Este verano está siendo bastante caluroso en Hungría, como ocurre siempre, año tras año. En esta ocasión, por primera vez en los últimos tiempos, no he podido estar en tierras magiares durante la época estival, pero recuerdo perfectamente las olas de calor, pegado al ventilador, bebiendo agua a litros y esperando que llegase alguna de las grandes tormentas que suelen caer en verano y que, durante unas horas, aliviaban la temperatura y proporcionaban el placer de caminar bajo el aguacero refrescándome tras días con temperaturas entre 30 y 40 grados, sin importarme regresar chorreando a casa.
En Hungría es fácil armarse contra el calor. Hay miles de heladerías, que además suelen ser bastante baratas. Cuando vivía cerca de la calle Pozsonyi, en el barrio XIII de Budapest, solía comprar unos helados de bolas gigantes, a elegir entre varios sabores, por poco más de un euro, y tomarlos en el cercano Parque Szent István, al frescor de las fuentes, donde mucha gente iba para meter los pies en el agua o simplemente tumbarse en la hierba a tomar el sol. Recuerdo la fuente musical de la cercana isla Margarita, con su espectáculo de luz y sonido en los atardeceres de Budapest, donde era difícil lograr un sitio junto a la fuente, sumergiendo las piernas en el agua, aliviando los calores veraniegos. Mucha gente simplemente acudía a los múltiples centros comerciales en busca del tan ansiado aire acondicionado. Más naturales son los enormes árboles de las calles de Szeged, ciudad en la que viví un lustro, que en verano proporcionan una deliciosa sombra.
Fuente musical de la isla Margarita, en Budapest.
Calle de Budapest un caluroso día de verano.
Río Tisza y paseo junto a él, en la ciudad de Szeged.
Un poco más lejos, a algo más de una hora de la capital húngara, está el epicentro del verano magiar: el lago Balaton, que es el mayor lago de Europa central, con una longitud de casi 100 kilómetros y una anchura de poco más de una docena. Su escasa profundidad y gran superficie permite a sus aguas alcanzar temperaturas bastante agradables, que pueden llegar a los 26-27 grados. Casi toda su orilla está urbanizada, las poblaciones del Balaton prácticamente terminan donde empieza la siguiente, llenas de hoteles, pensiones, restaurantes, heladerías y pastelerías. Las zonas de baño, llamadas playas, especialmente las de la costa sur, se llenan de miles de húngaros de vacaciones en esta especie de pequeño Benidorm magiar que es Siófok, con su pequeño paseo lleno de atracciones, tiendas, puestos de granizados, heladerías o cafés, finalizando en su pequeño puerto del que zarpan barcos rumbo a Balatonfüred y la costa norte. El resto del turismo lo forman especialmente austríacos y alemanes (sobre todo de Baviera o del resto de lander surorientales), que viven a escasas horas en automóvil del lago Balaton, donde además los precios son bastante baratos en comparación con sus países de origen.
Imágenes del Balaton de idokep.hu
Y en Alföld, la Gran Llanura Húngara, el verano no es menos caluroso. Pese a la sencilla orografía, hay multitud de pequeños lagos, poco profundos, la mayoría artificiales, que sirven de improvisadas playas en verano, así como, por supuesto, los famosos balnearios húngaros, que en verano bajan algunos grados la temperatura de sus aguas termales, para hacer frente al verano. En los pequeños pueblecitos que salpican esta llanura, donde pasé muchos fines de semana tumbado en el jardín, y donde pese al calor no faltaban los bogracs de pörkölt, los chupitos de pálinka, ni los desayunos a base de chorizo, morcilla y panceta.
Algo que me llamó la atención al llegar la primera vez a Hungría en verano fue la enorme variedad de refrescos: en cualquier bar o pastelería preparan limonada casera, y en casi cualquier casa a la que vayas te ofrecerán su propia limonada, de muchos tipos (una que me sorprendió es la de bodza, llamado en castellano saúco, a base de flores). En los supermercados se vende la famosa piroska, un concentrado de varios tipos de sabores que se mezcla con gaseosa o agua sin gas, para preparar tu propio refresco, a tu gusto, en casa. O en los cientos de bares con terrazas y jardines que inundan Budapest en verano. En casi ninguna casa de pueblo falta el típico sifón encima de la mesa. También hay un montón de tipos de té, de todos los sabores, con el que se puede preparar té helado en verano. Y el famoso Jeges kávé, una café con hielo coronado con una bola de helado de vainilla, nata pastelera y sirope de chocolate, todo un manjar del verano húngaro. Una oferta mucho más amplia que el clásico coca-cola, fanta y sprite que hay en España y tantos países donde los refrescos caseros han sucumbido al poder de las grandes empresas. Y, por supuesto, los puestos de sandías en los orillos de las carreteras de la Hungría rural, algo que también puede verse en España.
La famosa y refrescante limonade, un imprescindible del verano húngaro.