Revista Salud y Bienestar

Ventanas

Por Saludyotrascosasdecomer
La primera era rectangular, de longitud dos alturas. En ella, pintada la escena de una explanada de cemento donde una decena de hombres vestidos con un mono azul y un casco amarillo construían un aparcamiento. Desde la segunda podías ver el río. No era sólo luz, también sonido. Los chopos en ringlera custodiaban el paso del agua desde las orillas. Por encima de ellos, a lo lejos podías ver las escuelas. La algarabía del recreo te sorprendió a media mañana. La tercera te mostraba una carretera que discurría por el fondo del valle. Con una curva abierta se perdía en un horizonte de nubes grises. De pronto, apareció la nieve y no cesó de caer en toda la mañana. La cuarta estaba a tu espalda. Uno de los cristasles estaba roto. Se asomaba a una calle estrecha. Una ráfaga de viento apareció en la esquina y levantó los papeles dormidos en la acera. La sombra de los edificios fue trepando por el muro de ladrillos rojos con el transcurrir de las horas. Y hoy, la quinta, doble, abarca casi toda la longitud de la pared y te muestra una montaña con la cima redondeada por el empuje incansable del tiempo, poblada de castaños en lo alto y en las laderas, hasta alcanzar el río, hileras de sarmientos aguardando pacientes septiembre. La luz del sol arranca destellos verdes.
Cuando eres un médico sustituto, cada mañana encuentras una ventana nueva en la consulta. Y es un regalo. Porque lo más importante siempre sucede ahí fuera.

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