Revista Comunicación

Venezuela y Colombia, más cerca que lejos

Publicado el 28 agosto 2015 por Solano @Solano

Los incidentes de los últimos días con un mandatario angustiado por la potencial pérdida del poder ha generado muchas angustias a lado y lado de la frontera. El dictador Nicolás Maduro ha intentado por todos los medios provocar la ira en el presidente Santos, que sin ser mi ‘Santos de la devoción’, ha mostrado cordura.

Santos bien hubiese podido dejar tentar por el lenguaje procaz de Maduro y por la enorme presión de la ultra derecha que ha pedido desde romper relaciones unilateralmente hasta bombardear Miraflores. Tanta ha sido la presión que muchos sectores de la población, aún menos radicales, también se han visto haciendo sonar las trompetas de guerra.

Los conflictos internacionales siempre han sido un arma de la política negra para distraer la atención cuando hay problemas internos que amenazan la gobernabilidad o cuando urge que se cierren filas cuando se acercan las elecciones. Maduro tiene una absoluta ingobernabilidad en este momento porque hasta el respaldo popular de las filas rojas rojitas se desvanece en algunos sectores oficialistas. Maduro no tiene la tracción que tenía Chávez y heredó el poder con mucha dificultad de legitimidad.

En ese sentido, Maduro recoge las dos situaciones que lo estimularon a crear esta cortina de humo: Hambre, inseguridad, inflación disparada, desabastecimiento, desempleo y una PDVSA que no resiste más ser la caja menor de un gobierno corrupto con muchos enlaces que lo atan al narcotráfico, el contrabando y otros delitos. Y por otro lado, las elecciones de final de año que en muchos sectores y zonas del país, aseguran que las tiene perdidas ya que la oposición venezolana, otras veces históricamente atomizada, hoy parece estar más cohesionada y decidida a ganar en las urnas regionales.

Luego de una fallida reunión de las cancilleres de ambos países en Cartagena, el gobierno colombiano decidió acudir al conocido instrumento del llamado a consulta de su embajador en Caracas, a lo que el ejecutivo venezolano procedió a hacer lo mismo.

El viernes 28 de agosto en horas de la mañana, Santos, rodeado de su gabinete (solo por civiles) volvió a reiterar que su prioridad es la atención a los colombianos que han sido deportados a la fuerza (un poco menos de dos mil). Hasta ahora, los medios venezolanos no cubren la situación de la frontera como si la siembra de un precario muro como el de Berlín separando un nmismo pueblo no estuviese pasando. Las imágenes de los medios colombianos, por su parte, han mostrado la calamidad en una cantidad de historias de colombianos que se sentían seguros, a pesar de la pobreza, en suelo venezolano.

Lo que asusta de todo esto es que la ignorancia haga salir lo peor de nuestros pueblos que en realidad tienen mucho en común. Mientras en Venezuela algunos desadaptados aplaudían la expulsión de los colombianos, aquí en Bogotá, en el corazón del más refinado norte de la capital donde se precian de su civilidad, algunos microempresarios venezolanos eran víctima de algunos matoncitos que les humillaban y querían dañar el pabellón venezolano con muestras de anacrónica xenofobia. Mal en ambos lados.

La verdad es que ambos países son uno solo dividido por una línea imaginaria trazada por la mitad de algunos ríos, pero a la hora de la verdad, la gran sabana y el Llano son uno solo; la música de Juan Vicente Torrealba y Simón Díaz comparte acordes con la del Cholo Valderrama; nuestros vaqueros sufren las mismas faenas que las de los vaqueros de allá; porque no el ‘allá’ y el ‘acá’ solo son palabras para medir distancias no para dividir culturalmente.

Los venezolanos y colombianos que día a día madrugan a trabajar, estudiar; a vivir y muchos solo a sobrevivir, coinciden en que este es un problema de gobiernos, pero no de los pueblos. Es nuestro deber de ciudadanos, de lado y lado, sobreponer los lazos que nos unen y no las armas que nos separan. Los ciudadanos somos los que debemos agregar cordura a una situación que unos quieren que se oscurezca porque la guerra alimenta a unos pocos que detentan el poder


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