Ya ha empezado. Y aquí estamos desde el lunes pasado. Lo que no falta en esta época es el follón y el jolgorio. Porque Kabila se convierte en una residencia infantil de primera clase. Cuatro nietos, tres niñas y un niño –ayer llegó la última, Maia— (y una gata) llenan este lugar de alegría y de lío. De simpatía y de gritos. De risas y llantos. Tal cual. Un pequeño manicomio feliz.
Este año ha venido por primera vez Fran, el nieto pequeño, y es una locura de simpatía y de alegría, pero también de alboroto. Aquí tienen espacio, dentro y fuera, y luego pueden darse un baño en la pequeña piscina cuando no vamos al mar o de excursión.
Uno se siente agradecido, más vivo, pero también mayor cuando ves que es imposible seguir el ritmo de estos monstruitos.
Paula es la mayor, una adolescente de trece años, Lucía tiene siete años, Maia tres y Fran 20 meses. Vamos una maravillosa pesadilla. Hoy os hablo del más pequeño, Fran.
Fran se levanta alrededor de las ocho, y empieza a incordiar, seguramente para recordar que existe y que quiere desayunar. Y mientras se sienta al ordenador, está claro que quiere ser bloguero y se empeña con esmero. Después se ha despertado su prima Maia y los dos se ponen a ver Pocoyó o algún cuento, mientras se les prepara el desayuno. Después empieza a incordiar sin parar, quiere todo y toca todo, eso sí, casi nunca llora y siempre sonríe, si se le dice que no a algo, arruga la faz, hace un puchero, agacha la cabeza pero al minuto cambia y se le ha pasado. Cada vez que ve a Misha, mi querida gata, mi musa, la intenta coger y tirarse encima, la pobre huye despavorida.
Come que es una envidia, bien y de todo, y después de la comida duerme su siesta de dos horas. Luego cargado de energía, se pasa toda la tarde incordiando. No habla pero lo entiende todo y se las apaña para que les entendamos, por señas o a gritos. Y luego después de cenar como un bendito, duerme bien hasta el día siguiente.
Estas son fotos de Fran, un día aquí en Kabila: