Debemos a la curiosidad de Susan Sontag, y a su insaciable condición de lectora, el goce que hoy nos genera la obra de Tsypkin. La escritora descubrió la novela mientras esculcaba en los estantes de una librería de Charing Cross road. Se trataba de una humilde edición hecha por un grupo de emigrantes russos; a Sontag no la espantó la primera imagen, y en cambio la emocionó su contenido. Comenzó entonces el descubrimiento de un escritor que había preferido guardar con celo su obra, temiendo exponerse demasiado y poner en peligro su carrera de médico científico, al igual que de la de su esposa. Y era suficiente con ser judío. Aún así, sabiendo que su obra no tenía la posibilidad de ser publicada, escribía como poseído por el demonio que en el pasado supo adueñarse de otros rusos, "... escribía para el cajón. Para la propia literatura", diría Sontag.
La escritura de Tsypkin es compacta, oscura por momentos. Le complace la divagación, y toda la novela es una permanente fuga a sus propios recuerdos, los recuerdos de Dostoievsky, su esposa Anna, e incluso los de los personajes reales e imaginarios que se mezclan a lo largo de la obra. Si algo tiene de fascinante esta novela es la confirmación de que en la literatura caben y se conjugan todos los tiempos y universos. El pasado y el futuro, la realidad y la ficción. Las pasiones y el sufrimiento de Dostoievsky, mientras se jugaba el poco dinero de su esposa, siempre creyendo que en la próxima oportunidad recuperaría la fortuna que dilapidaba, y el martirio del mismo Tsypkin que no logra entender por qué siendo judío, ama tanto a un hombre que odió a su pueblo. (pfa)