Así pues, “todo el bien, todo el mal del presente y del inmediato porvenir tienen en este ascenso general del nivel histórico su causa y su raíz”(2). Si la calidad de las cosas está relacionada con la dificultad mayor que supone el acceso a las mejores, al desdeñar la dificultad, quedan todas ellas equiparadas en su nivel más bajo. Y el mal que se ha incrustado en nuestras sociedades consiste en la exacerbación de esa tendencia a convertir en igual todo lo que es desigual. Incluidas las jerarquías entre los hombres. Y es que “la sociedad humana es aristocrática siempre, quiera o no, por su esencia misma, hasta el punto de que es sociedad en la medida en que sea aristocrática, y deja de serlo en la medida en que se desaristocratice”(3) Hay dos grandes clases de criaturas: “Las que se exigen mucho y acumulan sobre si mismas dificultades y deberes y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas”(4). Son estas últimas las que hoy marcan la pauta en el contexto cultural establecido. Y lo hacen retrotrayendo a su nivel, en aras de la igualdad, a aquellas que están encargadas de ser la aristocracia moral de la sociedad. Es lo que Ortega llamó “la rebelión de las masas”, según la cual, estas, con gesto de suficiencia propio de niños mimados, creen que los derechos no tienen la contrapartida de las correspondientes obligaciones, ni que los deseos tengan el tope infranqueable que impone la realidad. [1] Ortega y Gasset: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 152. [2] Ortega y Gasset: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 153. [3] Ortega y Gasset: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 150. [4] Ortega y Gasset: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 146.
