Tras el asesinato a sangre fría de su sobrina, cometido por el propio padre de la menor, Luisa Salazar asiste al juicio del imputado quien, a falta de pruebas concretas, queda en libertad.
Tecnicismo legal que no hace más que resaltar la injusticia de una sociedad en la que los derechos de los más desvalidos son vulnerados por empresarios, clases políticas y elites que mantienen el poder.
Luego de un arrebato de furia, Luisa decide hacer justicia con sus propias manos; arrebato que la llevará a dar con el paradero del acusado: Bruno Zapata. Su única arma es un cuchillo de cocina y, tras un improvisado atuendo, conformado por una peluca y unas antiparras, decide ponerle fin a su miserable vida.