Revista Sociedad

Venganza

Publicado el 15 junio 2021 por Salva Colecha @salcofa

Era una tarde a Abril, allá por 1498, en una de las ciudades más bellas del mundo a orillas del río Arno. Una masa enfervorecida recorría las calles de Florencia y se acercaba con palos y antorchas al convento de San Marcos ávidas de sangre, a sabiendas que tenían vía libre para cometer todo tipo de desmanes. No pasaría nada siempre y cuando no acabasen con la vida de Girolamo Savonaola, a él le esperaba otro destino.

La ira contenida después del tiempo del terror en el que se había transformado el gobierno de un dominico que llegó aclamado por las masas porque pretendía acabar con la corrupción y el pecado pero al final había conseguido que los mismos que lo encumbraron se hubiesen vuelto en su contra cuando vieron que la “Hoguera de las Vanidades” cada vez se acercaba más a cada uno de los habitantes de la ciudad, o por lo menos eso les dijeron porque nadie cayó en que para que te quemasen algo antes habías de tenerlo.  Al final, con alguna ayudita de los Médici, una masa enfurecida sedienta de sangre se plantó a las puertas del convento donde el clérigo se había refugiado con los pocos fieles que le quedaban. Su final estaba cerca, lo sabían y a juzgar por la fiereza con la que habían descuartizado vivos en la plaza de la Signoría a alguno de los Pazzi unos años antes, mal destino les esperaba.

Lo atraparon, juzgaron de allá que manera, sentenciaron a morir en la hoguera y después arrojaron sus cenizas al rio, dicen que justo entre los Uffizi y el Ponte Vecchio. Fue entonces cuando los habitantes de la ciudad se miraron entre ellos y comprobaron que la hoguera de Savonarola continuaba humeando. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver que se habían comportado como bestias. Habían olvidado las reglas de la civilización y el Derecho buscando una  revancha que puede no fuese con ellos y que no les había servido de nada. Aprendieron que la venganza es una solución estéril que lejos de solucionar nada les había cambiado la hoguera en la que ardían los objetos de los pudientes por la vuelta a lo de antes, donde lo que ardían eran sus esperanzas.

Han pasado los siglos pero poco cambia (a escala, Deo Gratias). Multitud gente dispuesta a dejarse llevar para resarcirse de un terrible daño que puede que no haya visto nadie para obtener una venganza  de opereta que no va llenar su sed, porque los Medicci que los alientan no les han explicado que no dormirán más seguros ni se van a sentir mejor si “perdonamos” (porque han vendido el indulto como un “perdón”, desde el más rancio concepto de pecado y no de justicia como debiera). No se si alguien les ha dicho a los que se manifestaban en Colón que la solución está en aplicar las leyes, que para eso están y no en levantar hogueras a mayor gloria de los que nos lanzan  contra cualquier diana sin siquiera pensar que con sus soflamas ponen en entredicho hasta al mismísimo Rey, ¿Qué más les dará si lo suyo es desestabilizar por desestabilizar?. Ellos ya indultaron y puede que con eso salvasen la vida de mucha gente en unos casos o sacaron de problemas a algunos amigotes en otros. Ahora reniegan de la misma norma que aplicaron. No se si es o no lo correcto pero actuar por venganza no hará más que crear mártires que serán seguidos por muchos otros y eso nos va a crear más problemas todavía.

La venganza no va a hacer que el ladrón devuelva lo robado o ni siquiera que el asesino devuelva la vida a los asesinados. Puede que el sentimiento primero que tengamos como verdaderos depredadores sea el de entregarnos al revanchismo pero  ya decía Gandhi que si aplicamos el ojo por ojo el mundo quedaría ciego. Igual lo que necesitamos es resolver las cosas civilizadamente, según las reglas del juego, seguro que a largo plazo dormimos más tranquilos.


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