Es una princesa. Una encantadora princesa de rozagantes mejillas, coloreadas por correr vestida en su tutú rosado por el parque, intentando espantar palomas o atrapar mariposas, vaquitas de San Antonio, escurridizos escarabajos o divertidas langostas.Sonríe tan plena de vida, con sus alitas de tul blanco repletas de lentejuelas brillantes, que se creería que el futuro promisorio no tendrá excusa alguna para no rendirse a sus pies por siempre.Conquista corazones.Derrite, con tiernas miradas, corazas protectoras de malévolos villanos.Hace sucumbir, con su sonrisa contagiosa, despiadados dragones de cuentos de hadas.Con sus cuatro años y una visión del mundo tan perfectamente representada, Zoé es completamente feliz.Felicidad significa sentarse a tomar el té en imaginaria tertulia con un enorme oso de peluche violeta, una muñeca de piernas larguísimas y alguna tía bondadosa que simula ser una visita complaciente. Felicidad es despertarse a la mañana con los besos de mamá que pronostican todo un día de aventuras. Felicidad se escribe con F mayúscula de Federico - el nombre de su papá - a quien la pequeña adora recibir con las manos enharinadas por haber estado preparándole muffins o brownies.Juntar lilas, violetas, lavandas y jazmines para regalarle a la abuela.Cosechar papas, lechugas, tomates y acelgas con el abuelo. Descubrir los progresos en la granja de hormigas.Cocinar deliciosa comida de barro, arena, pasto y piedritas para su ejército de bondadosos monstruos de juguete que la esperan, ordenados en fila, junto a la ventana de su dormitorio.Pintarse la carita con el maquillaje y los lápices de labios de mamá, simulando ser la señora de la casa que recibe importantes visitas para jugar al té canasta.Eso es felicidad.Reír, saltar y jugar a la pelota.Andar en bicicleta que todavía necesita rueditas auxiliares. Dormir la siesta, cansada de tanta travesura, bajo el abrigo de la tila que con perfume delicado acaricia el pelito enrulado de singular princesa.Llorar cuando se raspa las rodillas con las lajas del camino que bordea el jardín y mamá la cura con besitos y apósitos desinfectantes.El mismísimo sol ilumina los curiosos ojos de la niña, convirtiéndolos en descubre-cosas: vidrios y gemas de traslúcidos colores, piedritas que lanzan destellos según las mueve entre sus dedos gorditos, tapitas de gaseosas dobladas en curiosas formas, plumas de pájaros exóticos, botones de nácar o de carey.
La luna redonda, brillante y barrigona le cierra sus párpados para que descanse, mientras su ángel de la guarda cuida sus sueños para mantener alejadas las pesadillas y a raya a los pensamientos desagradables.
Una larga y reforzada soga, sujeta a la rama más gruesa del árbol de pomelos, sirve para alcanzar un fabuloso refugio en las alturas o para imaginarse pirata. ¡Al abordaje!Con una varita mágica que remata en forma de brillante estrellita rosada, Zoé regala ilusiones, sonrisas, quitapesares y devuelve alegrías a padres, abuelos, tíos, primos y amigos.Es puro amor, pura inocencia.Está llena de vida, de misterios para resolver, de aventuras para disfrutar, de curiosidad insaciable, de risotadas contagiosas y de lágrimas para lavar injusticias y desencantos.Zoé es una bendición celestial que esparce dicha y esperanza a su paso.Es una princesa de ternura delicada, frágil piedra preciosa, con corazón de mazapán e ilusiones de chocolate, cuyo futuro es un castillo fantástico de vainilla, custodiado por soldaditos de plomo y de pastillaje donde la esperan el sombrerero loco, una corte de conejos, naipes parlanchines y la reina batata.
©Silvina L. Fernández Di Lisio
Nota: Este cuento fue publicado en la selección antológica "Mundos desnudos" que presentó Editorial Dunken en la 37º Feria Internacional del Libro 2011.Advertencia: A todo aquel que decida reproducir en forma parcial o total este texto es oportuno informarle que el copyright © del mismo pertenece a la autora, quien no cede ni comparte este derecho con ningún otro individuo.