De una ventana se puede inferir la opulencia que preserva. Hubo un esmero en su construcción, se le dio la consideración más alta y hasta la reja que la guarda exhibe un esplendor apreciable, que rivaliza en vistosidad con ella misma. Se conjuntan con la piedra que las circunda. Se diría que hubo una intención de permanencia en el tiempo. Como si nada pudiera hacer el tiempo contra ellas. Como si no tuviesen un inicio y no se esperase que tuviesen un final. No se precisa siquiera que alguien la abra. Hay ventanas que difieren del cometido que se les da por hecho: el de abrirse o cerrarse, el de mostrar o el de ocultar. Existen por la mera concurrencia azarosa de la belleza. Son ornamentales. Cumplen un protocolo ajeno al convenido. Si alguien asomara a ellas, perderían su apresto, su disposición poética.