Entre luces del poniente voy arrastrándome.
Arropado por las pocas sombras que siguen con vida, me escurro por esta ciudad pecaminosa.
Los impuros no pueden verme, aunque lo intenten.
Nada me detiene, no hay retorno.
Caminos de piedra y sangre los que me conducen a ti.
“Derrotaré a quien este junto a ti, no puede seguir allí” me digo.
Me acerco y siento tu temor.
No puedes verme bien, porque ahora soy oscuridad.
Mi egoísmo te arrebata todo y solo quedas tú.
Desvestida de autoridad, ahora la corona es para mí.
Sujeto entre mis manos tu rostro y juego con tu destino.
Me temes y eso me da placer.
Ruegas a dios, pero yo he tomado su lugar.
No tendré piedad con tus deseos y acabare con todos.
Conocerás mi mundo antes del final.
Sentirás el dolor en tu piel y tus ojos verán todas las miserias.
Un vacío sin futuro será tu captor y no podrás evitarlo.
Tiemblas, pero no me conmueves.
Quieres escapar, quieres salir del lugar a donde te he enviado.
Tiemblas sin frio, solo tiemblas.
Puedo ver como tu corazón se va oscureciendo con cada lagrima derramada.
Deseas detenerme.
Una violenta dentellada te paraliza.
Comienzas a rendirte, te abandonan los sentidos.
Tus ojos se cierran y esperan el desenlace de todo esto mientras unas lágrimas de sangre tratan de huir de ti.
En las profundidades esperan famélicas las bestias que tú misma creaste.
Rugen, pidiéndome tu cuerpo.
Entonces, entre suplicas, te arrojo hacia lo profundo y allí, los demonios te hacen pedazos.
Desgarran violentamente tus vísceras tratando de saciar el hambre que los hostiga.
Mirando al cielo ya me siento liberado.
Mi cuerpo y mi alma están en paz y con esa paz me escapo por los callejones de este pueblo. sin rumbo, sin destino, pero con una falsa justicia de mi lado.