Cada director de cine tiene su “saber hacer”, su modus operandi, o como se quiera llamar. Y lo mismo que Neil Marshall habría contado esta historia montando a zarpazos, o Frankenheimer habría dejado coger polvo al motor de velocidad variable de la cámara, Joss Whedon es muy de “la pose” y de “la cháchara” (ambas bien entendidas, eh, y lo paso a explicar a continuación para que no se me altere nadie). Eso de “la pose” le viene que ni pintado a cualquier película de superhéroes, y “la cháchara” me temo que es indispensable para completar esta empresa titánica de megacrossover cinematográfico loco. Desde luego, tanto “pose” como “cháchara”, administrados por las buenas tablas de Whedon hacen que los frames de “Vengadores: La Era de Ultrón” fluyan como el aceite de oliva.
Con lo de “la pose” no me refiero a la actitud del bueno de Joss, sino al gusto por los escorzos y las voluptuosidades de los personajes, con sus miradas en lontananza, sus arqueos de ceja, sus posturas egregias y su sofrosine. Esto de “la pose” en el cine no viene de demasiado lejos. Digamos que los animes japoneses a lo largo de los 80 y primeros 90, a su vez influídos por las europroducciones de género de los 60 y 70, cristalizarían en horteradas como “Matrix” (que hay que reconocerle su carácter pionero en esto). “La pose” brota con la Cultura Pop, cuando lo estético comienza a volverse vital, en ocasiones incluso gratuito. Lo Kitsch, lo Pop o lo Ye-yé, según se prefiera, emerge del recreo de la nueva ola de directores post Nouvelle-Vague; arranca con los directores que ya son auteurs, despegándose de los cánones de los grandes clásicos, más directos, rudos y prosaicos. Una manera de ejemplificar esto de lo que hablo se podría dar en la bifurcación tomada por Sam Peckimpah respecto a, por ejemplo, su referente cuasipaterno Howard Hawks, y lo que el veterano opinaba del por entonces diletante. Hawks vino a decir algo así como que “en lo que el Peckimpah ese mata a un tío, yo ya he matado lo menos a cien”. Pero los personajes de Peckimpah, por mucha evisceración que dispensen, no matan uno tras otro en una retahíla de stunts que desaparecen de cuadro. Los personajes de Peckimpah “posan”. Los tiroteos se suceden a cámara lenta, dotando de la misma importancia a la mirada violenta del que dispara, que al retorcimiento gestual de quien tarda en morir más fotogramas de los necesarios; los personajes tardan un rato en cargar su armas, en “pasear” hacia el antagonista, o bien aplican su violencia adornados con un zoom desde “casa Dios”. Eso es “la pose”.
En el trabajo de Whedon la necesidad de “pose” o de estos tipos de recreo es algo habitual. Le interesa más el “¿cómo te has queda’o?” de los directores ye-yés post free-cinema, que el “crack, boom, bang” de los clásicos fachas veteranos de guerra. Sin duda, la televisión tiene parte de responsabilidad en esto. Desde “Buffy Cazavampiros” se puede atisbar una absoluta falsedad en, por ejemplo, las peleas que Whedon lleva a cabo. A Joss le interesa sólo dar a entender que el personaje A y el personaje B se pelean, uno gana y a ambos les ocurren cosas en su fuero interno. Para esto, en la tele bastaba con peleíllas de chichinabo donde Buffy repartía estopa a una suerte de monstruos con ademanes de masilla. En su saga de los Vengadores no es para tanto, pero los tiros andan por ahí. Si bien, en esta segunda entrega, la contundencia de las golpes está mucho más apurada y es mucho más directa que en la anterior. Si quieren un ejemplo por comparación, comparen con “Capitán América: Soldado de Invierno”, donde los hostiones, quitando a algún secuaz sustituido por CGI de vez en cuando, son violentos y expeditivos, casi en la línea del resurgimiento de las maneras de acción clásicas que supuso el cine de tíos cachas de los 80 y 90 (sí, las pelis de Los Mercenarios cuando eran jóvenes).
Todo esto de “la pose” es, pues, bastante propicio para ser usado por estos lares superheróicos. Y Whedon pinta finisecularmente sus películas Marvel llevando a cabo un ejercicio de “comic dentro de cine” magistral. Ha rodado mucha pose, ha escrito mucha saga de tebeos (excepcional su etapa de “Astonishing X-Men”) y entiende lo que dibuja (no como Ang Lee con aquel Hulk lleno de viñeteados y elementos ricos en horterez, que sólo resulta “muy comic” para aquel que jamás ha ojeado ninguno).
“La pose” es, en definitiva, la cualidad que hace que tanto usted, como yo, como nuestros primos periurbanos se exciten con el plano de presentación del grupo. Ese planito de los vengadores a cámara lenta, esparciéndose por los aires, componiendo un viñetón espectacular en la Sokovia nevada, que ya nos apeló a los instintos más pueriles desde el tráiler (ya no sé si el segundo, o el tercero).
