Ahora que llegó el otoño, es hora de hacer memoria, sacar la libreta y marcar los momentos para recordar. Cada verano desde que llegaron los padawanes, es como un reset, una nueva hoja de un calendario alternativo. Quizás por eso me gusta más pensar en temporadas que en años -y mi edad tampoco ayuda- o en meses. Recuerdo cuando contábamos el tiempo en meses, instigados por las costumbres inflexibles de médicos y pediatras a los que es imposible sacar de sus reglas y sus tablas. Y mucho más atrás, recuerdo también los veranos de hace treinta o cuarenta años, que ni si siquiera los contábamos en meses, eran eternos. Ahora el estío, las vacaciones, son apenas unas semanas. Pero también algo así como una serie de experiencias y instantes para no olvidar.
Como cada verano en la Academia-Jedi se acumulan fechas de cumples y celebraciones. Nuestro aniversario se ha convertido en un rito casi mágico al que la Maestra-Jedi y yo no podemos ni queremos faltar. Tenemos otros, como el de la tradición de cada año, pero esto ya son bonus para ir subiendo nota. Cuando acaban los meses de calor, estas son las monedas de oro que quedan en el fondo de los bolsillos, la zurrapa de nuestra vida.
También este ha sido el verano del primer diente de leche perdido, de las primeras pelis en el proyector, y el de las bicicletas y de las rutas hasta el espigón para ver atardecer. Aún es pronto para que vayan solos por ahí con sus bicis, pero por ahora hasta agradezco tener que acompañarlos e intentar seguir su ritmo. Esos ratos a solas con los peques también subes nota y acumulas estellitas y caritas sonrientes. Los primeros días no dejaban de llamarme insistentemente para que mirara lo bien que montaban. Le gastan el nombre a uno. Luego, con el paso de los días y los paseos, lo que intentaban era enseñarme a montar en bici, para ir junto a ellos.
El verano empezó frío. Quedaban arreglos pendientes en la casa y además la Maestra-Jedi y yo seguíamos trabajando. Esto supone muchos kilómetros y muchas mañanas y tardes partidas. Y al final, después de pasar semanas en nuestra Academia-Jedi de verano, el mejor día de playa resultó ser uno inesperado, como suele ocurrir tantas veces. Quizás por eso son tan especiales. Luke, Leia, la Maestra-Jedi y yo, sin horarios, sin prisas, sin planes, y una escapada improvisada a uno de nuestros paraísos particulares. Los 40 grados son más llevaderos, más disfrutables y apetecibles, y hasta más divertidos en rincones así. Días que dan para pelearse con la marea y la rompiente, jugar en la arena, y contarse secretos con la Maestra-Jedi. El #slowlife del Algarbe portugués hace que el tiempo corra a otra velocidad, se reconcilia uno con la playa. Siempre nos quedará Praia Verde.
Y también hay noches que apuntar es esa libreta. La noche de las Perseidas fue una de ellas. Contemplar una lluvia de estrellas es siempre una experiencia, aunque el patio trasero de casa no sea el lugar idóneo para ello. Daba igual. Aquella noche la pequeña Leia contó hasta cinco o seis estrellas fugaces cruzando el cielo, alguna bastante espectacular, y con cada una chillábamos y aplaudíamos entusiasmados. Hasta que se quedó dormida encima mío en la tumbona. Y lo de pararse el tiempo se hace realidad. Supongo que el tiempo se detienen en momentos así, para que el recuerdo no sea como la estela de una estrella fugaz.
El verano pasó. Es ya una serie de recuerdos, experiencias e instantáneas para atesorar. Hoy mis padawanes cumplen 82 meses. Y un montón inabarcable de recuerdos en mi breve historia del tiempo.
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