Hay momentos o vivencias de nuestra existencia que quedan grabadas para siempre en nuestros corazones, que nos tocan, conmueven o transforman. Algunos por su intensidad, otros por su sencillez, otros no sabemos por qué... Pero el hecho es que ahí están y nos dan fuerzas, nos guían y nos impelen a buscar más de una felicidad, que parece de otro mundo, pero que es de este.
Gracias a viajar a Venezuela encontré nuevas experiencias, nuevas personas que tocaron mi alma con su humanidad y cariño.
Para mí era un viaje de trabajo, estimulante en sí porque suponía descubrir un nuevo país y nuevas gentes, colaborar con otra universidad, etc. En resumen, era una oportunidad de encontrar nuevas experiencias, a priori sobre todo intelectuales, después descubrí que además, había otras posibilidades aún más interesantes.
Antes del viaje me asaltó una cierta pereza, pues andaba enferma, con una fuerte bronquitis, con malestar, incomodidad, debilidad, inquietud, etc. Me preocupaba que mi salud me impidiera el adecuado desempeño de mi tarea, pero fui. La oferta era demasiado tentadora…
Puedo decir pocas cosas agradables del trayecto para allá. Anularon mi vuelo, me ubicaron en otro que salía 7 horas después, y del que no sabía que tendría plazas hasta media hora antes de su salida. Sé que aprendí en esa espera. Había madrugado mucho, estaba cansada y somnolienta. Pero tuve la suerte de que conseguí proponerme aprender de la situación, trabajar mi paciencia, tener un tiempo para reflexionar, pensar, escribir, llamar a amigos… Se pasaron las horas y observaba a las personas que transitan Barajas un viernes, por la mañana. Veía caras cansadas, rostros impacientes, otros tristes, otros felices… Y yo allí de espectadora, contemplando mi vida desde la espera de un avión, que no sabía si tendría un espacio para mí, desde la espera de mí misma, mirándome en los rostros y en las horas. Curiosa experiencia…
Casi sin darme cuenta llegó el momento. Me dirigí, asumiendo el destino que tocase, al mostrador de la nueva compañía. Y en el último momento, antes de partir, me comunicaron que sí tenía un lugar, para el nuevo episodio que me tocaría vivir. Me sentí bien, quería partir. Y a la vez, algo quizás se activó en mi conciencia en esa aceptación de la espera, en ese entrenamiento en estar presente en el presente… Quién sabe…
Y llegué a Caracas. Allí había otra atmósfera, no sólo por el agradable calorcito del trópico (era enero en Madrid), sino porque se respira otra realidad, otra forma de ser… Me recogió un hombre amable, que era chofer de una universidad de allá, y me llevó a casa de una persona (en otra ciudad, Valencia) a la que no conocía, en cuya casa se me ubicó, como solución provisional. Esa persona se convirtió en familiar, cercana, como una amiga de siempre, en dos minutos y me sentí en casa, cómoda, tranquila y feliz. Ella y otros, también cercanos de inmediato, me llevaron a una playa estupenda, me cuidaron con mimo, me mostraron la belleza de una isla que se llamaba “larga” y que para mí debería llamarse “corta” porque hubiera querido más, no solo por la belleza del lugar sino por la calidez y belleza de las personas con las que pasé el día. Me decía a mí misma que algo así debía ser el paraíso. No tengo palabras para expresar mi cariño y gratitud por tan gratos momentos.
Después, vuelta a Caracas, con el chofer encantador y amable. Partí en un nuevo vuelo a Mérida. Y un hombre encantador me fue a recoger. Un ser humano amoroso, tierno, cercano. Llegaría encantada a cualquier lugar del mundo si siempre me recogiera alguien así y me mostrara tanta simpatía, no forzada, amorosa, tierna, cálida… El viaje a mi hotel, fue delicioso, y no sólo por el chocolate que se me ofreció con ternura. No lo olvidaré…
Llegó mi curso y mi clase y yo seguía enferma, débil, torpe… Pero allí estuve, delante de 38 desconocidos, ante un nuevo reto, y con un nuevo estímulo. Me sentía en mi casa, aunque no me sentía bien del todo, físicamente. Y algo sucedió, pues ya con el alma tocada por el afecto de los que allí había encontrado, me sentía bien, aunque frágil en el cuerpo.
Pasamos 5 días juntos en los que alguna especie de magia me traspasó. No sé cómo ni por qué. No sé quién fue ni cómo empezó. Sólo sé que me sentí tocada por muchos gestos amables, miradas atentas, sonrisas sinceras. Cada uno, a su manera, se esforzaba por cuidarme, pasearme, guiarme, de una manera que he visto pocas veces en mi vida. Y me preguntaba si seguía en la tierra o en otro mundo cercano al paraíso. Lo he ido recordando desde entonces, para comprender, para interiorizar bien la lección, para descubrir la fórmula secreta de esa magia que abrió un poco más mi corazón.
Me faltan realmente las palabras para explicarlo, pero hasta donde llegue trataré de compartir, sobre un amor libre, sincero y espontáneo que me transformó en algún sentido.
Quizás ya iba yo en un estado alterado de conciencia por la espera, por el viaje, los horarios cambiados y qué se yo, la propia magia de la vida. Todos ingredientes de alguna fórmula alquímica para destilar el alma, en nuevos elementos esenciales. No lo sé, sólo sé que algo pasó y en medio de todos y yo en medio allí se dio ese algo transformador, profundo, suave y fuerte a un tiempo.
Me encontré con personas, humanos, sensibles, receptivos, atentos. Pero algo más. Alguien me dijo que le tocó mi magia, pero yo creo que nos tocó a todos esa magia que vivimos y que vimos. Venezuela, Mérida, me tocó. Resulta difícil de explicar y a la vez es tan simple como un gesto, una palabra, que se haga con arte y cariño, como allí recibí. Y ¿por qué? Porque recibí expresiones de amor, sencillez, apertura, simpatía. Hubo personas que allí derramaron en mí mucha cercanía y calidez. Sin aspavientos, sin artificios. Sencilla, tiernamente. Fue un lenguaje más allá de las palabras, me cuidaron, me hablaron, ¿me quisieron? Es posible... Pues algo más profundo me llegó, me conmovió… Y fue algo tan sencillo, como saber mirar, saber decir, saber transmitir con el alma desnuda, que dar un caramelo no es sólo dar un caramelo. Que un gesto, si sale de la frescura del alma es más que un gesto, pues es el símbolo claro de algo más profundo, que es un pedacito de amor que pasa de alma a alma. De un alma que se deja darse a otra que se deja dar. Así de sencillo y evidente.Tan fácil, pero a veces tan ausente. Pero por suerte, presente entonces, presente ahora en mi memoria y agradecimiento a una gran gente, cuyo cariño y amor, ha sido una gran provocación. Ellos, quienes me tocaron, fueron grandes maestros en el amor, tal vez sin saber, pero dejándose simplemente ser. ¿Será este el secreto de la felicidad? ¿Tendrá algo que ver con la Gracia? Solo Dios lo sabe...