Y con respecto a “la cháchara”, también nos encontramos ante algo de utilidad superlativa para este tipo de filmes (más bien, para este tipo de sagas). Hay que dar pasos de gigante para al
umbrar las futuras “secretgüares” y luchas contra Thanos; y así, el carácter de “película bisagra” de Vengadores: La Era de Ultrón, hace que lo que servidor denomina “cháchara” sea indispensable. Al igual que en los tebeos, las cosas que suceden se explican, se explican mucho, generando intrarrelatos dentro del propio argumento general. Los personajes hablan para explicar, para presentar personajes que jugarán, para hacer guiños al universo referencial que Marvel ofrece (coñas sobre el martillo de Thor o la brutalidad de Hulk, citas a películas pretéritas, cameos de películas futuribles…) y que, a día de hoy y gracias a las pelis, ya no pertenecen sólo al forofo consumidor habitual. Y me alegro mucho de esto, soy de los que les parece bien que las “complicidades culturales” se hagan mainstream y, en una peli de presupuesto tan enorme como la que nos ocupa, me parezca bien o mal, es indispensable.Joss esculpe las tramas con maestría, con tanta, que ese carácter de peli-bisagra se diluye y termina por parecer que no está. Pero lo cierto es que el filme se sustenta con las tramas secundarias. La trama principal es muy similar a la de la primera entrega, cambiando a un malo por otro, incluso está a medio hilvanar (Ultrón sólo se acuerda de las propiedades hipnóticas del cetro de Loki cuando Bruja Escarlata no está; y la trama que cuenta los descubrimientos de Thor en Hel tiene tantos agujeros que no hay Dios que la entienda). Pero eso da igual; la trama principal sólo sirve para sostener al elenco de personajes cuyas tramas secundarias son las que alimentan y dan empaque personal a la cinta.
Olvidando en ocasiones (y esto ya es opinión personal subjetiva), que con la mera épica bastaba, y que, incluso, tanto “culebrón” puede llegar a desviar la atención del mero objeto de espectáculo. “(…) En cuanto a la literatura de expresión o la literatura de evasión, pertenece a la jerga de los críticos, es una utilización de palabras abstractas como si tuvieran significados absolutos. Todo lo que se escribe con vitalidad, expresa esa vitalidad; no hay temas vulgares, sólo mentalidades vulgares. Todos los que leen escapan de algo que hay detrás de la página impresa; puede discutir la calidad del sueño, pero la liberación que ofrece se ha convertido en necesidad funcional. Todos los hombres tienen que escapar en ocasiones del mortífero ritmo de sus pensamientos íntimos. Ello forma parte de la vida entre los seres pensantes.” (Raymond Chandler, en su artículo en defensa de la literatura popular “The Simple Art of Murder”, Diciembre de 1944). Ninguna de estas tramas llega a niveles de pedantería Nolanesca, ni las reflexiones son tan “del tres al cuarto” como podría esperarse de una megaproducción hollywodiense, pero sí entronca con esta nueva línea (bastante pueril, todo hay que decirlo) que ansía calificar de “obligada” a la pirotecnia, cuando estamos ante puro cine de género y de explotación, para obtener cierta legitimización intelectual innecesaria, cierto aire de “no, no… pero esta es buena, eh”, (como decía Joaquín Reyes que ocurre con cualquier película en la que aparece Morgan Freeman). Vamos, querer que tu cuento de “evasión” parezca de “expresión”, utilizando la jerga de Chandler. Como esta manía o (esperemos) moda pasajera de hoy que pretende fundir en batiburrillos imposibles Arte con Cultura Popular, hasta pretender hacer pasar la una por la otra. Los Vengadores de Whedon no naufraga, gracias a Dios (o más bien, gracias a ser un profesional con años y años de experiencia, curtido en la televisión, y con una base cultural organizada y sólida) en estos cañaverales. Simplemente, hay algún que otro momento de necesaria perplejidad o de innecesaria ternura (ambos de agradecer, siempre).
Hay una secuencia de amor (y advierto a quienes no hayan visto aún el filme que no espoilereo nada porque ya habrán podido deducir el marujeo con cualquiera de los tres trailers) entre Hulk y Viuda Negra en la que me dio por pensar en mi abuela. En mi abuela sentada frente a la pantalla con las gafas 3D puestas, asistiendo al idilio de ficción. En mi abuela tal y como la conocí, muy mayor, sin referencias de ninguna clase sobre el Universo Marvel, sin haber visto ninguna de las películas de la saga, simplemente dejándose embriagar por la lisergia y la psicodelia, como si viera “Xanadú”, o aquel programa llamado “Scavengers” que presentaba Bertín Osborne. Mi abuela, en caso de seguir la trama satisfactoriamente, habría exclamado: “¿Pero qué tienen que ver los rayos gamma y S.H.I.E.L.D. con las cosas del querer?”. Exactamente lo mismo que con el momento “casitas” de Ojo de Halcón, en un pack de secuencias inspiradas en un habitual “quiero y no me atrevo del todo” (propio de los trasvases de comic a cine) de la línea Ultimate de los personajes, con la excelsa cómica Linda Cardellini haciendo de la Sra. De Halcón y los churumbeles. Todo fruto de ese recalcitrante interés, a lo largo de la película, por reforzar las tramas secundarias de la vida privada de los personajes.
Sin embargo, Whedon no olvida lo que está haciendo, que es lo que, más o menos, lleva haciendo toda la vida. Y todas estas querencias suyas (igual ha tenido hijos, el hombre, y se vuelve humano y sentimental, también tiene derecho) pasan bailando por el filme sin hacer palidecer la aventura, el espectáculo, el peligro, la acción, el circo, la trepidancia, la verbena, o cómo se le quiera llamar a ese condimento que define las historias de superhéroes desde los modelos helénicos más carpetovetónicos.Así que esperemos todos impacientes, veremos más cosas como escudos-imán de vibranium, roboces amanerados, rayos láseres, bisutería del infinito, guanteletes, teseractos, armas de plástico, voltereticas, explosiones, peleíllas de mayor o menor chichinabo, burguerkineo, chistes, destrozos y cosas hechas por ordenador. Aún queda mucha pose por mostrar, y mucha mucha muchísima más cháchara por explicar. Comienza la siguiente fase de pelis Marvel y tanto usted, como yo, como su señora o mi abuela estamos viviendo para verlo… ¡Excelsior!