Hasta un año aciago trae alguna buena noticias. No hay más que ver el asombroso muestrario de cómics que nos ha deparado este 2020 (intentaremos dar debida cuenta de él en nuestro habitual repaso a lo mejor del año del Día de Reyes).
Una de esas buenas noticias es que, después de mucho tiempo, hemos vuelto a tener noticias artísticas de nuestro buen amigo don Joaquín López Cruces. Por partida doble. Nos sorprendió encontrarnos con él en las entregas de La residencia de historietistas, jugando a los espejos con Javier Olivares. Y nos ha encantado poder leer Verano indio, su nuevo cuaderno de viajes ilustrado.
Nos maravillan los viajeros capaces de fotografiar la realidad con un lápiz. Esos artistas que dibujan sus aventuras exploratorias en un diario de abordo. Verano indio sigue la misma vereda de Por el camino yo me entretengo, el librito de viajes que el añorado Paco Camarasa editó en 2008, o Cuaderno de Vietnam. En aquellas obras, López Cruces ilustraba sus viajes a países como Uganda, Egipto o Chile, en el primer caso, y a Vietnam y Camboya, en el segundo; en este nuevo librito, publicado por Libros de Autoengaño, el autor nos deja acompañarle por el viaje a la India que realizó hace ocho años: “En 2012, Lucía me pidió que la acompañara en un viaje del que esperaba obtener tanto salud como negocios. En este cuaderno, más un pequeño diario que un libro de aventuras, fui anotando y dibujando aquellos días. Sólo para no olvidar.”
“No son ni el libro ni el viaje más alegres del mundo, pero creo que te gustará”, me confesaba el autor cuando le pedí que me lo dedicara. Es cierto. Como se anuncia en la contraportada, “El viaje traerá a la vez pérdida y aprendizaje”. Cuando uno termina de leer Verano indio (nos gusta el guiño a Manara), no tiene la sensación de que el autor y su acompañante hayan vivido una de esas experiencias extáticas de las que suelen presumir los viajeros (con visa) que vuelven de la India transformados e irradiando espiritualidad. Más bien, todo lo contrario. El diario transmite la fascinación del viajero, el deslumbramiento cultural, pero también un poso de incomprensión e incomodidad, tanto por el choque de culturas como por las incomodidades coyunturales de un viaje que no siempre pareció feliz.
El texto y las imágenes se funden con naturalidad en Verano indio. Y López Cruces demuestra, una vez más que, además de un ojo atento al detalle y una prosa amena, tiene esa rara habilidad de capturar la complejidad de la existencia y todas sus arquitecturas con un dibujo exuberante y cargado de detalles, pero tan nítido y espontáneo como un esbozo a mano alzada. Una pequeña joya.