Hasta cierto punto soy tolerante (que no digo que me parezca bien) con la corrupción cuando se encuentra en unos niveles, no diré "aceptables" porque nunca debieran serlo, pero sí al menos, no alarmantes. Y hablo de corrupción donde esta puede existir, porque para que la haya, el corrupto tiene que tener un cierto cargo o unos contactos adecuados para hacerla viable. Yo difícilmente puedo ser corrupto, pero para un político, un funcionario o un policía siempre será una opción. No es nada nuevo ni se acabará nunca mientras en el mundo no nos hayamos extinguido los humanos. Pero lo que ya entiendo (o tolero) un poco menos es la otra corrupción, la no económica, la de usar el poder que uno tiene para fastidiar al prójimo, bien sea por venganza, por celos, por competencia, o por cualquier otro motivo. Más que de corrupción, puede que en estos casos estemos hablando de simple abuso de poder, y cuando hablamos de esas cosas, siempre será más fácil que el protagonista sea un agente de la autoridad que un político, y esto lo digo desde la ignorancia, pero entiendo que si un político no gana nada, parece que no tenga demasiado interés en hacer algo, en cambio hay multitud de ejemplos de venganza policial. Y hablo de pequeñas maldades, de cosas que, en sí mismas apenas tienen importancia, salvo por el hecho mismo, porque a veces no es la cantidad de la maldad, sino su simple existencia. Y la venganza policial está a la orden del día; lo que ocurre es que es muy difícil demostrar su existencia, y eso en el supuesto de que nos tomemos las mínimas molestias para destaparla, cosa que no se suele hacer, muchas veces por miedo a las consecuencias.
Otra minucia de venganza policial
Que conste que hablo de minucia por la poca trascendencia que tiene, pero que analizado fríamente es un asunto muy grave:
Recientemente la Audiencia Provincial de Las Palmas ha dictado una condena de tres años de cárcel para un policía local por inventarse una multa de unos pocos euros (ya digo que aquí la importancia no está en la cuantía sino en el abuso de autoridad) para vengarse de un vecino con el que, días antes, había tenido un pequeño incidente y le había pedido el número de placa. Todos sabemos lo mal que le sienta a los policías que les pidamos su identificación (es como un insulto a su autoridad); es evidente que ellos nos pueden pedir la nuestra en cualquier momento y circunstancia, pero claro, que nosotros se la pidamos a ellos es algo así como una falta de respeto.
Como he dicho antes, lo difícil es probar estas cosas, pero es que en este caso, por lo visto, el policía no era de muchas luces, cosa que ocurre a menudo (no digo siempre, que nadie se me altere). En definitiva, el policía multa al vecino díscolo con el argumento de que el vehículo llevaba estacionado 48 horas consecutivas en el mismo lugar (imagino que estamos hablando de alguna zona de aparcamiento limitado). Todo ello con la mala suerte (mala suerte para el policía, quiero decir) de que el vecino pudo justificar que en ese período de tiempo el vehículo había estado aparcado en un aparcamiento de pago durante al menos tres horas.
Lo que puntualiza la sentencia: "No hay duda alguna de que el acusado "faltó a la verdad", por lo que entiende que la clave reside en determinar si lo hizo solo por una negligencia profesional o a sabiendas de que mentía". "Existen pruebas de que unos días antes el agente [...] tuvo un incidente con ese mismo vecino, cuando este reclamó la presencia de la policía en su barrio por un problema relacionado con la salud pública".
El policía no pudo explicar para qué acudió (solo) de nuevo al lugar donde estaba el coche aparcado, y ni siquiera su compañero pudo corroborar tal circunstancia.
Lo que ya he dicho alguna vez en casos similares es que personalmente lo de los tres años de cárcel me parece desproporcionado, pero es bueno que ocurran (y se difundan) estas cosas para que eso de la venganza policial quede como cosa de películas.
Ramón Cerdá