque no tiene un título universitario o un recorrido intelectual entre la élite de la burguesía venezolana; se burla el presidente de sus rivales cuando le llaman “maburro”; han dudado de su inteligencia, pero nadie se imaginó —ni el propio chavismo— que un chofer del metro de Caracas saldría adelante ante tanta adversidad dada su inteligencia y habilidad para dirimir conflictos. Su misión es gigantesca: enfrentar al gobierno genocida de Trump y a sus aliados de la región, resistir ante una oposición empeñada en destruir al gobierno para entregar al país; la peor de todas, luchar contra una gestión contaminada por la podredumbre, liderada por altos funcionarios corruptos que enlodan el proyecto revolucionario. Estas virtudes lo catapultan como un estratega exitoso, máxime si esos escenarios han sido retar y resistir desde la distancia, en nuestro suelo, al gobierno de los EE.UU.
Desde hace más de 200 años nuestros libertadores salieron de este territorio a libertar otras naciones dando origen a la Patria Grande; luego el comandante Chávez, ahora Maduro, han dado ejemplo de solidaridad y amor por los pueblos hermanos. Por esto, los del Grupo de Lima se han convertido en polvo cósmico para Maduro, desde nuestra tierra seguimos dando ejemplo de solidaridad: se ha contribuido a la estabilidad social de otros países, se ha ayudado a otros en educación, salud, en situación de desastre, a compartir nuestro bienestar con otros pueblos cuya economía estaba peor que la nuestra, como un principio humanista de nuestra Carta Magna. Nuestra rebeldía ha sido estímulo para los pueblos hermanos para no ser esclavos de un sistema que se les quiere imponer. El continente está viviendo un punto de inflexión determinante. Después de más de una década de continuos victorias políticas de las fuerzas progresistas, surgió un estancamiento de este resplandor e incluso hasta un retroceso territorial y humanista, producto de la imposición de un modelo y de la gran incapacidad intelectual de la oposición. No obstante, es el momento, es la hora de que el gobierno del presidente Maduro de un paso gigante, inmediato, a una era de ofensiva, radicalizando la revolución sin los enemigos internos de ésta, de lo contrario la conspiración política continuará, la alcahuetería seguirá siendo el factor dominante y la resistencia comenzará a agotarse —como en efecto ocurre—, alcanzarán la anulación de la sociedad y del ser humano, y la derrota electoral será el principal fracaso después de tantas batallas, por consiguiente el desastre de la Patria Grande; es decir, si el gobierno progresista y revolucionario no logra crear una base sostenible para la solución de esta crisis, la pérdida del apoyo popular y la emergencia de propuestas contrarevolucionarias que hagan creer en un avance de un gobierno de derecha son inevitables. La lucha continúa.
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Licenciada en Administración